Gambeteando las nubes


29 de junio de 2022

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por Gustavo Grazioli

La historia de la gloria de River: Labruna y el gen Gallardo.

La historia de River Plate se ha visto enriquecida con el paso de los años. Marcelo Gallardo es el último responsable de los logros del club Núñez; y su nombre -en casi una década como entrenador de la institución- llegó al podio de los máximos ídolos. Nadie duda en corear su nombre, o apodo – Muñeco, muñeco, muñeco – en instancias de partido ni bien lo ven salir del túnel del vestuario, antes de tomar posición en el banco de suplementes junto a su cuerpo técnico. 

Pero Gallardo transporta un legado. Recogió el guante de una de las figuras más importantes de todos los tiempos: Ángel Amadeo Labruna. “El feo”, como le decían. Hablar de River es hablar de Labruna sin nombrarlo. Los años en los pasillos del Monumental, tanto como jugador o como técnico, marcaron un hito en las páginas de la historia del fútbol argentino. 

Labruna estuvo 21 años en la primera de River. Es el máximo goleador de la institución Millonaria y el artillero más alto en la historia de los superclásicos, con 16 goles. “River es noticia siempre. No porque seamos la mitad más uno, sino porque somos el país menos algunos”, solía decir, alimentando el folklore futbolero con Boca.

A mediados de los ’40 integró La Máquina, junto a Juan Carlos Muñoz, José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera y Félix Loustau, y podría decirse que plantaron una suerte de germen de "fútbol total", que mucho tiempo después adoptaría la Holanda de Johan Cruyff. Motivó citas interminables y su juego cautivó las pizarras de todas las estrategias. 

Como técnico dirigió a River durante 6 años, ganó 6 títulos locales y fue el responsable de romper el letargo de los 18 años sin salir campeón. En sus comienzos como DT dirigió a Platense y Defensores de Belgrano a la vez, pasó por el banco de Rosario Central y le dio al Canalla su primer titulo oficial. Después se fue a Talleres de Córdoba, tuvo un paso por Argentinos Juniors y dejó armada las bases de un equipo que después alcanzaría todo entre el ’84 y ’85, incluida la Copa Libertadores.

Para profundizar sobre su figura, el periodista Diego Borinsky se embarcó en la tarea de contarlo todo. Amuebló su casa con cualquier cosa que hiciera referencia a Labruna y construyó una trilogía que decidió encarar desde distintos tópicos: técnico, jugador y personaje. Si bien la ex pluma de El Grafico porta una vasta experiencia en este tipo de trabajos (Gallardo Monumental, Gallardo recargado, la biografía de Almeyda y la de Andrés D’Alessandro), sus expectativas fueron a fondo con la máxima figura de River y construyó un material con más de 140 entrevistas y testimonio de archivo.

“Había leído una saga de cinco de libro que escribió un hincha de River, en el que contaba todas las vivencias desde el descenso a Madrid y me pareció buenísimo. Esa idea de la saga me quedó y como tenía ganas de hacer algo distinto, cuando Omar (Labruna) me plantea hacer el libro de su papá, me propuse ir por todo. Había muy poco escrito sobre Labruna, más allá de las notas que dio. Museo River me ayudó con toda la parte histórica. Me pasaron digitalizada toda la revista River. Omar me dio documentos, cajas con fotos y yo hice 140 entrevistas. Entrevisté por todos lados, no solo a jugadores. Hablé con Luis Brandoni que fue vecino de Labruna cuando era joven, con Palito Ortega que iba a las concentraciones”, cuenta Borinsky. 

El ídolo, responsable de traspasar generaciones de riverplatenses, además de contar con una estatua -que según se calcula es de 6,7 metros y pesa 6,3 toneladas- bautizó con su nombre el vestuario local del club y el puente de Udaondo por el que los hinchas llegan a la cancha. Además, el día del hincha de River se conmemora en la fecha de su natalicio: 28 de septiembre.

“Fue muy fiel a River. Muy profesional. En esa época los jugadores se retiraban a los 31, 32 y él se retiró casi a los 43. Y los últimos años jugando a un gran nivel, no es que estaba ahí de relleno. Jugó 21 años seguidos en la primera de River. Y como técnico, mucha calle, muy vivo, muy ganador y ese espíritu se lo transmitió a los jugadores”, aporta Borinsky.

Amante del fútbol, de River y las carreras de caballos. En el libro de Borinsky -el que se dedica a caracterizar al personaje- hay un apartado que titula “Los Burros”, y los entrevistados recuerdan algunas anécdotas. “En las charlas técnicas empleaba términos turfisticos permanentemente, en especial antes de jugar contra Boca. ‘Hoy ganamos porque además estos van a entrar quintos y pegando’, decía, como si hablara de una carrera de caballos”, revive Daniel Onega.

 “Ir a las carreras y tirarse unos mangos era sano dentro de todo, era un pequeño vicio y nada más. Los directivos lo sabían, lo sabíamos todos en realidad, y estaba muy bien”, aporta Carlos Manuel Morete.

Labruna dejó su impronta en el corazón del fútbol. Una vida inagotable que lo puso en lo más alto del mundo River y de cara a algunas muertes injustas. La primera, la de su primogénito -Daniel-, que se fue muy joven, a los 20 años, a causa de una leucemia. Y después, la suya propia. Un 19 de septiembre de 1983. Una semana antes de cumplir 65 años. Lo habían operado de la próstata, todo parecía haber salido bien y le estaban por dar el alta, pero su corazón dijo basta. Algunos acusan que fue por error de los médicos que no le cerraron bien la herida y la sangre se le fue al corazón. 

“Ángel había estado con nosotros en el hipódromo, no ese fin de semana, sino el anterior -cuenta el periodista José Luis Barrio en el libro-, y me había comentado que se iba a sacar una boludez que tenía encima, algo que no era nada grave. La operación salió bien, la mala praxis no fue por la cirugía sino por el hecho de que a un hombre grande le dejaran la sangre tanto tiempo estacionada”.

A Labruna lo velaron en el Estadio Monumental, en la cancha de básquet. Al cajón lo cubría una bandera de River y una multitud se acercó a despedirlo.

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