Deportivo Saer


10 de junio de 2022

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por Ariel Scher

(Santafesino y genial, el escritor Juan José Saer murió en París el 11 de junio de 2005)

Los tres delanteros del Deportivo Saer se llamaban Nadie, Nada y Nunca, pero ese no era el rasgo sobresaliente del equipo. No podía serlo porque en el Deportivo Saer no había ni socio ni hincha ni jugador ni mozo que no supiera de atrás para adelante y de adelante para atrás Nadie nada nunca, novela cumbre de Juan José Saer, el escritor santafesino que le daba nombre, sentido, estilo y vida a cada pelotazo y a cada penal en ese club.

Lo sobresaliente, lo que de verdad resultaba sobresaliente, era que ni hinchas, ni socios, ni jugadores ni mozos tenían la más mínima idea de si a Saer, maestro del lenguaje y de los libros, talento mayúsculo que nació en 1937 y murió en 2005, le había gustado el fútbol.

"Le gustaba, desde luego que le gustaba", vociferaba el tío de Nadie, que se llamaba Juan o Pedro o José, pero ni Nadie ni nadie lo llamaba de esa manera porque él exigía que le dijeran Tomatis, como el emblemático personaje que Saer introdujo en muchos de sus textos. "Le gustaba", insistía, imbuido de su ser Tomatis y de su entrenamiento como lector de Saer. Y, mientras analizaba partidos del día anterior, recordaba que en "Nadie nada nunca" reluce un concepto del juego. Lo enuncia un entrenador: "El fútbol es, antes que nada, armonía y combate". Armonía y combate, excepcionales ambos, habían florecido en los botines de todo el Deportivo Saer el domingo en el que confrontaron con el club Álvaro Yunque, un equipo que debía esa nomenclatura al ingenio de Pedro Orgambide, otro narrador, que, de verdad, por admiración literaria a Yunque, lo había elegido junto con sus amigos de la infancia, según recordó en su "Antología personal":

Muchos le cuestionaban a Juan o Pedro o José o Tomatis la relación de Saer con arcos y con córner. Un mozo -alguien autorizado porque las obras de Saer traen unos cuantos mozos- se la refutó feo con el dato de que Tomatis, justo Tomatis, se manifesta en La grande, la novela póstuma de Saer, "ridiculizando el deporte y proclamando sin mentir que nunca había entrado en una cancha de fútbol". "No sé si lo suyo era el fútbol", soltaba el mozo. Para él, Saer, que abordaba cada cuestión aparentemente menor del mundo y la contaba como si fuera el mundo entero, portaba el secreto para definir las cosas y, entre las cosas, los deportes. Como certificado, ahí circulaba, entre los ensayos de "El concepto de ficción", un resumen saeriano del ajedrez: "El ajedrez es una metáfora de la amistad aunque su decurso sea una batalla". Y, para dejar en claro que su condición de mozo no lo volvía un hablador sin pruebas como otros mozos, rescataba a un personaje de Saer, Mauricio, quien, en Glosa, otra novela, batalla afectuosamente en el ajedrez con cuatro rivales al mismo tiempo.

Desde una visión u otra, en lo que sí coincidían socios, hinchas, jugadores y mozos del Deportivo Saer era en que quienes representaran al club debían comportarse sobre el césped respetando la lógica con la que Saer edificó su literatura. En ese punto, más que las percepciones de cualquier entrenador de renombre, los deportistas aprendían el título del libro que Florencia Abbate enhebró sobre Saer: El espesor del presente. Y, más que especular sobre las magias de los pies de un delantero, se entrenaban en una explicación de Beatriz Sarlo: "Saer fue siempre original porque eligió extenderse en la narración de acciones que, habitualmente, la ficción calla o simplemente menciona. Se puede escribir: 'ella cosió el botón'. Saer lo cuenta a lo largo de cuatro páginas". Un córner, en consecuencia, no implicaba para los muchachos del Deportivo Saer un procedimiento más o menos mecánico por el que trataban de que la pelota, en vez de estar en la esquina, llegara a la red contraria. No: en el Deportivo Saer, más que el gol y más que el grito de gol, resultaban determinantes la mirada del 11 a la posición del 10, y el efecto de una brisa suave que desplazaba de derecha a izquierda los yuyos sobre los que estaba apoyada la pelota y cómo esa pelota viajaba de unos yuyos a otros yuyos, y el movimiento de cordones del botín diestro de un volante zurdo que parpadeaba dos, tres, seis veces. Nada de confundirse: de todo eso no brotaba un fútbol agobiante o aburrido. Al contrario, ocurría lo mismo que con la literatura de Saer: una delicia.

Por si alguien lo olvidó, el centrodelantero del Deportivo Saer respondía al nombre de Nada. Un crack enamorado de lo que hacía. Se emocionaba si jugaban Messi, Iniesta, Zidane, Aimar o Riquelme y sintetizaba su pasión por la pelota recitando el final del poema "Fútbol"; de José Pedroni, acaso porque era santafesino como Saer: "A mí me gusta el fútbol/ hay de todo en la Tierra". No obstante, le comentaba a Nadie y a Nunca, los wines del equipo, que su ídolo, por encima de esas superfiguras, era Pedro Gorosito, goleador del club Progreso en los años cuarenta, según la presentación que le dedica Saer en "Cicatrices", otra novela enorme. Idolo, sí, Gorosito porque no sólo destinaba su talento deportivo al fútbol sino que lo expandía hacia la natación. Santafesino y de río, narrador pormenorizado de remeros y de remos en El entenado y en El limonero real, en Cicatrices, Saer le atribuye a Gorosito un mérito capaz de generar envidias en cualquier nadador: había dado brazadas con el mítico Pedro Candioti, un prócer de las aguas abiertas que llegó a las tapas de los diarios con sus hazañas. Un prócer de las aguas abiertas mutado, además, en prócer literario porque nadó hasta alcanzar un sitio en las páginas de Saer.

Es posible que se confundan ciertas gentes para las que el fútbol es sólo hacer más goles que los demás. Algunas de esas gentes hasta acaso subestimen la comprensión del juego que distinguía al Deportivo Saer y no se concentren en cuánta inteligencia circulaba allí en cualquier tiempo. Aun así, a esas gentes les hubiera convenido concederle atención a las deliberaciones que socios, hinchas, jugadores y mozos desplegaban antes, durante y después de los partidos. La literatura de Saer les obsequiaba claves. Y ellos, desde esas claves, moldeaban filosofía futbolera, poesía futbolera, o sea filosofía y poesía. Dominaban todos que, por caso, en la novela La pesquisa, queda expuesta la preocupación de Saer por una sociedad que "ha sustituido la plegaria por la compra a crédito y la veneración de los mártires por la foto autografiada de un jugador de fútbol". Y, si Saer se había preocupado, ellos también.

Y más: Juan o Pedro o José o Tomatis solía sugerirle a un mozo que quien averiguara por qué Saer, en el cuento "Palo y hueso", resuelve que un personaje le ordene a otro "llévelo al fútbol" encontraría el secreto esencial de tamaña pasión de millones. Porfiado, casi peleador, observador de los detalles a la manera de Saer, el mozo retrucaba que si en algún rincón permanecía guardado el misterio del fútbol, ese lugar surgía en otro texto de Saer (del que no largaría el título para que todos lo fueran a rastrear) en el que una ciudad va siendo ocupada por una inundación. "Del otro lado de la avenida está el estadio de fútbol", redactó allí Saer, quien nació en Serodino, un pueblo, pero cuando se radicó en Santa Fe capital se acostumbró a esperar un colectivo en la cancha de Unión para ir en busca de una novia.

A Nunca, el wing izquierdo del ataque que compartía con Nadie y con Nada, le sobraba devoción por el fútbol y por llevar las banderas del Deportivo Saer a un campo de juego. No por eso mentía. Durante la primera noche en la que socios, hinchas, jugadores y mozos del club se juntaron para debatir sobre alguno de los partidos de una copa internacional, confesó que de las aproximaciones de Saer al deporte sus favoritas no provenían del fútbol. Elegía a Coria, el hombre de rings del cuento "El taximetrista" ("Había sido boxeador amateur durante un tiempo, hasta que, durante una discusión extraprofesional, le vació el ojo de una trompada a un entrenador, incidente que interrumpió su carrera justo cuando se hallaba a punto de incorporarse al profesionalismo"), al billar con el que largaba Cicatrices ("Estoy inclinado sobre la mesa, haciendo deslizar el taco, listo para tirar. La colorada y la blanca -mi bola es la de punto- están del otro lado de la mesa, cerca del rincón") y a la invocación a los Grand Slams que flotaba en "La grande" (donde alguien "jugó en torneos internacionales de tenis llegando algunas veces a las semifinales de Wimbledon y de Roland Garros"). Pese a esas preferencias, su compromiso con el fútbol y con las concepciones del Deportivo Saer gozaban de tal intensidad que jamás hacía una gambeta con una pelota que no fuera multicolor porque así es la pelota que rebota en La grande.

Unas horas antes del debut de Argentina en una competición internacional, los delanteros Nadie, Nada y Nunca elogiaron al mediocampo que los abastecía en el Deportivo Saer y se pusieron de acuerdo en que, por más méritos que acumulara, sería difícil que otro mediocampo rindiera mejor. Entonces, intervino Juan o Pedro o José o Tomatis, al cabo un experto, que sacudió el aire con un antiguo ejemplar de la revista El Porteño en la que Osvaldo Soriano caracterizaba desde la cancha a los grandes escritores de la época. Allí, se fundamentaba, con seriedad, con sabiduría y con gracia, el motivo de un mediocampo exquisito. Lo proclamaba a lo Ramón Díaz, Soriano: "A Juan José Saer lo pondría de ocho: es el que levanta la mirada y avisa que se viene el contragolpe".

Sobre aquella entrevista y sobre el enigma de la relación de Saer con el fútbol polemizaron Nadie, Nada, Nunca, socios, hinchas, jugadores y mozos del equipo hasta que Argentina entró al estadio para estrenarse en ese campeonato. Curiosamente, ni en esa circunstancia ni en ninguna otra se mostraron incómodos frente a una situación innegable: hay quienes dudan de la existencia del Deportivo Saer. "No existe para los que todavía no leyeron a Saer. Cualquiera que empiece a leerlo, más temprano o más tarde se hará socio, hincha, jugador o mozo del club", argumentó Juan o Pedro o José o Tomatis. O ni Juan ni Pedro ni José y sí Tomatis. Tomatis, por fin Tomatis porque esta vez el mozo lo enfocó casi conmovido y le dio toda la razón.

(*) Cuento publicado en el libro "Deportivo Saer", de Ariel Scher, Club House, Buenos Aires, 2016.

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