Dioses


29 de diciembre de 2022

Compartir esta nota en

por Ariel Scher

Pelé hacía sonreír a cada césped que pisaba. Y le mentía al viento sobre cuál sería el rumbo de sus aventuras pero el viento engañado igual lo aplaudía. Y, más que ninguna otra cosa, marchaba entre los botines rivales como si adelante hubiera un cofre con los secretos del mundo y sólo él guardara la llave para abrirlo.

Cuando se subía al aire, el aire se resignaba y, en lugar de bajarlo, lo sostenía para que subiera más. Cuando enfocaba a cualquier arco, los ojos le brillaban como si la vida fuera siempre asombrosa y los tobillos le brillaban como si todos los asombros de la vida ocurrieran en el fútbol.

Salía al campo para demostrar que las canchas son sitios para la danza y danzaba con la pelota del modo en que sólo es posible si transcurre una historia de amor. Metió tantos goles que la matemática, tan solemne ella, se desentendió de su responsabilidad habitual en la exactitud de las cuentas y prefirió sentarse con el pueblo en una tribuna y dedicarse a disfrutarlo.

Todo le salía sencillo con la diestra, con la zurda, con la cabeza y con los muslos, inclusive con los pectorales, a los que arrimaba al balón como si conformaran apenas una máscara porque parecía que ciertas jugadas las ejecutaba, directamente, con el corazón. Igual que la mayoría de los cracks, lo parieron en una geografía a la que demasiados poderes olvidan demasiadas veces hasta que empezó a ganar mundiales y otros premios y los expertos en olvido determinaron que no había modo de empecinarse en olvidarlo.

En cualquier olimpo, podio o jardín dentro el que unos poquitísimos reyes -tres o cuatro, con alta presencia argentina- se reúnen porque fueron los mejores entre los mejores del mejor de los mejores deportes, el tipo merece estar y seguro está. 

Todo esto y, desde luego, cosas mucho más bellas se dijeron y se dicen del Pelé futbolista y eso representa la más pura certeza.

Sólo una sentencia permanece falsa. Desde el primer chispazo, se afirmó que Pelé jugaba como los dioses. No jodan: los dioses, si de verdad son dioses, quieren jugar como Pelé.

Compartir esta nota en