Elvira y las estrellas


29 de diciembre de 2021

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por Ariel Scher

Vuela alto Elvira. Hermana de Miguel. Miguel Sánchez. El que siempre será atleta, militante, poeta, laburante, uno de los 30.000 desaparecidos que dejó el genocidio que sufrió la Argentina. Y Elvira siempre seguirá gritando: "Corremos por Miguel y por los 30.000".

Por Ariel Scher

Cuando Elvira decía "Miguel", el mundo se volvía una luz, y también un montón de estrellas abrazadas, y encima una invitación a que la gente se sintiera más gente. Y, enseguida, apenas la voz de Elvira -esa voz que se insinuaba ronca para desembocar dulce, esa voz que esbozaba temblores y al final brotaba con la firmeza de trescientos bosques- decía así, decía "Miguel" y ocurría todo eso, pasaba otra cosa más estremecedora, algo mágico y real a un solo tiempo: el mundo corría. Corría igual y distinto a cada vez que alguien corre en ese mismo mundo. Corría La Carrera de Miguel.

Elvira era -es, siempre va a ser- Elvira Sánchez, flaca, poderosa, docente, bajita, un jardín de ternuras. Y Miguel era -es, siempre va a ser- Miguel Sánchez, atleta, militante, poeta, laburante, uno de los 30.000 desaparecidos que dejó el genocidio que sufrió la Argentina. Una y otro, hermana y hermano, formaban parte de una familia labrada en sueños, fecundada en el suelo tucumano de Bella Vista, migrada en busca de más sueños hacia Villa España, en la tierra bonaerense de Berazategui. O sea que integraban una clásica historia de argentinidades, golpeada en el alma cuando una patota de la dictadura se llevó a Miguel, o sea cuando a Elvira se le fracturó la vida.

Hermosa Elvira, a partir de que se cumplieron dos décadas del secuestro de ese Miguel al que nombraba tan lindo, transformó la herida irreparable en pleno movimiento. En Buenos Aires y en Roma, en Bariloche y en Tucumán, al sur y al norte de donde fuera necesario, se convirtió en emblema de lucha a través de pruebas callejeras que llevan el nombre de su hermano. "Corremos por Miguel y por los 30.000" enfatizaba vez por vez esa voz ronca que desembocaba dulce, esa voz de temblores que se afirmaba como trescientos bosques. Y el mundo, convencido, corría al compás de esa voz.

Será imposible no extrañar esa voz y será imposible no extrañar a Elvira entera ahora que sabemos que se murió. Pero será además imposible que el legado de esa voz y de esa dama extraordinaria no continúe sonando. Cuando Elvira decía "Miguel", el mundo corría. Y, como ella repetía, corría la Memoria, corría la verdad, corría la Justicia. Seguirán corriendo. Y mucho, Elvira entrañable. Las estrellas abrazadas serán testigos.

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