Turismo de fútbol


05 de enero de 2022

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por Ariel Scher

El sinuoso camino de cornisas que dibuja una pelota que viene de un córner, un delantero que intuye el gol, las pulsaciones aceleradas de un defensor: jamás verían nada idéntico en ningún sitio y en ninguna circunstancia de la gente.

En el Bar de los Sábados, donde hablar del fútbol y hablar de la vida era casi un único acto, todos sabían que la agencia de turismo del Roto amagaba con ser un desastre tan grande como un arquero que le teme a los arcos. Las montañas, las ciudades y los mares tentaban a multitudes, pero, por variadas razones, las multitudes ejercían esa tentación sin apelar a la agencia del Roto. Sin embargo, un día el destino cambió de golpe. Fue cuando unos extranjeros audaces leyeron un folleto y se entusiasmaron con una propuesta que a nadie más se le hubiera ocurrido ofrecer. Para el Roto, individuo de fútbol, resultaba todo un orgullo. Se trataba de la primera excursión al área chica.

El Roto lo contó alborozado en el Bar de los Sábados, con la nariz envuelta por el aroma del café: “Esos turistas salvaron a mi agencia, pero creo que esa excursión los salvó a ellos”. Así fue. Aquellos turistas ya habían recorrido el suelo de los océanos y los techos del planeta. No obstante, percibían que algo en sus esencias estaba vacío. La primera excursión al área chica, una idea original pero desesperada del Roto para que su agencia no se hundiera, los sedujo sin razones. Y no se arrepintieron jamás.

Ya no sólo con aroma, sino también con gusto a café, el Roto detalló en qué consistía la excursión. Dijo que llevó a los extranjeros por el sinuoso camino de cornisas que dibuja una pelota que viene de un córner, y que los ubicó frente a los ojos inigualablemente abiertos de un delantero que intuye la posibilidad del gol, y que los hizo escuchar las pulsaciones aceleradas de un defensor que tiene resuelto dejar el alma para que ese gol no exista, y que les avisó que jamás verían nada idéntico en ningún sitio y en ninguna circunstancia de la gente. Dijo, además, que los hizo aspirar los tres aires sublimes que pueden desfilar por un área chica: el aire quieto que provocan un delantero y un arquero cuando quedan cara a cara, el aire ausente que siente aquel de los dos que perdió el duelo, y el aire entero que devora el que lo ganó. Según el Roto, aquellos turistas se fueron conmovidos y con los pulmones a pleno.

Ya se sabe cómo son estas cuestiones. Los turistas tuvieron la necesidad y la generosidad de reproducir su experiencia ante otros turistas, y esos turistas hicieron lo mismo con otros, y esos otros ante otros, hasta dar forma a una cadena que logró que la agencia del Roto migrara de la nada a la prosperidad. Acaso por eso, y también porque era un hombre que entendía que compartir es tan importante como respirar, ese sábado el Roto pagó todas las vueltas de café y hasta anticipó un nuevo proyecto turístico igual de cautivante que la primera excursión al área chica: buscar huellas de gambetas perdidas en algún rincón de la cancha. En el Bar de los Sábados, lo llenaron de augurios de éxito. Y no erraron. Es que el fútbol, a la vista, parece sólo un gran juego, pero, en el fondo, es un viaje que siempre va hacia el centro de la condición humana.

 

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