Chelsea y el mundo


14 de febrero de 2022

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por Ariel Scher

Crónica de un campeón que sintetiza de manera un poco enmascarada y otro poco brutal en qué fase anda el capitalismo o qué cosa se ha vuelto este mundo.

Una manera de dar la noticia es así: con goles de un belga hijo de un jugador congoleño (al que la necesidad de sobrevivencia empujó a Bélgica) y de un alemán y con un equipo titular que presentó a un senegalés, un dinamarqués, un brasileño, un alemán cuya mamá llegó con desesperaciones económicas desde Sierra Leona, un vasco, un francés con papá y mamá nacidos en Malí y un croata más dos ingleses, uno de los cuales es hijo de un inmigrante que era futbolista en Ghana, más el ingreso de un marroquí formado en los Países Bajos, un alemán y un estadounidense, todos jugadores orientados por un cuerpo técnico encabezado por un alemán y contratados por un dueño de la institución parido en Rusia y con nacionalidades añadidas de Portugal y de Israel que acumuló capital por el desguace de lo que fue el estado soviético y por un presidente del club que es un abogado estadounidense que trabaja en negocios de mercado de capitales y de privatizaciones, todos, además, vestidos con la ropa de una empresa con sede central en el suelo estadounidense de Oregon, con el patrocinio de una multinacional de la telefonía móvil con peso mayoritario de una empresa que cotiza en Hong Kong y con indumentaria de entrenamiento que expone como sponsor a una corporación alemana líder en la búsqueda internacional de hotelería, Chelsea le ganó 2 a 1 a Palmeiras y salió campeón del mundo en un estadio emplazado en Abu Dhabi, capital de los Emiratos Árabes Unidos, o sea a unos 5.500 kilómetros de Londres (San Pablo, la urbe del Palmeiras, se levanta a más de 12.000 kilómetros de esa cancha), donde el equipo vencedor fue fundado en 1905, lo que generó el júbilo legítimo y lleno de identidad de sus hinchas que, de a miles, son ingleses y habitan, en especial, en la capital de Inglaterra, tanto como la alegría de otros hinchas que jamás pisaron y acaso jamás pisarán esa capital pero andan vestidos con los colores (y los patrocinantes) del Chelsea como efecto de una avalancha de ofertas estimuladas por organizaciones transnacionalizadas que producen o que venden juegos electrónicos que incluyen al fútbol y de otra avalancha de partidos que todo el año son esparcidos en las pantallas del planeta por megacorporaciones de la industria de la comunicación (en la Argentina, por ejemplo, los goles del belga hijo de un jugador congoleño y de un alemán fueron emitidos en directo -con un pago adicional al del servicio básico de cable- por una compañía estadounidense que se fue digiriendo a otras compañías estadounidenses de medios y de más cosas que medios), suscitando un fenómeno con un impacto tan pero tan arrasador que hay millones de personas en cualquier país de la Tierra a las que en este tiempo les resulta menos difícil acceder a una imagen del Chelsea que a la nutrición mínima o a la salud básica.

Otra manera de dar la noticia es así: un equipo de origen inglés al que, en muchas dimensiones, ya resulta impreciso llamar inglés o solamente inglés le ganó 2 a 1 a Palmeiras y salió campeón del mundo, lo que constituye un título exacto porque ese partido que ganó sintetiza de manera un poco enmascarada y otro poco brutal en qué fase anda el capitalismo o qué cosa se ha vuelto este mundo.

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