24 de junio


23 de junio de 2022

Compartir esta nota en

por Ariel Scher

De todos los dilemas que pueden provocar que una persona dude sobre si se justifica la vida, el mejor amigo de mi primo más querido sudaba por el peor: ¿qué hay que hacer un 24 de junio: ir al cumpleaños de Messi o al de Riquelme?

Había quienes le retrucaban que, día a día, burbujeaban conflictos más severos. Caso clásico: ¿Es correcto afirmar que hay libertad individual en un escenario de  ausencia de la justicia social? Otro: ¿los miserables son quienes padecen la miseria o quienes la producen? Sin embargo, el mejor amigo de mi primo más querido, durante una década, replicó que esos constituían debates determinantes pero al lado de la coincidencia de los cumpleaños de Messi y de Riquelme no representaban casi nada.

Y en eso se mantuvo hasta que descubrió que la vida siempre presenta alternativas más complejas. Una a una, como una maldición y además como un asombro, se le vinieron encima: ¿qué hay que hacer un 24 de junio: honrar el aniversario la muerte de Carlitos Gardel  del 24 de junio de 1935 o hacer eso con el aniversario de la muerte de Rodrigo Bueno del 24 de junio de 2000?, ¿qué hay que hacer un 24 de junio: mirar mil veces el gol que en esa fecha y en 1990 le metió Caniggia a los brasileños en el Mundial de Italia o enfocarse claro que mil veces en el gol que en esa fecha le embocó Maxi Rodríguez a México en el Mundial de Alemania?, ¿qué hay que hacer un 24 de junio: leerse un libro de Ernesto Sabato, parido en esa jornada de 1911 sobre el suelo de la Provincia de Buenos Aires, o repasar la trayectoria de Juan Manuel Fangio -"gemelo astral" de Sabato como alguna vez sintetizó el propio Sabato-, alumbrado en coincidencia el 24 de junio de 1911 sobre el suelo de la Provincia de Buenos Aires?, ¿qué hay que hacer el 24 de junio: estudiar la concepción de Osvaldo Zubeldía, entrenador del Estudiantes de La Plata campeón de todo y nacido también sobre el suelo de la Provincia de Buenos Aires el 24 de junio de 1927, o las propuestas de Sam Jones, que se tornó entrenador de básquetbol luego de obtener diez títulos en la NBA con los Boston Celtics sin que por eso dejara de soplar las velitas cada 24 de junio?, ¿qué hay que hacer un 24 de junio: tomarse una cerveza feliz porque Jack Dempsey, grande entre los grandes boxeadores de cualquier época, llegó al mundo en ese día de 1897 o maldecir las mierdas del siglo veinte a causa de que al polaco Zbigniew Kazmierczak, coparticipante de un atentado contra la Gestapo de los nazis, lo registraron en el campo de concentración de Auschwitz, horror entre los horrores fabricados por el hitlerismo, el 24 de junio de 1943, y que en su confinamiento debió subirse a un ring?, ¿qué hay que hacer un 24 de junio: descular cómo hizo Nelinho, marcador de punta brasileño, pateador seminsuperable, para clavarle a Italia un derechazo supersónico en el partido por el tercer puesto del Mundial de 1978 que, desde luego, se disputó el 24 de junio o indagar qué inspiró a Mauricio Isla, marcador de punta chileno, para que el 24 de junio de 2015, plena Copa América en su país, le fluyera un zapatazo que significó la victoria frente a Uruguay?

El mejor amigo de mi amigo más querido hubiera tenido suficiente con tamaña lluvia de interrogantes que abarcaba la historia de la filosofía, la historia de la metafísica y la historia de la mismísima historia, pero necesitó formularse una cuestión más. No cualquier cuestión. Una más aguda, más hiriente, acaso más inabarcable que todas las precedentes: ¿por qué tanto del pasado del fútbol, y del de otros deportes, y del de la música, y del de la literatura, y del de lo más festivo y lo más espantoso de la existencia, había sucedido los 24 de junio?

Abundan las personas que se rinden. No ejercía de eso el mejor amigo de mi primo más querido. Así que buscó. Y después de buscar, buscó. Trató de resolver por qué la Liga Santafesina de Fútbol fue creada el 24 de junio de 1931. Quiso conversar con la familia de David Alaba, figura de la selección de Austria y del Real Madrid, con un documento que certifica que llegó al mundo el 24 de junio de 1992. Entrevistó a tenistas y a astrólogos para descifrar por qué el duelo más extenso de todas las edades del tenis aconteció en Wimbledon, en 2020 entre el estadounidense John Isner y el francés Nicolas Mahut, y acabó luego de más de once horas durante el 24 de junio. Y, hallazgo culminante, se topó con "Fuegos de junio", una publicación de los periodistas de "Lástima a nadie, maestro" (por cierto, una expresión original de Diego Maradona, quien le dio a Caniggia el pase de gol el 24 de junio de 1990 y, ni hablar, pobló las tribunas del estadio de Leipzig el 24 de junio de 2006 para asistir al golazo de Maxi Rodríguez). Allí cada página avanzaba sobre los misterios cósmicos por lo que tanta gente y tanto hecho se concentraban un 24 de junio atrás del otro.

Todo le brotó maravilloso.

Pero sin explicación.

Hasta que aterrizó en Jorge Luis Borges y en Adolfo Bioy Casares. Porque al mejor amigo de mi primo más querido sólo le quedaba la certeza de que asistía a un fenómeno fantástico. Y nadie produjo literatura fantástica como Borges y como Bioy Casares. Separados. Y unidos. Unidos concibieron a un autor de veinte dedos -los de ambos- al que denominaron Honorio Bustos Domecq. Tipos divertidos, no fabularon sólo el nombre (con apellidos del árbol genealógico de uno y de otro) sino que le armaron una biografía completa. En ese juego de imaginaciones, Bustos Domecq nació en Pujato, provincia de Santa Fe. Increíble. Otra clave. ¿Qué tipo famoso, aparte de Bustos Domecq, apareció en la Tierra precisamente en Pujato? Seguro: Lionel Scaloni, el conductor de la Selección Argentina, un muchacho que el 24 de junio de 2006, con Maxi Rodríguez graduándose de mago y con Maradona enfervorizado en la tribuna, integró el equipo celeste y blanco.

Borges y Bioy Casares firmaron como Bustos Domecq el más futbolero de sus cuentos. Se denomina "Esse est percipi", que en castellano significa "Ser es ser percibido". Como toda la literatura, es mucho más apasionante leerla que referirla, pero resulta ineludible revelar que el mejor amigo de mi primo más querido parpadeó siete veces cuando se chocó con una frase que le transformó en menores a todas sus elucubraciones previas y le corroboró que aquel dilema entre el cumpleaños de Messi y el de Riquelme lo había transportado a un agujero mayúsculo. ¿Qué decían Borges y Bioy Casares, o sea Bustos Domecq? "El último partido de fútbol se jugó en esta capital el 24 de junio del 37". Messi, Riquelme, Caniggia, Maxi, Zubeldía, Gardel, Sabato, Fangio, Rodrigo, más y más y más y más y más. Y, por si no alcanzara, entre todas las jornadas de todos los calendarios de todos los almanaques, Borges y Bioy Casares escogieron esa. ¿Por qué?

El mejor amigo de mi primo más querido intentó montones de rutas en busca de armar algo vecino a una tesis. Hurgó en horóscopos, caminó bibliotecas especializadas en culturas borradas de la memoria, se hizo amigo de individuos que ni le importaban pero en cuyos documentos constaba que habían abandonado vientres maternos el 24 de junio.

Y nada. Menos que nada.

Resignado, sin respuestas, el mejor amigo de mi primo más querido mutó sus preocupaciones a otros dilemas. En una de esas se topaba con una realidad más amigable. Se impuso, entonces, explorar los tiempos fundacionales del fútbol argentino. Una problemática que lo sedujo fue el vínculo con los británicos. ¿Somos hijos e hijas futboleros del Reino Unido o somos pares a quienes convencieron de que son hijas e hijos de esos señores? ¿El estilo inaugural del fútbol argentino heredó o contrastó con el sello del juego de los ingleses? Y mil como esas en las que decodificó que le funcionaría perfecto una nota de Osvaldo Soriano, en el diario La Opinión, sobre el primer triunfo de un equipo de acá sobre uno de súbditos de la corona británica: Alumni 1-Sudáfrica 0.

Lo conmovió la crónica en párrafos como este: "La emoción fue insoportable. El público gritó por primera vez, entró a la cancha a saludar a los futbolistas locales. Las damas levantaban innecesarias sombrillas y agitaban minúsculos pañuelos tocados por el rouge. El presidente Figueroa Alcorta no pudo con su genio y bajó a la cancha, donde el match se había interrumpido, para abrazar al autor del gol".

El mejor amigo de mi primo más querido se sintió seguro de que incursionaba en preocupaciones más saludables.

Hasta que detectó esta frase: "Doce mil personas, entre ellas el entonces presidente de la Nación, doctor José Figueroa Alcorta, se habían reunido en la cancha de Sociedad Sportiva esa tarde del 24 de junio de 1906. Eran pocos los que suponían que iban a ser testigos de una de las mayores hazañas del incipiente fútbol argentino". Maldición y asombro de nuevo: el 24 de junio era capaz de colarse por cada una de las puertas del universo.

Por las dudas, enfocó la fecha de publicación del artículo del gran Soriano. Infalible: 24 de junio de 1972.

Frente a ciertos desafíos no hay manera. La condición humana pretende ponerlos lejos pero vuelven, vuelven, vuelven.

Consecuencia: el mejor amigo de mi primo más querido retornó a sus preocupaciones por el 24 de junio. Perdura sin esclarecer el horizonte. Pero aprendió a tomarlo de otro modo.

Ahora mismo, investiga los misterios descomunales del 24 de junio de cara a una imagen del Sargento Cabral, mártir patrio, que nació el 24 de junio de 1789. Lo hace con los tímpanos acariciados por el la guitarra de Luis Salinas, un crack que celebra cumpleaños cada 24 de junio, aunque, cuando quiere acelerar las pulsaciones, apuesta a los versos del Duki, el trapero que soltó sus llantos natales en Buenos Aires el 24 de junio de 1996.

Y anda contento. Le resta elegir si este 24 de junio se arrimará al cumpleaños de Messi o al de Riquelme. Dilemas son dilemas y este continúa siendo bravo. Tal vez vaya a los dos. ¿Imposible? No jodan. Es 24 de junio y puede ocurrir cualquier cosa. Creer o reventar.

Compartir esta nota en