El socio del Atalanta


08 de marzo de 2023

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por Ariel Scher

Ahí, donde otros llevan la estampita de un santo protector, él luce un carné de socio del Club de los Goles Soñados porque, como sabe cualquiera que hizo o que no hizo un gol, no hay nada como soñar un gol. Ahí, donde otros guardan las fotos de los niños, él cuida el carné de un club chiquito de barrio, acaso porque se esperanza con que la presencia del carné asegurará que siempre existan clubes y que siempre existan barrios. Y, sin embargo, ahí, donde otros archivan el autógrafo de un famoso al que vieron y verán apenas una vez, él registra una ausencia. Aunque desde hace mucho lo quiere, aunque desde hace mucho lo busca, no tiene un carné de socio del club de señoritas Atalanta, tan transformador y tan emocionante como para merecer un sitio cumbre en la historia del deporte argentino.

Él se llama como se llama, pero se acostumbró a que le digan Socio. De todas las convicciones que lo distinguen, la más fuerte y la que más ejerce es no mirar a la humanidad desde el costado. Es Socio porque se asocia, con carné o sin carné, para ser parte, para comprometerse, para hacer, junto con los demás, todos los viajes posibles en los que el punto de partida sea la ilusión y el punto de llegada quede en la realidad. Por eso lo del Atalanta le impresiona en cada víscera: un club dedicado a la educación física femenina, nacido en la Argentina de 1902. Un club con todo y, además, contra casi todo. Lo afirmaba el inciso b del pronunciamiento fundacional: "Combatir los prejuicios sociales que impiden a la mujer entregarse a una buena educación física". No eran pocos los prejuicios a los que se enfrentaban alumnas y maestras de las Escuelas Normales 1 y 2, socias inaugurales de aquella iniciativa por la que Socio siente fascinación. ¿Cómo no fascinarse? Construir el Atalanta representaba una pelea grande, pero integraba peleas todavía más grandes de las mujeres de ese tiempo.

Siempre prefiere reír que embroncar Socio cuando le apuntan que su condición de varón hubiera bloqueado su asociación al Atalanta. "Ni de casualidad. Hubiera sido algo, hubiera sido lo que las socias me dijeran que tenía que ser", les contesta a los que perseveran en que el auto de la historia se frene en los mismos estancamientos que en el pasado. Y para destartalar ignorancias, añade una sorpresa: uno de los promotores del club fue un hombre. A los que le replican con descreimientos, Socio les devuelve una bibliografía certera. El investigador Pablo Scharagrodsky lo supo sintetizar: "Enrique Romero Brest fue el primer pedagogo argentino que abiertamente se pronunció a favor de la enseñanza de la educación física para las niñas en las escuelas". Y más bibliografía, viejísima, periodística y también certera: la carta de una socia del Atalanta que el diario La Argentina publicó en julio de 1903 y que le otorga tributo a Romero Brest: "Esta idea, tan grande en su fondo como en los fines a que tiende, hubiera permanecido ignorada, abandonada, si no hubiera aparecido una especie de profeta destinado a ayudar". Y más y más bibliografía: las conferencias que Romero Brest, el padre de la educación física en el país, una autoridad con peso profesional y político en la materia, daba en el Atalanta para reafirmar que ese lugar contaba con respaldo ancho. Correntino y médico, generador del denominado "Sistema Argentino de Educación Física", adversario de muchas visiones estrechas de la enseñanza y del cuerpo, dueño de ideas que no rompían todos los mandatos sobre la femineidad que gobernaban ese tiempo pero que transgredían unas cuantas opresiones conservadoras, Enrique Romero Brest era un motor del club. Eso a pesar de que, igual que ahora le ocurre a Socio, su condición de socio no estaba escrita en ninguna parte. Y tampoco portaba un carné.

Socio apila con orgullo los documentos que certifican que es socio de muchísimos clubes, inclusive del club que es rival clásico de su club de fútbol porque, al cabo, si ese rival clásico no fuera el resultado de una noble voluntad asociativa, entonces no habría clásico. Y también acumula otros documentos, los que dan testimonio de su continuidad en indagar sobre el Atalanta. "No vayan a creer que es un brote de interés que tengo cada marzo cuando llega el Día Internacional de la Mujer", suele advertirle a amigas, a amigos, a conocidos y a desconocidos que podrían confundirse y atribuirle oportunismo. Pruebas en mano, Socio despliega una página de septiembre 1903 de El Monitor de la Educación, el órgano periodístico del Ministerio de Educación argentino. En una línea casi invisible está la notificación de que Matilde Larrosa había sido designada como maestra suplente en una escuela. Se deslumbra Socio cada tarde en que redescubre esa página: Matilde Larrosa, una docente entre miles, presidía el Atalanta. Con más pruebas en las manos y en la garganta, Socio narra la biografía de Emma Day, la vicepresidente del club, docente, escritora, militante socialista, propulsora de distintas organizaciones por los derechos de la mujer y alguien que no se las arreglaba mal ni con el tenis ni con el esquí. Las mujeres del Atalanta eran, como siempre es la gente, diversas. Las mujeres del Atalanta, como no siempre es la gente, luchaban por cambiar su mundo y el mundo.

"Está destinado a perecer" es lo que lee, a mitad de tránsito entre la indignación y el absurdo, Socio en otra nota de La Argentina de 1903. Un cronista suscribió con anticipación equivocada la patente de defunción del Atalanta porque "la teoría de la Educación Física la podrán aprender las socias del librito del Dr. Romero Brest", pero en sus ejercitaciones sobre la calle Alvear (gentileza de Juan Beltrán, otro pedagogo de la época), según él, las damas sólo toman parte en "un juego de lawn tennis". En esos días, al tenis jugaba fenómeno, por ejemplo, María Chawner, la primera ganadora del Campeonato del Río de la Plata, precisamente en 1903, pero ella no integraba el Atalanta. Y aquel cuestionamiento del periodista constituía un disparo hacia la médula de las búsquedas del club. Mucho más que en los movimientos de un conjunto de mujeres osadas para su tiempo, el Atalanta se sostenía en una comprensión igualitaria de la condición humana, en su esencia de cachetazo a las discriminaciones de género, en el entendimiento de que tener un cuerpo significa demasiadas cosas pero nunca debería emparentarse con la sensación de ajenidad, en una rebelión que, en medio de otras rebeliones, desafiaba lo mal establecido.

Si Socio pudiera, si la historia fuera una escalera que marcha hacia atrás, sacaría más papeles y se los lustraría sobre el rostro a aquel cronista para evidenciarle que hay pronósticos que fallan y el de él fue uno de esos. Alcanza con revisar las actas del primer Congreso Femenino Internacional efectuado en la Argentina, en mayo de 1910 y en el marco de las celebraciones del primer centenario nacional. Allí hubo ponencias y deliberaciones heterogéneas y riquísimas para plantear o exigir, de acuerdo con las distintas voces que se oían, derechos políticos, derechos laborales, derechos económicos y derechos sanitarios. Y allí intervino, o sea que no había perecido, el Atalanta, cuyas dos delegadas al Congreso tienen registrados sus nombres en la página 24 del texto que reúne lo que se debatió. Socio lanza esos nombres con una soltura idéntica a la que le permite narrar goles soñados o goles por soñar de cualquier jugador del planeta. Las docentes Enriqueta Acenarro -que firmaría más adelante trabajos sobre la enseñanza de las matemáticas- y Agustina Maraval no sólo concurrieron sino que dejaron su sello. Luego de que la expositora Ana Montalvo expresara que "la educación física es tan necesaria a la mujer como la educación moral e intelectual", Maraval jugó fuerte y pidió que el Congreso avalara "el fomento de los clubes femeninos con tendencia a la educación física". Algunas cuestiones eran duras en aquellos años y otras no tanto: la propuesta fue votada favorablemente. Lo sabe Socio que, un poco más de diez décadas después, reconoce que lo tienta alzar el brazo por la misma propuesta para sumar su voto.

Más de un club argentino fue padre y madre de nuevos clubes. Es experto en esa historia Socio, que afirma andar cerca de los carnés de La Rosales y de Santa Rosa, los equipos que se unieron para forjar River. Además, confía en que habrá alguna manera de asociarse a más instituciones de esa era que se extinguieron sin ser en embriones de otro club, pero igual sembraron un camino de deporte en la Argentina, como aconteció en 1906 con el club Las Trece, modelado por el periodista Luis Carlini, o con el Guerrillero FC, que sudaba canchas de fútbol en las fronteras del puerto de Buenos Aires. Al Atalanta no le tocó irse sino multiplicarse en la Asociación de Profesores de Educación Física, "el brazo político" del Instituto Nacional de Educación Física, como también detalla Scharagrodsky. No sólo Socio sino millones de individuos verificaron ya hace rato que, en alguna medida, la historia consiste en cómo un tiempo logra parir a otro tiempo. De tanto en tanto, inclusive a un tiempo mejor.

Por eso la gloriosa vida del Atalanta no resuena en ninguna tribuna moderna. Tampoco es necesario. Esa vida se escucha en cada mujer que ejerce el derecho a la educación física y al deporte, esa vida sigue viva cada vez que alguien mira de frente a un prejuicio y trata de derribarlo. Esa tarea es de mujeres y de hombres, es de antes y es de ahora. De ellas y de ellos, de todos los que la emprendan Socio siempre se sentirá socio.

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