El Tío Ceferino, Perfumo y Beckenbauer


08 de enero de 2024

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por Ariel Scher

Para cuando se enteró de que su sobrino más chico iba a cenar con Roberto Perfumo, el Tío Ceferino ya era un experto en la vida, o sea que era un experto en el dolor. Su biografía unía dolores de cuello y dolores de amor, dolores políticos y dolores de ausencia. También dolores de fútbol porque lo jugó, precisamente, tratando de parecerse a Perfumo. Pero su dolor más hondo ocupaba otro espacio. Un dolor de conciencia.

-Por favor, contale-, rogó el Tío Ceferino.

-Le cuento que querías jugar como él.

El Tío Ceferino negó con la cabeza y con el cuerpo entero:

-Eso no. Lo otro.

El sobrino más chico del Tío Ceferino dominaba el origen del dolor de conciencia. Jugaba bien el Tío Ceferino, acaso mejor por esa voluntad de emular a Perfumo. "Le pegué como Perfumo", reiteraba. "Se la quité como Roberto", se elogiaba. Y así más. Y más.

Hasta un día.

El día en el que se instaló el dolor de conciencia.

Promediaba el invierno de 1974 y, solito frente a dos delanteros rivales, desamparado de cara a un mal sin salvación, el Tío Ceferino recuperó la pelota cerca de su arquero, cambió de ritmo, gambeteó a tres de la otra camiseta, la pasó, la volvió a recibir, sacó un derechazo maravilloso, se cercioró de que esa obra cumbre había concluido en gol y vació, sincera y descontrolada, la voz:

-Qué grande Beckenbauer.

Beckenbauer, Franz, alemán, brillante, rompedor de moldes, hacía eso. Lo había patentado en su irrupción en el Mundial de 1966, lo había profundizado en el Mundial de 1970 y lo había consumado campeón en el Mundial de 1974. Un fenómeno. Un imán. Un espejo.

-Roberto -soltó el sobrino más chico-, mi tío, el Tío Ceferino, quiso jugar como vos. Y lo proclamó. Y te adora. Y el mundo sabe bien que lo proclamó y que te adora. Pero, en el fondo, aunque le joda en el alma, más quería jugar como Beckenbauer.

Perfumo oyó entero y, siempre crack, sonrisa hospitalaria, contestó corto:

-Decile que por mí se quede tranquilo: a veces, yo también quería jugar como Beckenbauer.

Al día siguiente, el sobrino más chico llevó la respuesta.

Aliviado, con la conciencia sin dolores, el Tío Ceferino se jugó un partido genial. Como Perfumo, sí. Y como Beckenbauer.

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