Fontanarrosa, Argentina y Venezuela


01 de septiembre de 2021

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por Ariel Scher

La triple fecha de eliminatorias para Qatar arranca entre vinotintos y albicelestes. Y Ariel Scher la repasa desde su cosmogonía única.

Por Ariel Scher

Sepan entrenadores y entrenadoras de cada corriente y de cada contracorriente que aquí se les respeta. Y, en especial, se les respeta que durante las horas en las que a la Selección Argentina le toca jugar alguno de sus periódicos partidos frente a Venezuela sueñen, especulen, calculen, dibujen esquemas y conciban propuestas como si los movimientos y los rendimientos de los muchachos de camisetas blanquicelestes dependieran de ustedes. Se los respeta, pero llegan tarde. Hace rato que el Negro Fontanarrosa explicó todo.

Todo no es la expresión correcta. Sobre Argentina-Venezuela, el Negro Fontanarrosa dijo más que todo.

El 9 de octubre de 1996, con el conjunto que orientaba Daniel Passarella todavía en etapa de gestar su pasaporte rumbo al Mundial de Francia de 1998, con algún diario preguntando/preguntándose si el entrenador se jugaba el puesto, Argentina tenía cita por las Eliminatorias con Venezuela enfrente y en la ciudad de San Cristóbal. Fontanarrosa pensó ese duelo apelando a los dos personajes contrapuestos con los que tejía sus columnas: la Hermana Rosa -una vidente destartalada con fe en las cosas en las que es asombroso ejercer fe- y el Yaya Serenelli -un racionalista lejano a los mitos y a casi cualquier afirmación de la Hermana Rosa-. Fue Serenelli el que, en las líneas que el Negro urdió como anuncio del enfrentamiento, apostó fuerte reivindicando como valor a la fanfarronería argentina:

"Argentina debe volver a la pedantería. No podemos caer en la poco honorable actitud humilde. Que nuestros jugadores declaren que respetan el fútbol de Venezuela, y que no aseguren resultados favorables, es como si los leones antes de saltar a las arenas del circo romano frente a los enclenques cristianos hubiesen dicho: 'Las cosas se han emparejado. Sólo podemos afirmar que dejaremos todo en el Coliseo para que el público se vaya conforme con el espectáculo'. ¡No, señores! El argentino -se exalta Serenelli- debe retornar a su soberbia primigenia y declarar, abiertamente: 'Les vamos a hacer catorce, como para que, de una vez por todas, se dediquen a deportes más acordes con su idiosincracia'. Eso dice Serenelli".

Gracia más gracia más gracia, Fontanarrosa no embromaba con los cuestionamientos a la conducción del equipo nacional, pero sí con las broncas hacia la Hermana Rosa, que, pobre dama, no acertaba, ni de casualidad, algún pronóstico. Hasta le hizo pronunciar -en la ficción, claro- un anuncio drástico al entonces (y casi siempre) titular de la Asociación del Fútbol Argentino, Julio Grondona: "Si no acierta el resultado de un partido contra Venezuela -dijo ayer-, apelaré a la flexibilización laboral y la contrataré por un tiempo. Es decir: 45 minutos". Humorista grandioso, fino desmenuzador de su época, Fontanarrosa se las arregló, igual que en otras ocasiones, para hacer notar medidas políticas que no le gustaban. Acá supo hundir su aguijón contra las flexibilizaciones laborales que, en los noventa, vinieron a arrasar derechos consagrados de los trabajadores argentinos.

Cuarenta y ocho horas antes del encuentro, ya el Negro había expuesto su delicadeza para promover risa a partir de las cuestiones ideológicas al repasar levemente los méritos de una figura rival: Stalin Rivas. Y había fabulado el capítulo de un libro sobre fútbol venezolano con este título: "Del rivismo al stalinismo". En esa aproximación al Venezuela-Argentina, se tomó tiempo para formular su augurio sobre el resultado de la cancha. Pero en la mañana del juego, la Hermana Rosa dejó el alma: Argentina 3-Venezuela 0. Añadió Fontanarrosa: "Corremos, jubilosos, a comunicarlo a la prensa mundial".

Con su cuerpo flaquito y su estripe tímida, el crack rosarino se portaba como un original. La literatura sobre el fútbol en la Argentina apila páginas inacabables y maravillosas sobre las confrontaciones con Uruguay, tramos hechos de épica o de tristeza por los cruces con Brasil, renglones antológicos sobre los desafíos delante de paraguayos, peruanos, chileno o colombianos. Sobre  Venezuela hay mucho menos. Pero está el Negro.

Osvaldo Soriano, contemporáneo de Fontanarrosa y narrador lleno de fútbol, podría replicar que él, de pibito, venía desde el valle del río Negro a Buenos Aires y procuraba ir al Gasómetro del San Lorenzo de sus amores desde la casa de una tía que quedaba en la calle Venezuela. Y hay un bar protagónico en, otra vez, la calle Venezuela dentro de "La pregunta de sus ojos" (el que va a ese bar y destroza todo es Sandoval, interpretado en el cine de "El secreto de sus ojos" por Guillermo Francella), la novela de Eduardo Sacheri en la que Sacheri también recurre al fútbol pero no para atarlo con Venezuela. Sí hay sociedad de pelota con Venezuela en el Sacheri de un hermoso cuento que se llama "En paz descansa", al detallar la conformación de un equipo de barrio: "'Los venezolanos'; Mariano y Javier, completaron el círculo. Eran argentinos pero, como habían vivido en Venezuela, tenían un acento extraño que para nosotros, deseosos de darle un toque excéntrico al grupo, los volvía extranjeros". Cierto es que Sacheri homenajeó en "Señor Pastoriza", otro cuento, a José Omar Pastoriza, el director técnico al que los venezolanos atribuyen un salto de calidad en sus canchas merced a su paso a cargo de la selección. Claro que el tributo alude a otra sonrisa del Pato: sus años en Independiente.

Tomás Eloy Martínez, cuyas letras de exilio en Caracas perduran magistrales, no ubicó a esa Venezuela que transitó tanto en "Purgatorio", la novela que enmarca en el Mundial de 1978. En Caracas nació Francisco Massiani, autor de "El llanero solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes", cuento pleno de fútbol pero sin mención a los argentinos. Igual, ahí brota un lazo binacional: el texto fue distribuido en las tribunas en la Copa América del 2011, realizada en Argentina. Y el periodista Edgardo Broner, argentino migrado hace décadas a Venezuela, alumbró en plena pandemia "Fútbol a 2 metros. Un Superclásico en cuarentena", una imaginación desde Venezuela sobre el fútbol argentino (Boca y River dominan la escena), en la que se suma un futbolista venezolano: Hurtado.

Broner firmó el libro "Gol de Venezuela", mencionado el 7 de octubre de 1996 en una columna de Fontanarrosa sólo un fragmento después de que la Hermana Rosa se autodefiniera sin pudores de cara a los cronistas: "Si lo de ustedes es periodismo de anticipación, lo mío es futurismo de anticipación". No constituye una referencia mínima. Dos días más tarde, con el horizonte listo para que venezolanos y argentinos se mezclaran arriba del césped, "la vidente de Barrio Alberdi" conjeturó, audaz, un 3 a 0 para los once de Passarella con goles de Ariel Ortega, Gabriel Batistuta y José Albornoz.

Señores entrenadores y señoras entrenadores (o los señores y las señoras que sean): allí sí que habita mucha literatura.

Los descreídos aducirán que Fontanarrosa y la Hermana Rosa fallaron con el cero del 3 a 0. Innegable: Venezuela metió dos goles. Uno, el último, se coló en los libros por dos motivos. Primero, porque fue un gol de arquero: Rafael Dudamel, en un tiro libro de poesía perfecta, clavó la redonda en un rincón sin murallas de la valla argentina. Y segundo, porque Dudamel lo transformó en palabras. "Yo hice un golazo de chiripa que nunca logré repetir" bautizó a un artículo que salió en la revista Soho. Como, a pesar de insistir con eso de pegarle en un tiro libre, no repitió la hazaña, Dudamel se permitió una frase que hubiera aprobado Fontanarrosa: "Evidentemente, contra Argentina me había equivocado y una semana después, ante Envigado, volví a la normalidad".

No molesten, descreídos. A Fontanarrosa y a la Hermana Rosa les faltó precisión con el 3 a 0. Pero hasta ahí nomás: todo concluyó 5 a 2. Y el Negro no iba a desperdiciar la potencia de esa predicción: "Al término del partido, la Hermana Rosa anuncia que no atenderá a la prensa. Le informamos que la Asociación Mundial de Mentalistas piensa someterla a un Comité de Ética. Insiste en que aceró en la diferencia de tres goles aparte de vaticinar una dupla de goleadores (Ortega y Albornoz). No nos convence. 'Todos los genios fueron incomprendidos en su tiempo', replica terca. Y no nos dirige más la palabra".

Fuerte advertencia: todos los genios fueron incomprendidos en su tiempo. Entrenadores y entrenadoras disponen de la posibilidad de no reproducir ese malentendido: si juegan Argentina y Venezuela, intenten  lo que se les cante pero, sobre todo, háganle a un genio, háganle caso a Fontanarrosa.

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