Cuando un estadio de fútbol ovacionó al Che


07 de octubre de 2022

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por Ariel Scher

Ese es un estadio de fútbol. Un estadio entusiasmado. Un estadio de Argelia, de 1963 y de fervores. Un estadio que ovaciona al Che. 

Puede que Ernesto Guevara haya imaginado que un estadio de fútbol lo ovacionaba durante alguna de las tardes de infancia en las que proclamaba que su ídolo era el Chueco García, un gran puntero izquierdo de Rosario Central y de Racing. O que esa perspectiva lo haya atravesado, también en la niñez, en algún rincón del Sierras Hotel de Alta Gracia y junto con su hermano Roberto, mientras, con precisión de estadígrafo, reiteraba los nombres de las figuras de cada equipo renombrado de la Argentina. O que, inclusive, haya sostenido esa ilusión en cada una de las insólitas experiencias futboleras que disfrutó sobre las geografías más profundas de América en el mítico viaje continental que compartió con su amigo -y talentoso jugador- Alberto Granados. Pero no. La ovación llegó en otra parte. Lejos. Bien lejos. Y la recibió con sonrisas aunque sin indumentaria deportiva.

Grande entre los grandes periodistas franceses, Jean Daniel le entregó sus oídos a esa ovación. Y la dejó plasmada en la entrevista con el Che que realizó en julio de 1963 para publicarla en Express. Se trata de un material que el mundo continúa releyendo porque integra "El socialismo y el hombre nuevo", un libro concebido en 1977, a diez años del asesinato de Guevara, que, en sucesivas reediciones y traducciones, gira por el planeta. Así escribió: "Los argelinos lo han adoptado; la otra tarde, cuando llegó al estadio para asistir a uno de lo más extraordinarios partidos de fútbol (egipcios contra argelinos) que he presenciado, 15.000 espectadores lo aplaudieron durante largo tiempo, calurosamente".

Muchas biografías del Che apuntan que su primera visita a Argelia transcurrió entre el 3 y el 24 de julio para sumarse a los actos en los que la nación norafricana celebraba el primer aniversario de su independencia. También para efectuar una exposición -el día 16- en el Seminario sobre Planificación, dentro de la cual desplegó una suma de detalles de la acción del gobierno revolucionario de Cuba desde 1959 y cargó la garganta en una frase: "Poniendo nuestro grano de arena al servicio de la gran aspiración de la humanidad: la eliminación de la explotación del hombre por el hombre".

El texto de Daniel ingresó en las memorias porque, entre otros conceptos, allí el Che sostuvo: "El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa". Al periodista no pareció desacomodarlo la potencia de esa aseveración, pero sí el contexto deportivo que desmenuza en la nota: "Es difícil describir la pasión que sentían los argelinos por este partido contra la RAU. Ningún encuentro en el mundo suscitó jamás un semejante entusiasmo desenfrenado. No obstante el clima de intensa pasión, Guevara no fue olvidado, lo cual es sorprendente".

Esa pasión futbolística que latía Argelia se verifica con pruebas abundantes. El 5 de julio de 1962, el país consagró su independencia después de una larga y tremenda lucha contra el imperialismo francés. Apenas tres meses y medio más tarde, el 21 de octubre, quedó fundada la Federación Argelina de Fútbol, dos años después incorporada a la FIFA. Y la actividad competitiva se motorizó rápido. El estreno oficial ocurrió el 6 de enero de 1963, con un 2 a 1 frente a Bulgaria, incipiente actuación en un camino que ya lleva, por caso, cuatro participaciones en los mundiales y dos títulos en la Copa Africana de Naciones.

Además, esa pasión estaba asociada con lo político. Hay un video que exhibe al Che en el estadio de Argel junto con Ahmed Ben Bella, el jefe del flamante estado argelino, y que comienza con una pancarta en la que se lee un saludo para todos los amigos de la revolución en esa tierra. Cuba (que había respaldado esa voluntad de cambio político) y Guevara corporizaban esa amistad. Pero la historia no se agotaba en ese nexo.

Mientras ese muchacho rosarino migrado al Caribe peleaba contra la dictadura de Fulgencio Batista, el fútbol desempeñaba un rol nada menor en la fe emancipadora de Argelia. De manera primero clandestina y luego con un impacto público notable, el Frente de Liberación Nacional constituyó en 1958 un equipo de fútbol con muchos argelinos que venían actuando en el campeonato de Francia. Hasta 1962, ese conjunto se presentó en 91 ocasiones, sin reconocimientos formales como selección nacional, pero divulgando la causa independentista y recolectando fondos. Hay pocos grupos de futbolistas en la latitud que sea que hayan gravitado tanto en un ciclo político transformador.

La estrella de aquella formación era Rachid Mekhloufi, alguien que, cuando muy pibito, en Sétif, su ciudad de origen, fue testigo de cómo soldados galos masacraban a mujeres y a hombres que protestaban contra un orden social injusto. Temprano, se tornó en crack del Saint-Étienne, al que llevó a la cumbre y hasta pisó brevemente la Argentina en la que nació el Che pero para desparramar gambetas en el mundial militar de 1957. Fue pieza relevante en la clasificación de Francia para Suecia 58 y hasta ahí llegó. Apuntó el periodista español Quique Peinado en su libro "Futbolistas de izquierdas": "Pero eso no le importó a Mekhloufi, que apartó (y en gran parte arruinó) su carrera profesional y la oportunidad de jugar un Mundial por defender a su país dando patadas a un balón. A cambio, la conciencia del niño de Sétif estaba tranquila".

No brilló en un Mundial (y sí sería el entrenador de la muy buena aparición de Argelia en España en 1982) pero se dio otro gusto. Aquel partido de cuando Argelia libre cumplía un año y al que Daniel retrató con un marco de "entusiasmo desenfrenado" concluyó 1 a 1. Y el gol local lo metió Mekhloufi. Un gol frente a los ojos del Che.

Del Che, un muchacho con paladar de fútbol más allá de que sus pulsos deportivos potenciaran más intensidad en otros deportes. Y eso que, de nuevo con Granados, se congratuló de conocer en Colombia a Alfredo Di Stéfano, obsequiador de dos entradas para asistir a Millonarios-Real Madrid. Lo sedujo, en especial, el rugby, con el que se comprometió entero a pesar de que requería de que algunos chicos (como el periodista Diego Bonadeo) lo abastecieran periódicamente con el inhalador que le posibilitaba batallarle al asma y a cuyos duelos acudió como periodista deportivo de la revista Tackle. También lo convocó la natación, otro combate a favor de una respiración más cómoda, con la que pretendió emular a nadadores de clase como los hermanos Espejo y a través de la que aprendió a lanzarse en temerarios saltos ornamentales. Y las andanzas en motorino (una bicicleta con motor) que lo transportaron por las rutas argentinas hasta ser parte de una publicidad de 1950 en la mismísima revista El Gráfico. Y el ajedrez, una de sus devociones, por el que enfrentó en simultáneas a maestros diversos y salió subcampeón dos veces del torneo del Ministerio de Industrias de Cuba en el que él tenía trabajo: era el ministro. 

De su andar como jugador, modestamente, se guardó un instante cumbre en suelo colombiano al que inscribió en su diario de viaje: "Me atajé un penal que va a quedar para la historia de Leticia". Hace rato que la humanidad está enterada de que, en la medida en que ese arquero fue creciendo, los sueños le abarcaron bastante más que lo que cabe entre dos arcos. Sin embargo, el fútbol lo volvió suyo. El Che es denominación de equipos, bandera en cientos de tribunas, mural al borde de muchos campitos sembrados con goles y, desde luego, tatuaje en la piel de estrellas que alumbran desde el césped. Uno lo mostró más que nadie: Maradona.

Los archivos señalan en cada octubre la fecha de la muerte del hombre al que en julio de 1963 ovacionaron en un estadio de Argelia. La realidad, que es más fuerte que los archivos, parece empecinarse en lo contrario. En las canchas o en donde vibre una respuesta a las injusticias, sigue reuniendo ovaciones. Sigue vivo.  

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