Literatura clásica de los clásicos de fútbol


23 de febrero de 2024

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por Ariel Scher

Entonces, el Negro Fontanarrosa dejó que las alas que tenía en cada rincón de su ser se le posaran en los dedos, y dejó que los dedos volaran como siempre le volaban y escribió así, de un tirón, de una caricia, de una emoción, algo en lo que cabe la condición humana, o cabe la Argentina, o cabe el mundo, o cabe todo eso junto y más que junto. Escribió: "Uno ha envejecido cinco años otra vez, igual que siempre. Todo por un clásico, apenas. Un partido de fútbol, simplemente".

Escribió esa brevedad alumbrante en su cuentazo "La observación de los pájaros" y no hace falta estar mirando la cara de nadie o capturando las respiraciones de nadie para saber que millones y millones y más millones de personas leen esa frase y dicen y sienten y entienden que ahí queda estampada una verdad. Una verdad: un clásico es un universo, el frente o la espalda, el paladar brillando o las encías empastadas, una canción enamorada o una sinfonía del olvido. Y en una faz o en otra, cara o cruz, cruz y cara, una oportunidad para la buena literatura sobre la existencia y sobre el fútbol. La Argentina nada en un río de letras clásicas sobre los muchos clásicos de la pelota que la atraviesan.

Fontanarrosa era muy de Central y era muy escritor y acaso sea ese un designio para que el clásico de Rosario sobresalga entre toda la literatura clásica sobre los clásicos. Lo versificó Rafael Ielpi al pintar a esa ciudad y se intuye imposible expresarlo mejor: "Fue una ciudad mansa/ donde nunca hubo batallas/salvo los fieros combates/ de leprosos y canallas". A esos "fieros combates" les dedicó textos que brotan como informativos pero constituyen pura poesía el canalla Jorge Brisaboa ("De Rosario y de Central", su libro de encantos, merece ser andado de punta a punta). Y, a su vez, les destinó un cuento que es plena información el leproso Rafael Bielsa. "Los dedos de mi hermano" se llama ese relato y la humanidad conoce cómo se llama ese hermano que juraba cortarse esos dedos si apretaban una victoria clásica y rosarina, una victoria que ocurrió: "Cuando me desperté, una felicidad sin costuras me envolvía por dentro. Tenía en la garganta el sabor que tiene en mí la felicidad: a damasco, a hidromiel, a dátil, sabor a ambrosía, a triunfo. Recién lo reencontré a mi hermano al sábado siguiente. No me atrevía a mirarle la mano".


Otro que no se atrevía a mirar ningún horizonte y justo en un instante cumbre de su derrotero era Daniel Rearte, quien plasmó esa perturbación originada por un clásico de Rosario en "Felicitaciones, Ingeniero", ternura narrada casi como cara contrapuesta del más célebre de los cuentos clásicos y de clásicos, o sea "19 de diciembre de 1971", Central-Newell's y Newell's-Central en cada suspiro, también Fontanarrosa en cada suspiro. Fontanarrosa, quien, a poquito de empezar esa maravilla, anotó con conciencia de mirador de clásicos: "Porque, oíme,  alguna vez lo tuviste que ver perder, a menos que no vayas a los clásicos". Inspirador Fontanarrosa: su biógrafo, Horacio Vargas, impecable periodista, labró "Pica", una sabrosa crónica -incluida en su libro "Crónicas de Rosario"- en torno de un recontrafana de Newell's que consigna una ironía quizás también clásica: "Por pudor, Pica jamás dirá que sus cinco primogénitos son de Central. Una maldición canalla". Inspirador Fontanarrosa de nuevo: en el libro Pelota de Papel 2, Aldo Pedro Poy, implícito protagonista de "19 de diciembre de 1971", escribió un cuento en el que quien mete un gol de palomita en un clásico es... Fontanarrosa. De esas sociedades entre las figuras de las canchas y los libros, el duelo rosarino ostenta una manifestación pura belleza. Nahuel Guzmán y Ángel Di María, en 2018, leyeron a dos voces el poema "Ausencias", de Kurt Lutman, artista integral, ex futbolista de Newell's. Comienza con este verso: "Que Rosario mire el clásico como una mujer y un hombre enamorados".

Había una biblioteca entera con literatura de Boca-River hacia 1988, cuando Fontanarrosa debutó como testigo del Superclásico y publicó una nota en El Gráfico ("Conocí el mar ya de grande, cuando había pasado la veintena. Estuve después en las pirámidas de El Cairo (el verdadero) atraído por la leyenda de Keops, Kefrén y Micerino, aquel terceto central como nunca más volverían a tener los egipcios. Y vi un River-Boca en cancha de River", sintetiza). En esa biblioteca saca del medio Leopoldo Marechal y su "Adán Buenosayres" ("Demonios infantiles, embanderados con los colores de River Plate o de Boca Juniors") para pasársela a Claudia Piñeiro en "Las viudas de los jueves" ("Como caerle con la camiseta de Boca a alguien de River") y también juega a lo crack Alejandro Dolina en un remoto apunte de la revista Humor: "Existe un espíritu boquense y un espíritu riverplatense. Ambos son, inclusive, anteriores a la existencia de Boca y River. Boca es el alma romántica. River, el clasicismo. Boca es fe y corazón. River es ciencia y cerebro. Cualquier historiador sensible podría reconocer, sin consultar documento alguno, las preferencias deportivas de los personajes de cualquier siglo. Alejandro de Macedonia fue -sin duda- boquense perdido. Aristóteles, su mentor, era de River". Algo de esa atmósfera emana de "Señor Labruna", de Rodolfo Braceli, entrecruce cumbre de River y de Boca, a través del vínculo entre el prócer Ángel Labruna y Estupor Corcuera, un docente con identidad azul y amarilla.

Cierto es que los papeles viejos guardan una lluvia de comentarios superclásicos enhebrados como periodismo pero cargados de literatura. Una contratapa de Osvaldo Soriano en Página/12 resultó mejor que el denso empate en cero que presenció entre Boca y River un domingo a la tarde. "Han pasado años y años y el de Boca y River y River y Boca sigue siendo un pleito de barrio", abrevió con su sello Diego Lucero, en Clarín de julio de 1967. En esa línea, el Superclásico relampaguea en una cátedra de atención sobre los latidos ciudadanos a cargo de Enrique Raab, magistral periodista al que desapareció la última dictadura. Salió en el diario La Opinión en abril de 1975: "A las 21.30, Boca Juniors se enfrentaba con River Plate, en un torneo cuya fascinación no se desgasta a pesar de haberse dirimido ya cien veces exactas a partir de 1931, o sea en la época que los tecnócratas definen como 'dentro del profesionalismo'".

Tan clásicos son los clásicos del fútbol en la Argentina que hasta hay un libro que reconstruye el devenir de muchísimos de ellos y que se titula, lógica al mango, "Clásicos". Lo elaboró el periodista e investigador Alejandro Fabbri, quien, con la precisión que distingue a sus trabajos, afirma sobre Racing-Independiente: "No hay en el mundo dos clubes de fútbol con tanta historia compartida, con semejante rivalidad y con una larguísima lista de éxitos nacionales e internacionales que se parezcan a Racing y a Independiente. No la hay en función de que ambos pertenecen a una ciudad ubicada por fuera de la principal capital del país, separados solamente por un río maloliente".

Liliana Heker, en su cuento "La música de los domingos", desgrana un fragmento que parece tirar paredes con la descripción de Fabbri: "Y fue en medio de ese silencio que, desde la ventana, llegó el sonido de la radio. Transmitía, con un volumen más alto que el habitual, algo que me pareció el clásico de Avellaneda". El peso de ese clásico se cuela, aunque tangencialmente, en "Toco madera", un cuento de Jorge Asís, y en "Montes, en el patio", otro cuento pero de Eduardo Sacheri ("Montes espera ni más ni menos que Racing lo empate" y por eso pospone una determinación terrible).

Hace rato que las coplas tribuneras más fuertes de la Academia se hunden sobre su adversario mayor y lo mismo sucede con lo que cantan las más rojas de las gargantas. Sin embargo, el pasado provee de unas estrofas en las que ambos clubes comparten elogios y buenas palabras. Son el fruto del talento de Celedonio Flores, poeta del tango, amigo de Carlos Gardel, hincha de Racing y articulador de lo que sigue: "Y las fiestas del músculo.../ y las fiestas/ Racing, Independiente y sus hinchadas/ la gloriosa academia de otros tiempos/ y los rojos de sangre endemoniada".

La Plata posee un suelo futbolístico en tensiones. En su novela "Gelp!", Daniel Krupa contornea la pasión y las pasiones de un hincha de Gimnasia. Tan hincha que Merlini, el protagonista, vacila sobre qué estrategia adoptar para ingresar en una librería y comprar "un texto vinculado con los otros". Ni dudas: con Estudiantes. El prólogo de esa obra es de Juan Sasturain, quien ya había desfilado por el clásico platense en el capítulo 7 de la novela "Arena en los zapatos" al recordar al jugador Héctor Antonio y detalla que pasó por los dos grandes de La Plata y también en uno los ensayos que conforman su "Wing de metegol". El "texto vinculado con los otros" al que alude Krupa bien podría ser "Un león en la trinchera", de Facundo Báñez, otra gran historia en la que un soldado extranjero se encandila con Estudiantes y tanto se encandila que, entre otros episodios, no sintoniza nada con otro combatiente pero hincha de Gimnasia. Vaya a saber si el cuento "Dos a cero", del pincha, periodista y gran narrador Walter Vargas, con el clásico platense como telón y dedicado a unos hermanos triperos, podría saldar tamañas diferencias.

A San Lorenzo y a Huracán los separan y los unen tantas cuestiones que casi no alcanzan los libros para enumerarlas. Pero sí la poesía. Al cabo, la esquina de San Juan y Boedo, tan pero tan del Ciclón, luce un bar bautizado Homero Manzi. Y Manzi (Homero Manzione en los documentos), poeta de tangos y de magias, era simpatizante del Globo. En "Dios es cuervo", un libro espléndido de Pablo Calvo, consta que en una de las grandes fiestas de San Lorenzo, el cantante e hincha José Ángel Trelles emocionó a una multitud de gente así de hincha como él entonando "La bicicleta blanca", una letra de Horacio Ferrer, encanto de compositor y devoto de Huracán. También en ese ese libro marchan las cadencias de "Toscano", un tango de Alberto Szwarcman en tributo a Alberto "Toscano" Rendo, notable con ambas camisetas: "Toscano de Pompeya y de Boedo/ contame de tu doble metejón,/ del corazón que aún te late entreverado/ por los colores del Globito y del Ciclón".

La amabilidad está expandida en "Waiting for the Mundial", uno de los "Ensayos Bonsai" del muy sanlorencista Fabián Casas, en el que confidencia que ese muysanlorencismo no le despabila antipatías particulares hacia el contrincante clásico. Pero no siempre el nexo replica esa convivencia. En "Esperándolo a Tito", un cuento fundacional de Eduardo Sacheri, Tito sobresale como estrella del barrio y, paciente y joven, absorbe un ruego o una imposición de su compañero Josesito: "A cualquier otro sí, Tito, pero a San Lorenzo por Dios te pido no vayás ni muerto, Tito". Y ni hablar hasta dónde se eleva la confrontación en "El casamiento", uno de los cuentos de Juan José Panno en "Corazón y pases cortos", en el que Mirta Ingrid y Ariel Ferdinando, los protagonistas, acuden a maridarse pero el antagonismo exacerbado de sus pertenencias futboleras complica el escenario. Qué se le va a hacer: después de todo, es el único clásico que puede enarbolar el orgullo de ser mencionado por Rodolfo Walsh en la indispensable "Operación Masacre", que, cerca del inicio, informa: "San Lorenzo derrota a Huracán en un encuentro anticipado del campeonato de fútbol".

Puede que a Banfield-Lanús lo aguarde un porvenir con más fábulas que las paridas hasta ahora. No obstante, ya sembró un jardín con palabras como flores. Una es "La camiseta de Banfield", de Cherco Smietnansky, abogado y muy activo en el área de derechos humanos del Taladro, que recupera un pasado familiar que duele y que deriva en un presente con espacio dulce para el rival granate: "Diego tocó la puerta de mi casa y con un corazón que le desbordaba de ternura, más una sonrisa pícara por su condición de hincha de Lanús, me entregó lo que aquel día había tomado de recuerdo, la camiseta de Banfield de mi querido hermano". La literatura es creíble e increíble de un solo golpe: el propio Smietnansky muta de escritor a protagonista en "Mito", de la pluma de Sergio Mercurio, otro narrador de Banfield, porque en un partido en superficie reducida deslumbra con una maniobra deslumbrante. Creíble e increíble: "Un hincha de Lanús me dijo que él presenció la jugada más increíble del papi futbol mundial y ante mi descreimiento me dijo que el protagonista era alguien de Banfield". Y concluye: "Cherco es el único mito banfileño que los hinchas de Lanús quieren robarnos". Mito y autor a un solo tiempo, Smietnansky goza de una relación cálida con Pedro Saborido, prolífico arquitecto de grandes ficciones y responsable de "Lanús Earth", un video por el centenario del club Lanús en el que el hilo discursivo lo lleva la imagen de Jorge Luis Borges, con una voz en off que lo parodia. Falsas o ciertas, no importa, una cantidad de insólitas estadísticas acompaña las imágenes. El clásico sureño rebrota en uno de esos datos: "El 11 por ciento de los habitantes de Lanús viviría en Banfield con el secreto objetivo de anexarlo".

Alguien interrogará por qué Saborido insertó al desfutbolizado Borges en una producción de una institución futbolera que hasta abarca una ironía sobre un rival especial. Nada de extrañeza. Al revés: muy oportuno. Fue Borges quien habló con más sabiduría que nadie sobre los clásicos. "Clásico es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad", sentenció.

"Con previo fervor y con misteriosa lealtad". Clásico. Así en la literatura como en el fútbol.

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