Las manos de Gonzalo


12 de mayo de 2021

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por Ariel Scher

La historia eterna de amor, fútbol y militancia de Gonzalo Beigbeder, hincha de San Lorenzo, defensor a ultranza de los derechos humanos.

Gonzalo Beigbeder tenía manos de arquero invencible. Y eran el fervor, el mundo y las voluntades de justicia los que parecían invencibles en cada instante en el que estiraba esas manos para atajar, para abrazar y para abrigar a las manos de otras y de otros que, apenas con ese contacto, se volvían manos mejores. También era San Lorenzo, que a veces propiciaba la sonrisa y otras veces estimulaba fruncir ceños, el que sonaba mejor cuando Gonzalo lo pronunciaba del modo en que se pronuncian los equipos propios, o sea los amores, o sea lo que importa. Mucho de fútbol hablaba Gonzalo cuando algún estímulo o alguna preocupación teñida de azul y grana le atravesaban el cuerpo grandote o cuando reivindicaba ciertas historias políticas y sociales del club que le generaban algo calcado al orgullo, algo que le impulsaba una fuerza semejante a la que destinó a los festejos en la consagración en la Copa Libertadores en el 2014: un día casi lejano, por ejemplo, en el que la hinchada levantó una bandera con una inscripción de las que la dictadura más bruta prohibía y reprimía y otro día más próximo, nuevo buen ejemplo, en el que un núcleo de socios y de socias cuervos pidió por Santiago Maldonado o compartió reclamos y fotos con Sergio, el hermano de Santiago, hincha del Ciclón. El fútbol y la esperanza de transformar la realidad le viajaban de ida y de vuelta, dándose pases exactos, necesarios, hermosos, con la naturalidad que distingue a quienes interpretan que el fútbol les pertenece a los pueblos y la esperanza de transformar la realidad también. Así entendió y así se comportó hasta que, en la mañana del lunes 10 de mayo de una edad llena de adioses, murió por el covid.

Mural con la imagen de Diego Beigbeder, hermano de Gonzalo, desaparecido. (Crédito Facebook Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA).

 

Militante popular en cada hora, Gonzalo desplegó su compromiso a través de muchas herramientas, en particular a través de una que perdurará en las huellas de Buenos Aires, esa ciudad sobre la que trajinó marchas, laburos, rutinas, encuentros. Esa huella son las baldosas. No baldosas anodinas. Baldosas entre las baldosas. Baldosas brillantes más allá de que los vientos y las lluvias las rocen y las gasten. Cualquiera que desanda los días con los ojos abiertos arriba de la superficie porteña sabe -o puede saber- de esas baldosas. Ahí están anotados los nombres de los desaparecidos y de las desaparecidas que dejó el genocidio que asoló a la Argentina desde la segunda mitad de los setenta. Ahí están, en el sitio donde fueron secuestrados. Ahí están, en esas baldosas, esas baldosas a las que Gonzalo narraba con una emoción en cada palabra, y que contribuía a modelar como parte de un proyecto colectivo que vulneraba indiferencias, y que ayudaba -y ayuda- a advertir que el espanto había transcurrido, tangible y horrible, en el centro de lo cotidiano. Comprendía Gonzalo que en esas baldosas, el espanto quedaba vencido, y la que le ganaba era la memoria.

Gonzalo Beigbeder tenía manos de arquero invencible. (Crédito https://twitter.com/gbeigbeder)

En una baldosa, en una de esas baldosas a las que Gonzalo cargaba de pasión y de política, figura Diego Beigbeder, el hermano de Gonzalo, uno de los 30.000 desaparecidos de la Argentina desde el 2 de diciembre de 1976. Pertenencia futbolera diversa la de los Beigbeder: el papá, Fernando, de Independiente; el hijo mayor, Diego, de Racing, tan de Racing como para suspender clandestinidades y migrar al Cilindro de Avellaneda inclusive en los domingos en los que el terrorismo de Estado se esparcía por el país; el hijo menor, Gonzalo, de San Lorenzo, de San Lorenzo en cada minuto y de San Lorenzo con el rostro conmovido cada vez que el corazón de Diego latía intenso a pura Academia. Una baldosa dedicada a Diego está -y estará- sobre el suelo de Lavalle al 2200, al pie de la vivienda de donde se lo llevaron.

#SanLorenzo Antifa contra la violencia, la homofobia, el racismo, la xenofobia y el machismo, dentro y fuera de la tribuna. (Crédito https://twitter.com/CaslaAntifa)

Desde luego, abundan los caminos de pintar a un tipazo como Gonzalo, desde más espacios que el deporte, y lo harán de maravillas aquellos y aquellas que lo trataron en cada jornada. Las sincronías dolorosas y sonrientes de la Argentina y del fútbol resultan un camino dentro de esos caminos. A Diego lo capturaron junto con Nora Friszman, Guillermo Orfanó y Alberto Krug. Reconstructor de la existencia de su hermano, Gonzalo se tornó en compañero de los hermanos de los compañeros de militancia de su hermano. Eso lo vinculó con Carlos Krug, el hermano de Alberto. Una historia argentina: se encontraron en ese recorrido, y surcaron charlas y búsquedas, que incluyeron tanto la necesidad de la verdad como la devoción por el fútbol. Desde su piel invariable del Ciclón, Gonzalo supo valorar que, en el final de marzo, en el contexto del aniversario 45 del último Golpe de Estado, Racing resolvió restituir la condición de asociados a sus desaparecidos. Lo hizo con Alberto Krug, por caso, en una ceremonia que contaron la televisión y la propia web de Racing, por medio del relato de Carlos Krug, ese hombre al que Gonzalo le comprendía cada lágrima y cada sensación.

A Diego Beigbeder lo capturaron junto con Nora Friszman, Guillermo Orfanó y Alberto Krug. (Crédito Facebook Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA).

Gonzalo concebía en un escalón alto al papel que podía desempeñar el deporte para surcir punto por punto la imprescindible memoria. Cuando, en noviembre del 2019, organizó la colocación de la baldosa para Adriana Lesgart, secuestrada el 21 de septiembre de 1979, advirtió entre los asistentes al entrenador Mariano Soso -pariente de Lesgart-, alguien que unos meses después sería el técnico de San Lorenzo. Lo entusiasmaba la expansión de señales en esa dirección que había registrado en un período más o menos reciente. Parte de esa percepción la manifestó en Berazategui, una tarde en la que expuso al lado de Elvira Sánchez, la hermana de Miguel Sánchez, el atleta tucumano al que la dictadura desapareció el 8 de enero de 1978 y cuya estampa se convirtió en un emblema porque en Italia y en la Argentina, año a año, miles de personas intervienen en La Carrera de Miguel, una prueba atlética que, simbólicamente, expresa nunca más a cada paso. Con la misma lógica, llegó en este febrero hasta la puerta de Ferro, sobre la avenida Avellaneda, y se sumó, con su mano reparadora, al arreglo del mural de homenaje a los socios desaparecidos de esa institución que había sido vandalizado.

Diego Beigbeder, el hermano de Gonzalo, uno de los 30.000 desaparecidos de la Argentina desde el 2 de diciembre de 1976. (Crédito Facebook Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA).

En 1972, muy chiquito, Gonzalo se enteró de que su San Lorenzo salió bicampeón de la temporada, posponiendo al segundo puesto al Racing de Diego en el Torneo Metropolitano. De todas formas, en aquella época el mayor de los Beigbeder, sin reducir su acción política ni detener sus vísceras racinguistas, concentraba energías deportivas en su inquietud por el ajedrez al ritmo del duelo por el título mundial entre el estadounidense Bobby Fischer y el soviético Boris Spasky. Justo ese año, las autoridades de Boca concedieron reconocimientos honorarios al presidente de facto Alejandro Lanusse y a otros militares como Eduardo Emilio Massera, uno de los criminales de la posterior dictadura. Este 22 de mayo, casi medio siglo más tarde, Boca sacará de sus padrones y de sus honras a esa gente. Merecería haber visto ese gesto Gonzalo, quien seguro sugeriría que la memoria requiere mucha lucha y mucha paciencia, implica mucha constancia y mucha elaboración colectiva, pero al final llega.

Más cerca o más distante, habrá, sí que habrá, un tiempo diferente de este tiempo, menos extraño, más dulce, en el que las multitudes regresarán a las calles y se moverán a favor de igualdades pendientes y de sueños que jamás se esfuman, de derechos populares y de goles en todos los arcos. Mano entre las manos, la de Gonzalo, que además es la de su hermano Diego y la de las dignidades de la historia de ambos, permanecerá entrelazada a todo eso, y a las manos de quienes lo seguirán queriendo. Mientras ese tiempo llega, se lo saluda como corresponde a quienes atraviesan el aire de las canchas y el césped de la vida encendiendo luces que no hay manera de apagar, que es igual que decir hasta la victoria siempre.

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