El desafío de pensar una política deportiva


28 de marzo de 2022

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Por Emiliano Ojea

La política Argentina es oscilante y pendular; es aquella que destina todos sus esfuerzos a un objetivo, pero que después los puede dejar en el olvido con el mismo ímpetu con el que se los había propuesto superar. 

Pocas veces supo tener al deporte como una de sus prioridades. Sin embargo, como muchas cosas en el país, el deporte pasó de ser “bandera” a estar en el ostracismo, sin ser prioridad de los gobernantes, quedando sólo circunscripto en la cotidianidad de las y los deportistas, de las y los vecinos que asisten a los clubes de barrio, quienes practican o consumen deporte, y dirigentes ad honorem. 

En nuestra historia, los resultados deportivos ocuparon muchas tapas de diarios, pero son contadas con los dedos de la mano las veces que la apuesta por una política integral del deporte apareció entre los titulares de los medios de comunicación. 

Ciertamente, sí constituyó una regularidad la publicación de noticias negativas que involucraban al deporte: profundas crisis financieras en clubes; causas de corrupción de dirigentes; el fenómeno de las barras; un superclásico que termina con violencia; la derrota de un equipo en el exterior que finaliza en escándalos; las internas y peleas en planteles; etcétera. 

El hecho de que el Estado no haya logrado sostener al deporte entre sus prioridades y la ausencia de un Sistema Deportivo consolidado -como fue expuesto en anteriores columnas- es la respuesta a la situación que vivimos hoy. 

Sólo por señalar parte de la inexistente o atrofiada planificación sobre el rol que tuvo el deporte a nivel nacional, puede mencionarse un recorte temporal cercano: entre 1989 y 2001 -es decir en doce años- tienen lugar diez medidas que propician, bloquean y retroceden las políticas deportivas (Levoratti, 2017). Desde tener una Secretaría de Deporte, que recorre ministerios sin encontrar en cuál quedarse y asentarse definitivamente, hasta la asignación y quita de funciones, grados y recursos que -ciertamente- atentan con la capacidad de planificar una política sostenida a mediano y largo plazo (decretos 1572/1989, 479/1990, 974/1990, 2283/1990, 382/1992, 660/1996, 936/1996, 677/2000, 1612/2001 y 111/2001, entre otros). 

En estos tiempos, lejos de haberse planteado superar los obstáculos, y pensado y sostenido una política que trascendiera gobiernos, vimos cómo ni siquiera se pudo generar una política pública que comenzara y terminara, incluso en una misma gestión. A fines de 2015 se actualizó la Ley del Deporte Nº 20.655 mediante la Ley Nº 27.202, que aún hasta el día de hoy no se implementó. Durante el gobierno de Mauricio Macri el área de deportes pasó del Ministerio de Educación, a la Secretaria General y luego -por un DNU- terminó siendo una agencia devaluada. 

Ese mismo gobierno, a tiempo que le quitaba el financiamiento directo al ENARD, organizó proyectos muy valiosos como los Juegos Olímpicos de la Juventud, que conllevan una gran inversión pública, siendo el evento más importante del deporte en la historia argentina, y no fueron aprovechados en toda su magnitud. 

Es decir, en vez de dejar un gran legado en lo deportivo, terminó siendo un gran evento en sí mismo, desaprovechándose, desde su potencial, como política pública deportiva, hasta la Villa Olímpica y su infraestructura, que al día de hoy es muy poco utilizada, pretendiendo mudar allí el único centro de Alto Rendimiento, como el CENARD, en vez de darle otro espacio de calidad al deporte argentino. 

Una discusión que circunvala a varios países del mundo es la relativa a qué lugar debería tener el deporte para un país. En términos organizativos, podríamos preguntarnos qué lugar correspondería ubicar el deporte nacional en un presupuesto, en qué parte de la administración pública (Ministerio, Secretaría, Dirección, etcétera) debería estar, o también interrogarnos por cuál de sus dimensiones -social, educativa, productiva- se quiere priorizar e incentivar. 

Si algo queda en claro a partir de estas preguntas es que el deporte resulta transversal a las distintas áreas del Estado, y eso, lejos de ser un impedimento u obstáculo, debería ser un recurso y una ventaja estratégica. Al mismo tiempo en que es una herramienta para fomentar el turismo -por ejemplo, con festivales, eventos, exposiciones y competencias-, es generador de productos audiovisuales. Como tiene la capacidad de ser un gran promotor de valores sociales positivos, también es una herramienta imprescindible para la salud pública y, obviamente, para la educación.

No son frecuentes (a lo largo de nuestra historia) los debates serios sobre el rol del deporte y sus múltiples aristas. Como señala Ariel Scher (La Patria deportista,1996), la gran mayoría de los pocos debates político-deportivos se produjeron durante el gobierno de Juan Domingo Perón. Es tiempo de que el deporte no sea sólo un elemento al cual echemos mano cuando resulta útil o redituable en términos de imagen para los dirigentes políticos de turno, es decir que sea sólo la foto de un éxito o el póster de una victoria, para luego pasar a ser ignorado en sus dimensiones más profundas. 

Es tiempo de dejar de priorizar la foto de las y los políticos con las y los deportistas exitosos, y preocuparnos de que las fotos sean trabajando con los clubes de barrio, las federaciones y las universidades por formar una nueva generación de deportistas cuidados, formados y contenidos como fruto de políticas de Estado basadas en grandes acuerdos y amplios consensos y que eso perdure en el tiempo. 

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Emiliano Ojea 
TW @emiojea
Presidente de Federación del Deporte Universitario Argentino @FeDUArgentina.
Comité Ejecutivo de International University Sports Federation @FISU
Consejero del Comité Olímpico Argentino @prensaCOA
Autor del Libro: Jugar en Equipo. Deporte+Educación=Movilidad Social Ascendente

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