Continuidades heroicas del nacionalismo deportivo


02 de noviembre de 2022

Compartir esta nota en

por César R. Torres

A mediados de mayo de 1924, pocos días antes de que viajara a Paris para participar en los Juegos Olímpicos de ese año –que constituía el debut argentino en ese evento–, el equipo de esgrima fue agasajado en el Jockey Club.

Luego de varios asaltos de exhibición, Román López, el presidente de la Federación Argentina de Esgrima, tomó la palabra para despedir a los esgrimistas. Les manifestó la esperanza de que respondieran “como buenos, con la voluntad y la entereza que os caracteriza, a la confianza que en vosotros tenemos depositada”.

También les dijo que tendrían la misión de demostrar “la hidalguía y vigor de nuestra raza, de esa raza de valientes y abnegados que nos dio la patria, al grito de libertad e independencia, lanzado el 25 de Mayo de 1810”.

Agregó su deseo de que “conquistar[an] lauros, para depositarlos a vuestro regreso, al pie de la gloriosa enseña azul y blanca, símbolo sagrado de la nacionalidad argentina”. Ese, manifestó antes de concluir su discurso, sería “el mejor obsequio que podréis ofrendar a la patria en el 108 aniversario de la jura de su independencia”.

El mes pasado, casi cien años después, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) agradeció, por medio de un video y “en nombre de todo el pueblo argentino”, que Lothar Matthäus donara la casaca que Diego Armando Maradona vistió en la final de la Copa del Mundo de 1986. Matthäus y Maradona, capitanes de las selecciones de Alemania y de Argentina, respectivamente, habían intercambiado sus casacas al término del partido.

En un momento, la voz en off del video dice: “Oíd amigos el grito sagrado. Porque junto a la bandera que izó Belgrano, al sable corvo con el que cruzó San Martín, llegó a suelo patrio la armadura con la que peleó hasta la muerte Maradona Diego Armando”.

Estas frases acompañan imágenes de hombres jóvenes con la casaca nacional, de los jugadores argentinos festejando durante la final, de un niño ondeando la bandera argentina en un pueblo presuntamente cordillerano, del sable, de la casaca de Maradona en una vitrina y de este santiguándose y celebrando, vistiéndola.

Es notorio cómo los dos acontecimientos abiertamente enlazan al deporte con la lucha independentista, con sus figuras culminantes y con la bandera nacional, y cómo exponen a los deportistas como representantes del humus autóctono.

Así, a comienzos tanto del siglo XX como del siglo XXI, la nación argentina, es, en buena medida, imaginada a través del deporte, que, como postuló el antropólogo Eduardo Archetti, es una de “las zonas libres de una cultura”, proclive a la creatividad nacionalista. Si bien en la década del veinte del siglo pasado el fútbol permitía una módica presencia de otros deportes en la narrativa de la identidad nacional; en la actualidad, la sobrerrepresentación futbolística obtura esa posibilidad.

La narrativa que enlaza deporte y nación, propuesta por la AFA y por las fuerzas del mercado, converge principalmente en el fútbol. Por otro lado, esa narrativa rescata y gira en torno a Maradona, aun en su muerte, convertido desde hace décadas en un héroe nacional –“valiente y abnegado” en la fórmula de López, y cruzado por dichas y desdichas, marchas y contramarchas, aciertos y desaciertos–, junto a Belgrano y a San Martín. Después de todo, su casaca es presentada como una armadura simbólicamente equivalente a la bandera creada por aquel y al sable utilizado por este.

También es notorio cómo los dos acontecimientos refuerzan que la narrativa deportiva de la nación ha sido eminentemente masculina. No solo no hubo mujeres en el equipo de esgrima que viajó a Paris para participar en los Juegos Olímpicos de 1924, ni en toda la delegación argentina al evento, sino que López en su discurso de despedida a los esgrimistas señaló que en el agasajo “no falta la nota de distinción, elegancia y belleza de la dama argentina, hoy como ayer y como siempre, entusiasta y palpitante a todas las manifestaciones de la vida nacional”. Entusiasta y palpitante, pero no partícipe.

Por su parte, en el video de la AFA las mujeres están prácticamente ausentes. A pesar de su creciente, aunque marcadamente modesta, visibilidad, el deporte femenino sigue soslayado. En palabras del sociólogo Pablo Alabarces, como la mayoría de las narrativas nacionalistas, la relación deporte y nación ha sido “producida, reproducida, protagonizada y administrada por hombres”, en un ejercicio de poder que sostiene un orden heteropatriarcal.

Lamentablemente, a las deportistas no se les permite soñar en convertirse en heroínas de la nación.

 

Es una estupenda nota publicada recientemente, el periodista Ariel Scher indaga sobre las diversas posturas que los/as hinchas asumieron en el desenlace del último campeonato masculino de fútbol. Abrevando en diversos/as especialistas en ciencias sociales, enfatiza que los modos de ser hincha han variado durante la historia del fútbol argentino y que estos, con sus valoraciones, han sido naturalizados.

Asimismo, resalta que el posicionamiento frente a los variados modos de ser hincha conlleva concepciones sobre cuestiones fundamentales como “la ideología, las visiones sobre la condición humana o la interpretación de qué es lo que está en juego en este juego”. La nota invita a pensar la construcción de sentido a través del fútbol y, en forma más amplia, del deporte.

En ese espíritu, el viejo discurso de López y la flamante puesta en escena de la AFA manifiestan, en conjunto, la estrecha relación que la dirigencia deportiva ha articulado entre deporte y nación. Estos acontecimientos sugieren que la articulación de esta relación ha sido continua a lo largo de, por lo menos, los últimos cien años. Parafraseando a Scher, la manera en que se ha ingeniado el nacionalismo deportivo devela un aspecto prominente de lo que ha estado en juego en el juego.

Si las variaciones históricas de los modos de ser hincha aluden a fracturas en el ethos futbolístico, los dos acontecimientos señalan una continuidad en la articulación de la relación entre deporte y nación. Esa continuidad, con su historia y con sus peculiaridades, es una construcción de sentido, que, como insistiría Scher, debe ser interrogada y desnaturalizada.

Porque la narrativa del nacionalismo deportivo imperante, que supuestamente amalgama, no es la única imaginable. No obstante, para imaginar alternativas, simbólicas y materiales, hay que comprenderla o, como proponen los/as especialistas en ciencias sociales, interpretarla. De no ser así, el status quo se seguirá aceptando y reproduciendo como una manifestación indefectiblemente “natural”. Y en el ámbito social, lo “natural” es una asunción acrítica de lo establecido como habitual.
 
César R. Torres es Doctor en filosofía e historia del deporte. Docente en la Universidad del Estado de Nueva York (Brockport).

Compartir esta nota en