La teoría de la cebolla en la historia del fútbol


09 de febrero de 2023

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por Ariel Scher

El Pibe la paró con amor, la pisó con oficio y la pateó con estilo. Después, la miró marchar sobre el suelo manso. La vio rodar un metro, y dos, y tres hasta que se estampó, delicada, contra un zócalo moribundo que tembló por el efecto del golpe. Nadie en el Bar de los Sábados quedó lejos del asombro. Es que allí, en el bar, donde el fútbol era una justificación para reunirse y reunirse era una justificación para existir, no resultaba frecuente que alguien parara, pisara y pateara nada. Y menos eso. Eso: una cebolla.

Ni siquiera el Alto, que estaba habituado a explicar el mundo desde el fútbol, entendía la circunstancia. Fue él quien, como pudo, apuntó al Pibe, estiró los labios y preguntó por qué. El Pibe lo escuchó y le dio a sus pupilas, otra vez, el ángulo suficiente para enfocar a la cebolla que, reposando contra el zócalo, parecía devolverle una mirada cómplice. «Me extraña que ustedes, expertos en la pelota, no lo sepan —dijo— pero la cebolla y el fútbol comparten una buena historia».

Un silencio cósmico se desplazó desde las telarañas que revestían el techo del Bar de los Sábados hasta el zócalo donde la cebolla seguía esperando en estado de siesta. El Pibe comprendió que ese silencio le exigía una respuesta. La dio: «Durante muchos años, las personas tuvieron un contacto sin obstáculos con la cebolla. La observaban crecer, la comían de formas variadas, le valoraban la valentía de hacerse reconocer en cualquier paladar. Pero, a diferencia de ahora, nadie lloraba ni al arrimarse ni al pelar una cebolla. Hasta que apareció el fútbol».

Nada en el Bar de los Sábados acotaba la dimensión del silencio que se instalaba cada vez que el Pibe hacía una pausa. Pero el Pibe no se intimidó. Y continuó, convencido de que la intensidad de lo que revelaba estaba a la altura de ese silencio: «No redonda pero casi, la cebolla fue un objeto esencial para jugar al fútbol desde que este juego, como un rayo, se metió en el alma de las sociedades. Si quedaran testigos, lo recordarían con la voz entrecortada. Muchos de los mejores partidos de la antigüedad se definieron con cebollazos memorables».

 

El Alto no podía salir de su fascinación. Los demás, tampoco. Pero al Pibe le restaba ofrendar un conocimiento más. «Ustedes comprenderán que, de tanto patearlas y patearlas, las cebollas del fútbol se iban rompiendo hasta partirse definitivamente», detalló. Fue él, entonces, quien se propuso una pausa mínima para construir otro silencio. También era cósmico. Y despachó el final: "Cuando las cebollas se deshacían, de golpe se acababa el partido. Y cuando se acababa el partido, algo que nadie quería, todos lloraban. Desde entonces y para todos los tiempos, las cebollas hacen llorar".

Al Pibe no le quedaba ni una sola palabra pendiente. Caminó hasta la cebolla, la separó del zócalo, y, de nuevo, la paró, la pisó y la pateó. Empujado por un impulso en el que iban su infancia, su identidad y sus ganas, el Alto se levantó de su silla del Bar de los Sábados, la vio venir y, también, la paró, la pisó y la pateó. Después, los dos jugaron un rato largo. Como para reivindicar que el fútbol siempre es una sonrisa posible. Inclusive, entre cebollas.

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