Fontanarrosa, Messi, Argentina y Ecuador


01 de julio de 2021

Compartir esta nota en

por Ariel Scher

En la previa de los cuartos de final de la Copa América entre la albiceleste y la tricolor, Ariel Scher propone un viaje al centro de la literatura entre ambas naciones.

El mejor de los consejos que une las historias futboleras de Argentina y Ecuador no lo recibió ni Diego Maradona ni Lionel Messi. Ni tampoco Alex Aguinaga. Asombro: el destinatario fue otro crack. Y qué crack: Best Seller. Mercenario -"en el buen sentido de la palabra", según su autodefinición-, sirio, actor de mil conflictos geopolíticos en los que el fútbol es la medida de casi todas las cosas, protagonista en dos novelas fecundadas por la imaginación de Roberto Fontanarrosa. Una de las novelas se titula, exactamente, "Best Seller". La otra, "El área 18". Y en la primera página de "El área 18", Seller anda en aprietos, buscando la salida de un túnel que no es de los del fútbol que ama, en medio de una tensión agobiante, rodeado de compañeros de eficacia corta, en la cornisa de un abismo de la existencia. Pero no desespera gracias a ese consejo que Fontanarrosa develó como si le estuviera regalando un secreto a un jugador que afronta un partido bravo de Copa América o de Mundial:

"Había logrado normalizar el ritmo de sus inspiraciones con el simple recurso de comprimir el aire que circulaba por su pulmón derecho contra la vena subclavia y luego rebatirlo, violentamente, contra las paredes de la tráquea. Este procedimiento, que le enseñara un monje lama en Quito, Ecuador, le devolvía de inmediato el pulso normal y su respiración tornaba a ser calma y mansa como la de un niño".

¿Habrán apelado a ese recurso algunos de los futbolistas argentinos que, en octubre de 2017, aprovecharon sobre un césped de Quito la última oportunidad para sacar boleto hacia el Mundial de Rusia? ¿O lo supo capitalizar Felipe Caicedo, dos octubres antes, arriba de los pastos de River, para convertir el segundo tanto de la victoria histórica y ecuatoriana en el mismo ciclo clasificatorio? No convendría descartar nada porque mucho de lo bueno de los cruces de fútbol argentino-ecuatorianos parece inspirado por la literatura.

Quienes son devotos de Fontanarrosa sugerirán que la huella más representativa del Negro sobre el tema fue publicada el 19 de julio de 2000, en el diario Clarín, en las horas previas a un duelo rumbo al Mundial de Japón-Corea que los argentinos se llevaron por 2 a 0. Es que el rosarino estampaba una advertencia en la voz del Yaya Serenelli, otro de sus grandes personajes, un racionalista que extraviaba seguido la razón: "Los ecuatorianos son gente sencilla. Basta observar que, para bautizar a su país, tomaron el nombre de una simple línea geográfica que pasaba por ahí. Si el país hubiera estado un poco más al sur o un poco más al norte, se habría llamado Capricornio o, lo que es peor, Cáncer. Y eso habría conferido una monotonía étnica a la población, ya que, de ser unánimemente capricornianos, según el horóscopo, hubieran sido todos amables, tercos, fogosos, afortunados en el Bingo, con una marcada tendencia a las artes plásticas y hubieran conocido a alguien interesante".

Fontanarrosa adoraba escarbar en los pasados del fútbol y hubiera legado otra maravilla de haberse enterado de los orígenes del Deportivo Quito, un club campeón bajo la conducción de argentinos como Rubén Insúa y Carlos Ischia, que fue fundado con el nombre de Deportivo Argentina justo el 9 de julio -con todo lo que para la argentinidad significa esa fecha patria- de 1940. Repasan los ecuatorianos Daniel Pontón y Carlos Pontón: "Sus primeros seguidores provenían de la famosa Plaza del Teatro de la capital, lugar donde se ubicaba una de las primeras compañías de taxis en Quito". Un club ecuatoriano, que tuvo nombre argentino y que cimentó sus lazos sociales en un espacio asociado al teatro: ¿existe alguna prueba mayor del enlace futbolero argentino-ecuatoriano desde la literatura?
 
Quizás existe. Dos años después de la fundación del Deportivo Argentina, Ecuador tomó parte por tercera vez en un Campeonato Sudamericano. La sede era Montevideo. Le costó llegar. Tanto que en el libro "Historia de la Copa América", que editó la Conmebol, para retratar ese periplo se apela a un escritor enorme: "El viaje de la delegación ecuatoriana fue una aventura digna de Julio Verne. Salió en barco de Guayaquil a Lima. Cambió de buque hasta Valparaíso. Continuó por tierra a Buenos Aires y cruzó el Río de la Plata en el Vapor de la Carrera". Consecuencia sin poética: una derrota por 12 a 0 frente a Argentina, que así construyó la goleada más amplia de su historia, con cinco gritos de José Manuel Moreno. Sin embargo, lo de sin poética es relativo. La crónica de la revista El Gráfico la tiene: "Esa goleada récord provocó algunas críticas, que calificaron como una burla la actitud de los futbolistas argentinos. Hay un error evidente en esa interpretación. Burla hubiera sido pasear a los rivales, ponerlos en ridículo con gambetas y pases. En ese partido el conjunto blanquiceleste actuó con toda seriedad, tal como lo hizo contra todos sus otros rivales del campeonato. Eso significa mirar al adversario con respeto".

La mirada respetuosa que el cronista de El Gráfico resalta en ese duelo desparejo se extiende, de ahí en adelante, en una gama de alusiones inabarcable. Por un lado, argentinos y argentinas que arman ficciones a partir de esa competición real con dimensiones de ficción que es la Copa Libertadores refieren seguido a Ecuador ("Vimos por tele el partido de San Lorenzo en Ecuador...", desliza Horacio Convertini en su cuento "El maleficio de Madame Margot"). Por el otro, las figuras argentinas se hacen espacio en la literatura ecuatoriana ("Jugaba a lo Franklin Salas o Lionel Messi, paseando el balón como si estuviera en una fiesta, acariciándolo, escondiéndolo del rival y goleando. Era un diez que no se contentaba con servir sino con hacer", precisa Marcelo Cevallos Rosales en "Gambeta para un poema"). Y, si se trata de fútbol de selecciones, difícil no estremecerse con "90 minutos", el cuento aparecido en Pelota de papel 3 en el que la ecuatoriana Vanessa Arauz, entrenadora nacional de su país, desanda la ruta que concluyó con el equipo en el primer Mundial de mujeres en su historia: el segundo párrafo se detiene en lo que supone toparse con Argentina.

Arquitecto, urbanista, científico social, periodista de extensa marcha dedicada al fútbol, Fernando Carrión ejerció de introductor y compilador en "El jugador número 12. Fútbol y sociedad", una suma de ensayos publicada bajo el sello de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) en la que se eslabonan distintas perspectivas para reflexionar sobre el fútbol en Ecuador. Argentina y su equipo nacional aparecen en diversos artículos. Puede que en ninguno de modo más elocuente que en "Con noticias de Amadeo Carrizo", de Javier Ponce, con foco en las figuritas y en los medios de comunicación: "Ahora recuerdo, había otro 'raro'. Uno de aquellos cromos que podíamos pasar semanas esperándolo. Era Amadeo Carrizo. Los nombres se nos volvían una leyenda, un deseo... Amadeo Carrizo, un nombre para un héroe convertido en un cromo. Era posible cambiar a Shaffer, Charlton el sobreviviente y el paraguayo Romero, por un Amadeo Carrizo. Y junto a él: Corbatta y Sanfilippo, otros 'raros'. Corbatta... cuántas noches soñé que al día siguiente me llegaría el cromo de Corbatta". Un arquero de la Selección Argentina -y otros dos jugadorazos argentinos- en los desvelos de un niño ecuatoriano. Un tributo, también, a las figuritas. Y si alguien narró repetido y notable a las figuritas es un argentino, Juan Sasturain (qué belleza su texto "Una felicidad de cartón"), que fue testigo televisivo del estreno ecuatoriano en los mundiales, en Alemania 2006, y apuntó: "Iván Hurtado, un lujo de timing y elegancia, al que vi jugar siempre muy bien".

Esa relación con las figuritas pertenece a una edad en la que el fútbol no era el espectáculo más global de una existencia también global. Bah, mejor lo sintetiza Jaime Galarza Zavala, otro gran escritor ecuatoriano con observación futbolera: "Lo único importante es el fútbol, y lo es a tal punto que una alegre propaganda mercantil divulga un nuevo principio científico: el mundo no gira alrededor del sol sino de la pelota de fútbol". Gran poeta, denunció el papel de la CIA estadounidense en su tierra, lo que le valió amenazas de muerte. En la campaña para respaldarlo, se movió rápido Julio Cortázar, quien visitó a Galarza Zavala cuando la dictadura de Guillermo Rodríguez Lara lo metió preso. Hubiera resultado precioso que Cortázar contribuyera con algo del fútbol de Argentina y Ecuador en aquel itinerario, pero las canchas nunca fueron su asunto. De cualquier manera, algo deportivo emanó porque, cuando, altísimo y bien flaco, ingresó a una sala para presentar su "Libro de Manuel", el narrador ecuatoriano Raúl Pérez Torres, admirador suyo, registró su imagen como la de "un tristísimo basquetero argentino".

Todo no se puede. Ni Cortázar ni -a quién se le hubiera ocurrido- Borges se metieron con el fútbol de Ecuador y de Argentina. Aunque correspondería considerar una pista. "Guayaquil" es el cuento de Borges que ofrece su vínculo más evidente con Ecuador, con la cumbre de julio de 1822 entre José de San Martín y Simón Bolívar. Sin fútbol, se insiste. Pero con ajedrez: "Dos reyes juegan al ajedrez en lo alto de un cerro, mientras abajo sus guerreros combaten. Uno de los reyes gana el partido; un jinete llega con la noticia de que el ejército del otro ha sido vencido. La batalla de hombres era el reflejo de la batalla del tablero”. ¿Señal para los entrenadores Gustavo Alfaro y Lionel Scaloni, a cargo de uno y otro conjunto en la Copa América de 2021?

Borges pasó por Ecuador en noviembre de 1978, el año del primer título mundial de fútbol de la Selección Argentina, como si la pelota no girara en el universo. Por suerte, otro genio argentino visitó ese país tres meses más tarde: Diego Maradona puso sus pies brillantes por primera vez en la capital ecuatoriana en un partido frente a la Liga de Quito. Debe haber individuos que desprecian la alegría: a diez minutos del final, el árbitro le exhibió la tarjeta roja. Ahí el Diego sembró literatura. Pura literatura: "Caradura, ¿a mí me expulsás?"

En "El fútbol a sol y sombra", Eduardo Galeano esparce menciones para Argentina y para Ecuador. Hay una en la que amaga con recoger la herencia de aquella experiencia maradoneana. Cuenta que, al regreso a su patria, el poeta ecuatoriano Jorge Enrique Adoum hizo lo que harían millones si estuvieron mucho tiempo lejos de casa: acudir al estadio. Se acomodó para ver al Aucas de Quito y se sorprendió con la circunstancia de que, muy respetuosamente, el público se sumó a un minuto de silencio a causa de la muerte de la madre del árbitro. "Adoum -anota Galeano- pestañeó, se pellizcó un brazo: no podía creer. ¿En qué país estaba? Mucho habían cambiado las cosas. Antes, la gente sólo se ocupaba del árbitro para gritarle hijo de puta. Y empezó el partido. A los quince minutos, estalló el estadio: gol del Aucas. Pero el árbitro anuló el gol, por fuera de juego, y de inmediato la multitud recordó a la difunta autora de sus días: - ¡Huérfano de puta!- rugieron las tribunas".

Juego de idas y vueltas entre dos geografías y un deporte, vaivén entre lo que constituye fantasía y lo que no lo es, la sociedad literaria entre el fútbol de Argentina y Ecuador incluye la perla que lustró Miguel Donoso Pareja, escritor de Guayaquil y del mundo, en su policial "La muerte de Tyrone Power en el Monumental de Barcelona". Tyrone Power, a diferencia de lo que testimonian las memorias del cine de Hollywood, acá no es una estrella de la pantalla sino un futbolista que está liquidado, desde el título, en el mítico estadio de Guayaquil. "Mientras veía alejarse, muy erguido pero parsimonioso, al Pacho Maturana, el ex seleccionador nacional encendió el motor de su Mustang, partió rugiente en dirección a la caseta y recordó la entrevista que le había hecho algún periodista a Jorge Valdano respecto a si sería verdad que el fútbol era la última pasión del siglo XX, a lo que el argentino, a quien Tyrone Power admiraba por su inteligencia, harto fuera de lo común, respondía que "en un mundo donde todo es mentira por qué no podía ser eso verdad".

Acaso la literatura consista en ese tránsito sin precisiones entre la mentira y la verdad. Y acaso de esa misma madera esté hecho el fútbol. Ya lo dejó en claro Messi durante la noche feliz de aquel octubre, el del 2017, cuando lo elogiaron por el tercero de los tres goles con los que abrió la llave de la puerta embromada que atravesó Argentina para migrar al Mundial de Rusia:

-Leo, ¿cómo se te ocurrió poner la pelota por arriba del arquero?

-Yo no quise pegarle ahí. Pasa que me caí.

Sucedió en un partido entre Argentina y Ecuador. Que alguien se atreva a decir que eso no es literatura.

Compartir esta nota en