De Avellaneda y Guadalajara al Estadio Azteca


21 de agosto de 2021

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por Delfina Corti

A 50 años del Mundial México 71, las historias de la argentina Betty García y la mexicana Alicia Vargas convergen en un Estadio Azteca, rodeado de 80 mil personas.

El padre de Gloria Argentina García le permitía a su hija jugar a la pelota en el patio de su casa, en Avellaneda. Betty –como la apodaron de pequeña– jugaba junto a su hermano menor en aquel espacio techado y de cemento, cuando el fútbol femenino estaba prohibido en varios países y era mal visto en la sociedad. Aún faltaban algunos años para que una vecina de la familia le contara que en el club All Boys existía un equipo de fútbol femenino. 

En el sur del Gran Buenos Aires, durante la década del 60, papá Secundino fue testigo de cómo su hija mayor no continuó con la tradición futbolística de la familia. Betty decidió cambiar el rojo de Independiente por los colores de Racing: el celeste y blanco –confesaría tiempo después– le recordaba a la bandera argentina y a la Selección. 

El día que Racing se consagró Campeón del Mundo en 1967, Betty lo festejó en soledad en la fábrica de guantes industriales de Bernal en la que trabajaba. Tenía 26 años. Su grito ahogado de gol –cuando el Chango Cárdenas pateó desde veintiséis metros para que el arquero escocés John Fallon se estirara inútilmente–, retumbó en las paredes de la fábrica. Salvo Betty, nadie supo aquel día cómo ese grito resonó. 

Lo que nadie tampoco sabía, incluida Betty, es que 4 años después de aquel gol ella sería parte de la primera Selección Argentina de fútbol en participar de un Mundial, el de México 71 que fue organizado por empresarios.

El domingo 15 de agosto de 1971, Betty se puso una camiseta blanquiceleste con escote en V y mangas tres cuartos. Desde el túnel del Estadio Azteca, escuchó el murmullo de la gente que había ido a presenciar el partido inaugural. Ante 80 mil personas, Betty salió al campo de juego con un 9 de cuero cosido en la espalda.

El padre de Alicia Vargas sentó a su hija en una de las sillas del comedor y le insistió para que participara del primer Mundial de fútbol femenino, en Italia 70. Alicia tenía 16 años y, hacía dos, jugaba como mediocampista en Guadalajara.

–¿Cuánto calzas? – le preguntó el entrenador José Morales quien buscaba un cambio que despertara a su equipo.

–Calzo 5 –respondió Alicia.

–Estos son 4, póntelos y a ver si es cierto que juegas tan bien.

El día de su debut, el entrenador la puso como lateral derecho. A pesar de que no ayudó en la marca, el tiempo que jugó le bastó para dar una asistencia y convencer a Morales.

 

“Alicia Vargas: la mexicana anotadora en mundiales” tituló el diario, el día que la Selección mexicana regresó de Italia, en 1970. “Ningún mexicano había metido hasta el momento 5 goles”, repetía la prensa. Alicia, con 5 tantos, fue la goleadora del torneo lo que le valió el apodo “la Pelé”

–¿Te gustaría jugar otra vez el Mundial? –le preguntó una periodista a Alicia, al año siguiente.

–Claro, me gustaría porque va a ser aquí en mi país. Pero si no quedo en la Selección, buscaré ir el siguiente año.

Era 1971. El partido debut frente a Argentina Alicia lo vio desde el banco de suplentes. La prensa, a pesar de la victoria del seleccionado local, le reclamó al entrenador, Víctor Meléndez, la titularidad de la mejor jugadora del equipo. “Fue una estrategia para el siguiente partido”, sentenció él. 

Apenas aterrizaron a México, la organización –una Federación de Fútbol Femenino que nada tenía que ver con la FIFA– les regaló a las jugadoras camisetas, medias y botines nuevos. 

Ante la novedad del calzado con tapones, Betty juntó a sus compañeras de equipo y les dijo: “Che, vamos a probarlos porque no sabemos ni usarlos”. Hasta aquel día, las argentinas habían usado las zapatillas Flecha para jugar al fútbol. 

El domingo 15 de agosto de 1971, las mexicanas ganaron 3 a 1 en el debut del Mundial. Las futbolistas argentinas, recuerdan en el libro ¡Qué jugadora!, de Ayelén Pujol, que el partido fue sumamente parcial. “Sobre la hora hubo un penal para nosotras que pateó Elba Selva. La arquera dio rebote y Betty convirtió el gol. Pero el árbitro terminó el partido después de la atajada. Fue una cosa de locos”, rememoró la arquera de aquel equipo, Marta Soler. 

La final del Mundial quedó entre Dinamarca y México. El domingo 5 de septiembre de 1971, por primera y única vez, Alicia sintió el grito del Azteca. “Una alegría enorme con un miedo enorme”, lo describiría tiempo después. Quizá esos nervios –o algunos inconvenientes con el pago a las jugadoras mexicanas– fueron la causa de que Dinamarca aplastara 3 a 0 a las locales en ese partido.

Al finalizar el torneo, Betty regresó a Buenos Aires y con el dinero de las ganancias pagó el adelanto por un Fiat 600 cero kilómetro del que le quedaría por abonar 36 cuotas más. 

Tras México 71, Alicia se alejó de la Selección de su país, no así del fútbol. Veinte años después, en 1991, recibió el llamado de la Federación Mexicana de Fútbol. La FIFA, finalmente, había organizado el primer Mundial de fútbol femenino, en China. 

–¿Pelé, todavía juegas? –le preguntó una voz al teléfono.

–Sólo los domingos.

–¿Quieres regresar a la Selección? Necesitamos jugadoras.

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