Siempre Conti


05 de mayo de 2022

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por Ariel Scher

Haroldo. Pura emoción. Trazos y pinceladas de un escritor siempre vigente, que ninguna dictadura podrá callar jamás. Haroldo, el vencedor del tiempo y el espacio.

Ahora, en la Feria Internacional del Libro que se hace en Buenos Aires, una muchacha camina con los pies ligeros, la sonrisa ancha y los ojos sin fronteras. Le queda espléndida la camiseta de fútbol que le envuelve el cuerpo y que, quizás, también le recubra el corazón. Mientras los pies le caminan ligeros, mientras la ancha sonrisa se le torna más ancha y mientras los ojos sin fronteras se agrandan y se agrandan, aprieta con las dos manos un libro. Un libro de Haroldo Conti.

¿Qué página entre las páginas de Conti estará generando que esa muchacha, además de muchacha, sea una luz? ¿Será, página entre páginas, alguna de las que Conti parió inspirado en la ciudad de Chacabuco en la que nació el 25 de mayo de 1925? ¿Será alguna otra que porte las aventuras de Conti en una de las muchas aguas que recorrió? ¿Serán los cuentos de "La balada del álamo carolina" o serán los capítulos de la novela "En vida"? ¿Será un fragmento en el que queda al descubierto el compromiso de Haroldo para la construcción de una realidad diferente, o sea justa? ¿Y si fuera una página, cualquier página, entre las que enhebró Conti con alusiones más grandes o más chiquitas al deporte? Eso: podría ser una página con deporte. Conti ni cerca anduvo de ser un cronista del deporte, pero sí refirió al deporte porque su tema mayor fue la condición humana.

Las páginas de Haroldo Conti tienen remos (inevitable: era socio y habitué del Tigre Boat Club) y luchas (para incluir, por ejemplo, a Titanes en el Ring), nataciones (en alguna playa uruguaya braceó perseguido por tiburones), navegaciones ("La vida es más o menos un barco bonito. ¿De qué sirve sujetarlo? Va y va", apunta en "Mascaró, el cazador americano", su última novela) y más navegaciones (hasta le habían dado un certificado de náufrago por un intento real de llegar en un barco bien lejos), un poquito de fútbol suelto (con la presencia de Juan José Pizzuti y Néstor Scotta como referencias en el cuento "Mi madre andaba en la luz") y unas cuantas bicicletas encantadoras (aunque ninguna tan mágica como la del cuento "El último"). Y tienen todo lo que es Conti: un escritor grande, cuya obra va del río al mar y de la ternura a, también, la ternura.

Sin embargo, si hay un deportista incomparable en la literatura de Conti es el tío Agustín, protagonista de "Las Doce a Bragado", cuento y joya al mismo tiempo. Difícil que algún libro ofrezca a un corredor así de extraordinario. Dice un párrafo en el que cabe la humanidad: "El tío corre con la huesuda cabeza echada hacia atrás como un pájaro y a medida que entra en combustión sus trancos son más largos y más altos. La gente resbala como una mancha oscura por el costado de sus ojos y, después del hospital municipal, se corta, se disuelve y cuando no hay más gente y sólo queda el camino pelado, el campo húmedo y la mañana olorosa, la llama le brota por los ojos y corre todavía más fuerte, más liviano".

Increíble. O no. Acaso, simplemente, lo que puede Conti: cuando la muchacha de la camiseta de fútbol frena los pies ligeros, troca la sonrisa ancha por un millón de gestos de asombro y clava en un párrafo esos ojos sin fronteras, es porque lee ese cuento, "Las Doce a Bragado".

La sacude la dedicatoria breve: "A mi tío Agustín, por si algún día para de andar y alcanza a leerlo". Y la atrapa del todo un tramo en el que caben literatura del mundo y el mundo en la literatura, un tramo que constituye toda una explicación de que la literatura y el mundo están hechos con palabras. Grande el tío Agustín, el tío de Haroldo: "La gente resbala como una mancha oscura por el costado de sus ojos y, después del hospital municipal, se corta, se disuelve y cuando no hay más gente y sólo queda por delante el camino pelado, el campo húmedo y la mañana olorosa, la llama le brota por los ojos y corre todavía más fuerte, más liviano. Los pasos de badana resuenan suavemente cuando golpean sobre las tablas del puente y cuando el tío se embala por la pendiente de la loma, al otro lado, ya en el partido de Bragado, la llama le brota a chorros a través de la piel, los ojos se le borran con tanto brillo y corre, corre locamente bebiendo el aire perfumado de la mañana, los campos verdes inundados de esa blanda luz de mayo, loco caballo desbocado, loco".

Y loca, loca y desbocada como el tío Agustín, ella, la muchacha de la camiseta de fútbol que casi justifica la existencia de la Feria Internacional del Libro, lee, sigue leyendo, de un tirón, de una conmoción, hasta el final.

El 5 de mayo de 1976 a Conti lo secuestró y lo desapareció la peor de las peores dictaduras. No hay modo de borrarlo.

Ya lo sabe la muchacha de la camiseta de fútbol, que, tal vez inspirada en el cuento, quizás estimulada por toda la vida que enciende ese cuento, camina de nuevo con los pies ligeros, con la ancha sonrisa, con los ojos sin fronteras y, también, estremecidos. Lo sabe la muchacha de la camiseta de fútbol: como el Tío Agustín, Conti siempre corre, Conti siempre está.

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