Fútbol en el desierto


27 de enero de 2022

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por Ariel Scher

Están quienes creen que saben de fútbol porque evocan muchos Chile-Argentina sin desierto y, entonces, reniegan de que el desierto albergue semejante desafío. Error: saben pero no saben.

 Están quienes creen que saben de fútbol porque logran, en un solo instante, gritar un gol y dar un beso. Error: saben pero no saben.

Y están quienes creen que saben de fútbol porque caminan en medio de las fiebres de las capitales y detectan cracks con apenas mirar el modo en que algunos individuos enfundados en largos pantalones doblan las piernas. Error: saben pero no saben.

Y están quienes creen que saben de fútbol porque pueden explicar en cinco minutos o en diecisiete horas las continuidades y las rupturas entre Pelé, Maradona y Messi. Error: saben pero no saben.

Es que para saber de fútbol, para saber a fondo de fútbol, para atrapar los sentidos secretos que transforman al fútbol en algo incomparable con otras invenciones humanas, resulta necesario haber explorado otra dimensión.

Para saber de fútbol hace falta saber de fútbol en el desierto.

Y hacerlo gracias al desierto y gracias a los libros.

De fútbol en el desierto, a pesar de que abundan las voces que proclaman que el fútbol y el desierto transcurrieron y transcurrirán condenados a avanzar en rutas paralelas, sabe Hernán Rivera Letelier.

O sea: al chileno Hernán Rivera Letelier, que fue diariero, minero y operario y que es escritor, no se le presentaría como una curiosidad, una extravagancia en la historia o una pavada frente a lo realmente importante, que la Selección Argentina juegue frente a Chile un partido por las Eliminatorias de Sudamérica en la ciudad de Calama y en un estadio que se llama Zorros del Desierto.

Jugar en el desierto es lo que cuenta maravillosamente, como se cuenta lo que diferencia a la vida de la muerte o a la esperanza de la nada, en un capítulo su novela "La Reina Isabel cantaba rancheras". Esa es una literatura que hace temblar e invita a gambetear aunque no esté enclavada en la latitud exacta del partido entre chilenos y argentinos. Porque Rivera Letelier disecciona las rutinas en los días desérticos y mineros y establece que las pichangas -los picaditos de fútbol- constituían la oportunidad mayor, casi única, de fracturar al aburrimiento. Flor de programa: "Dos lindos arcos de fútbol a los que sólo les faltaba ser acomodados tomando en cuenta hacia qué lado corría más el viento y quedaba mejor instalada la cancha".

Rivera Letelier repasó en unas cuantas entrevistas que fue un aceptable jugador de Pulpería F.C., un equipo entre los muchos forjados para intervenir en las pichangas de los múltiples campamentos esparcidos en Chile, en las minas, en el desierto que amaga con masticarse al resto de lo que existe para consagrarse como paisaje de la totalidad. Aquel capítulo le motorizó una novela entera, bien futbolera, que conmueve con los pelotazos en esos rincones del mundo. La bautizó "El fantasista", fútbol de desierto, fútbol en el que lo cotidiano se ve percudido porque los integrantes de un club primero no encuentran y luego empiezan a encontrar cómo ganarle a un adversario en principio invencible merced a la aparición de un fenómeno. Tal cual. "En definitiva, para nosotros este representaba el último partido de fútbol antes del fin del mundo", dice certero y dice lindo una frase en esas páginas.

El fantasista argentino y mucho más que argentino es Lionel Messi, pero una serie de combinaciones del fútbol y del azar impedirán que transite los senderos del desierto o, más específicamente, del estadio Zorros del Desierto. Messi es Messi, un inempatable fabricante de originalidades con la pelota. Y, sin embargo, lo de las dificultades para transformarse en futbolista en el desierto no le pertenece sólo a él. Casi siete décadas antes, al que se le complicó surcar el desierto para meterse en un partido fue a Osvaldo Soriano, un dulce fabulador con mucha Patagonia en su obra. En "Otoño del 53", uno de los textos de "Cuentos de los años felices", al equipo de pibes que compone Soriano lo invisten con una misión insuperable: recuperar las Malvinas a través de un partido. No obstante, nada progresa sencillo en ese viaje desde el sur hacia más sur: "El ómnibus era tan viejo que no aguantaba el peso de los veintisiete pasajeros, las valijas y los tanques de combustible que llevábamos de repuesto para atravesar el desierto". El desierto, siempre el desierto.

Soriano compartía fútbol -ya no importa si de ficción, sin ficción o ambas cosas: para Soriano la fidelidad a lo cierto y la imaginación nunca andan con enemistad- con aquellos compañeros de infancia y comparte el cielo de la literatura dedicada al fútbol con Roberto Fontanarrosa. De una manera o de otra, las narraciones de Fontanarrosa reivindican al fútbol y, a la vez, lo tornan en un pretexto para contar al mundo y a las personas. El desierto, de nuevo el desierto, lo atraviesa en la tira Inodoro Pereyra, claro que sin córners ni penales. Pero en "Best Seller", su novela primera, el desierto anda omnipresente para ir en busca de duelos de fútbol que funcionarán como una diplomacia moderna. Igual que en "El área 18", la novela que sigue, en la que el mítico Best Seller, un mercenario sirio metido en despelotes político-deportivos, "recordó, nostálgico, el ardiente soplo del simún en el desierto, y su abrazo de partículas de arena".

Como el amor y como el hambre, el fútbol educa en que el desierto queda en el desierto pero también en otros sitios. Seguro que por eso Juan Sasturain recuperó la final del Mundial de 1978 en la que Argentina se impuso por 3 a 1 a Holanda y pintó el momento del empate transitorio de los rivales, enmudecedor de las tribunas de River, así: "Naninga gritó su gol en el desierto". Siempre eso el desierto: una soledad, un silencio ancho interrumpido por sustos por Naninga. Aún Más hondo lo soltó el gran John Steinbeck en "Las uvas de la ira": "Decía que una vez se fue al desierto a encontrar su propia alma y descubrió que no tenía un alma que fuese suya".

El sociólogo chileno Bernardo Guerrero observó con agudeza el deporte de su tierra desde las ciencias sociales. Cierto que su patria específica es Iquique, a casi cuatrocientos kilómetros de Calama, pero sus trabajos ofrecen pistas desde las que es posible comprender cómo las singularidades geográficas y culturales del país que parió a Alexis Sánchez y a Arturo Vidal gravitan en la relación con el fútbol. "Pero alguien trajo el fútbol: Deporte y Nación en el Norte Grande de Chile" acaso sobresalga entre sus investigaciones. Pasa que asociar al fútbol, por ejemplo, con la geografía y  conel tipo de sociedad que modela la geografía puede ser una llave decisiva para descifrar más de una cuestión. El desierto de Atacama alberga el estadio Zorros del Desierto, pero también la cancha, menos famosa, de Huracán de Séquitor. En "Fútbol y etnicidad en el desierto de Atacama", del antropólogo Juan Carlos Vilches Ogalde, consta detallada la cadena de esfuerzos que la gente de ese club eslabonó para tener un sitio en el que jugar. "Tú visitas esta cancha, el lugar, tú te das cuenta de todo el sacrificio que hicieron los viejos para habilitar y si tú te fijas todo estos eran cerros. Y ahora es algo planito y a fuerza no más. No hubo intervención del Estado ni del gobierno, ni de la municipalidad ni nada, solamente con esfuerzo comunitario del impulso deportivo, eso fue bonito y con las ganas de jugar, de recrearse", se emociona allí un testimoniante.

¿Hay alguna posibilidad de no fascinarse con el fútbol si se corrobora su capacidad para fecundar en los desiertos? De eso habla una hermosa crónica de Carlos Senso, en la revista Líbero, con el corazón latiendo en un campamento de refugiados en Tinduf, Argelia. "No es difícil hacerle un caño a un sarahui" se titula y maravilla en párrafos como este:"El desierto es inescrutable y cualquier zigzagueo con el balón debe esquivar también considerables pedruscos que, pese a delimitar el campo, se saltan y ningunean al antojo". Es embromado pero también fascina. En "El principito", su legado a mil generaciones, el francés Antoine de Saint-Exupéry, anotó: "Lo bello del desierto es que en algún lugar esconde un pozo".

A los chilenos y a los argentinos enfrentados en Calama les toca un escenario contrastante con el de quienes perduran en el desierto luchando por sobrevivir, un estadio inmerso en la hiperprofesionalización del fútbol espectacularizado. Casi un lugar coherente para una competición clasificatoria cuyo beneficio consiste en sacar un pasaporte para el Mundial de Qatar, justo un Mundial en el que cada arco y cada césped están montado sobre una superficie desértica. La designación de Qatar promovió mil polémicas, pero un aporte, otra vez, emergido de la literatura le ofrece lógica. En "Paso a nivel", Eduardo Sacheri no detalla las soledades de los desiertos, de los campamentos mineros, de los vientos imparables que desacomodan vidas y canchas, sino las de alguien que habita una ciudad colmada de seres, de movimientos y de ruidos. El marco de esas líneas es, precisamente, un Mundial. Y, mientras la pelota rueda en un Mundial, la soledad urbana es tan grande y las calles se despueblan tanto que el desierto retorna. Afirma Sacheri: "No hay un desierto tan desierto como una tarde de Mundial".

Están quienes creen que saben de fútbol porque evocan muchos Chile-Argentina sin desierto y, entonces, reniegan de que el desierto albergue semejante desafío. Error: saben pero no saben.

Pablo Neruda, casi como decir poeta, Premio Nobel y chileno, no se sumó a su colección de compatriotas futboleros. Vaya uno a interpretó se lo perdió. Se lo perdió pero igual entendió de qué se trataba el fútbol. O, al menos, este Chile-Argentina. En "El libro de las preguntas", versificó:

"¿En el desierto de la sal
cómo se puede florecer?"

Florecer en el desierto. Encender luces donde parece que no hay nada. Mucho o poco, siempre el fútbol es más o menos eso.

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