Barracas, Patronato, arbitrajes y esa persistente obscenidad de ultrajar la inocencia


27 de julio de 2022

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por Redacción Relatores

Así es imposible. La candidez es insostenible. Aquel fanático sano de 'El hincha' de Discepolín se ha quedado enmudecido. Atontado. Sin argumentos ya para defender lo indefendible. Y Beligoy justificándolo todo. Oscuro, denso y lóbrego como las noches brumosas de los inviernos porteños. Un relato imaginario, y no tanto.

Télam

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Supongamos que es un martes por la noche. Supongamos que es invierno. Supongamos que hace frío, húmedo, llueve copiosamente y no hay café o bar que funcione como refugio dónde huir. Supongamos que hay un entrenador que está terminando de cenar, en su casa. Se arrima a la estufa. En pantuflas. El televisor está encendido. Supongamos que ese entrenador dirige un equipo que pelea el descenso. ¿Tan pronto? Sí. Recién llegó, y ya pelea el descenso. El plantel que dirige también recién llegó, y -como espada de Damocles- ese filo de la pérdida de la categoría pesa sobre sus existencias. ¿Cómo puede ser posible? ¡Van diez fechas, faltan casi 20! No importa. El fútbol argentino normaliza lo anormal.

Así es el fútbol vernáculo. Así de perverso. Irregular. Anómalo. Amorfo. Disforme. Dicen que la mayoría de los y las hinchas, lo son de los -denominados- clubes "grandes". Dicen. De ser así, esa mayoría no sabe de promedios. No sabe de calculadoras. O no está tan acostumbrado. Alguna vez le tocó a algunos, pero no es "la norma" ni "lo normal". Son sólo circunstancias coyunturales rápidamente remediadas, porque el sistema permite anomalías pero no las tolera demasiado tiempo. Son situaciones cuasi inverosímiles que sirven de alimento balanceado para la anécdota. Un apéndice al pie de la página que sirve para que la regla se jacte de tal, y se confirme con la excepción. Con esto se conforma el ansia de ciertos penosos relatos y ladridos amplificados en loop. Se trata de legitimar lo amoral. De que lo incomprensible -ante cualquier razonamiento mínimamente analizado- prevalezca. "Las más vulgares respuestas de compadrito ante la evidencia de la razón", acuñaría sabiamente Alejandro Dolina. Una maquinaria perversa de lo inadmisible. ¿De que se trata todo esto? De Promedios. Esa insólita cuestión de arrastrar campañas; de otros técnicos, de otros jugadores, inclusive de otras dirigencias. Así de infame. Y en este escenario es donde aparece el relato de "desdramatizar", de "calmar", de... De algo que se parece mucho a echar más combustible al fuego. ¿Y el hincha? Ahí, viéndolo todo. Siempre. Padeciendo la maldición espectadora. Es absurdo, pero el fútbol argentino normaliza lo anormal.

Sigamos. Supongamos que ese entrenador, que acaba de terminar de cenar, que tiene el televisor encendido, hace zapping, porque en ambos partidos juegan rivales directos. Calculadora en mano, salta de canal en canal. Percibe que uno de los dos encuentros se liquida pronto. En apenas 20 minutos, Rosario Central le asesta tres golpes de nocaut a Arsenal. El choque en el Viaducto pareciera bajar las cortinas demasiado rápido. El entrenador -cuasi inconscientemente- comienza a dedicarle más atención estrecha a Barracas Central y Patronato. El entrenador hace cuentas. Sabe qué pasa si pierde uno, si pierde el otro, si empatan. Estudia a sus rivales directos, porque los tiene cerca. Más próximos que nada.

Supongamos que observa que Patronato -que viene de ganarle a Tigre, que juega cada partido como el último (porque de hecho no tiene margen)- lo hace mejor que su rival. Mucho mejor. Tanto que convierte un gol. Parece lógico. ¡Al fin la lógica! Un partido de resultado razonable. Pero el fútbol argentino no es lógico. Está lejísimo de la cándida 'dinámica de lo impensado' de Dante Panzeri. A años luz. Es la dinámica de lo planificado. Contrafáctico. Todo tras el escudo del 'error'. Un 'error' del que se abusa sistemáticamente. Contrafáctico. Pero todo huele a eso, a lo putrefacto, aunque a nadie le convenga admitirlo. Es la dinámica de lo irracional. De lo injusto. De lo vergonzoso. Claro, indigna. Supongamos que ese entrenador estaba anotando. Furtivamente anotaba maniobras, anotaba movimientos de rivales, puntos a los cuales prestar atención. Anotaba todo. Lógico. Quiere ganarle a sus rivales directos.

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Sin embargo dejó de anotar. Miró el block de hojas. Devolvió la mirada al televisor, y sin regresar la vista hacia sus escritos, arrancó la hoja de apuntes, la hizo un bollo, y se la arrojó al gato. Fin. "Es todo", pensó. "Contra esto no se puede", esbozó tras un suspiro de resignación. Esa hoja -hecha pelota improvisada- consiguió un mejor propósito. Juguete, más que 'manual de estrategias para ganar un partido venidero contra un rival directo'. Porque el fútbol argentino es así. Un grotesco obsceno. Un ultraje. No es 'impensado'. Es planificado. Al menos es lo que sospecha. Y allí quedó, nuestro entrenador, atónito en su inocencia, con la cena atravesada y ya sin argumentos, frente a un televisor que le devolvía -sin ruborizarse- que el árbitro Jorge Baliño, y Diego Abal y Diego Ceballos -a cargo de la tecnología del VAR- anulaban (de forma absurda) dos goles de Patronato, y en uno de ellos -además- retrotrajeron la jugada para cobrar un penal que nunca existió en favor de Barracas. Ni la justicia poética de las manos de Altamirano logró aminorar el bochorno que se vivió en la brumosa noche de Floresta. El fútbol argentino normaliza lo anormal. Convalida lo irracional.

Supongamos que ese entrenador, que acababa de terminar de cenar, que tenía el televisor encendido, sintió empatía profesional -y hasta humana- por Facundo Sava, entrenador de Patronato. No pudo no hacerlo. "Tengo ganas de llorar y no dirigir nunca más", le escuchó decir este entrenador, frente al televisor, a su colega apesadumbrado. Empatizó. Se vio a sí mismo. Mientras, un gato jugaba con unas inservibles anotaciones. Y nuestro entrenador veía a los jugadores del equipo paranaense siendo atacados por policías munidos de escudos antidisturbios y posteriormente tratados como delincuentes. Todo dentro del campo de juego. El fútbol argentino normaliza lo anormal. El fútbol local parecería una fantasía mal contada. Distorsionada. Una pesadilla en el armario de Narnia. "Así es imposible", repetía. La candidez resulta insostenible. Y "El hincha" del querido Discepolín se quedó enmudecido esta vez. Sin argumentos para defender lo indefendible. ¿Cómo alentar después de esto? ¿Cómo hacer para creer en algo parecido a 'competir en buena ley y coso'?

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La participación del Video Assistant Referee (VAR) está cada vez más cuestionada en el fútbol local. Buscan hormigas, mientras manadas de elefantes pasan por detrás. ¿Errores o desidias preplanificadas? ¿Profecías autocumplidas? La lupa está puesta sobre las -según dicen- "sugestivas" designaciones de la Dirección de Formación Arbitral a cargo de Federico Beligoy. 

Arbitrajes sospechados. Una tabla de puntos para el 2022. Otra tabla para las copas. Otra tabla más para los nefastos e inconcebibles promedios. ¡Una cuarta tabla! de cómo quedarían los promedios para el 2023. Una calculadora. Dirigencias oscuras. Hinchas negando lo evidente en virtud de 'la pasión por los colores'. ¿Esto es el 'Fútbol'? ¿Un 'Juego'? ¿Un 'Deporte'? ¿O es un relato con el cual nos arrullamos antes de dormir? ¿'Es' o 'queremos' que sea? El fútbol argentino normaliza lo anormal.

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¿Y nuestro amigo? El entrenador angustiado. ¿Qué le queda por hacer mientras mira las gambetas de su mascota? ¿Qué planificar? ¿Qué conversar con sus dirigidos? ¿Cómo jugar? ¿Pensar en el rival o pensar en los árbitros? ¿Y en quién -o quiénes- más tendrá que pensar? ¿Es esto el fútbol? ¿Una pelota, dos arcos, dos equipos y gana el que más la emboca en la "dinámica de lo impensado"? ¿De verdad hay que creerse este relato? Se nota mucho. Exageradamente mucho. Muchísimo. Así es muy difícil competir. Casi imposible. Y lo peor de todo es que el fútbol argentino, hace más de 40 años que no para de normalizar lo anormal.

Por Diego Pintos.

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