Jugar con Gramsci


22 de abril de 2022

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por Ariel Scher

Ariel Scher enlaza la historia del dirigente político, pensador, marxista, periodista, revolucionario y encarcelado por el fascismo, con la figura inigualable del Doctor Sócrates.

Sócrates jugaba al fútbol como los dioses pero pisaba la Tierra atento a las personas. Acaso por eso fue que se dio el gusto de compartir dos mundiales, en una bellísima selección brasileña, con Zico, con Falcao y con Toninho Cerezo sin perder de vista que entre los compañeros que más quería tener en su equipo estaba Antonio Gramsci. "Mi objetivo al jugar en Italia es aprender a leer a Gramsci en su idioma", dijo aquel crack largo, sutil, militante y encantador al desembarcar en la Fiorentina. Ocurría que a Sócrates lo inquietaba imaginar partidos y lo conmovía cambiar al mundo. Cambiar al mundo: cómo no ponerse la camiseta de Gramsci.

Dirigente político, audaz pensador sociológico y filosófico, marxista, periodista, revolucionario y encarcelado por el fascismo, Gramsci nació el 22 de enero de 1891 en Cerdeña y murió el 27 de abril de 1937, hace 85 años. Se lo asocia con ese caudal enorme de identidades mucho más que con la pelota. Sin embargo, hay una frase suya, quizás tan inspiradora como aquel Brasil que integraba Sócrates, que fulgura en los materiales de un ancho arco de autores y de autoras y que vuela feliz en el viento cada vez que al deporte más popular del planeta lo embadurnan excesivas mugres. Esta frase dedicada al fútbol: "Este reino de la lealtad humana ejercida al aire libre".

A esa caracterización la recuperan Eduardo Galeano en "El opio de los pueblos" (un capítulo de su libro "El fútbol a sol y sombra") y Ángel Cappa y María Cappa (en la introducción de su investigación "También nos roban el fútbol"). Y eso hacen los chilenos Esteban Abarzúa (en su cuento "Zapatos con sangre") y Nissim Sharim Paz (en "Sacar la voz") o, desde otro ángulo, el periodista británico Andrew Jennings (en la decisiva indagación "FIFA. La caída del imperio"). Y a Gramsci, en clave futbolera aunque sin apelar a esa mítica sentencia, lo cita el escritor Osvaldo Soriano en medio de las andanzas de su Míster Peregrino Fernández y también el sociólogo de la cultura Pablo Alabarces en su "Fútbol y patria". Y muchos y muchas más. El futbolista Sócrates, en consecuencia, forma parte de un universo en el que Gramsci, esa voz tantas veces silenciada, patea penales y tira corners.

Lo del reino de lealtades al aire libre es la expresión más atribuida al Gramsci arrimado a la cancha. Sus fundamentos fecundan en un artículo titulado "El fútbol y el juego de la escoba", que salió en el periódico Avanti! el 16 de agosto de 1918. Si la labor periodística del italiano puede seguirse, básicamente, en Avanti!, en Il Grido del Popolo y en L'Ordine Nuovo, su narración deportiva quedó condensada en ese texto joven. Allí contrasta las virtudes que detecta en el fútbol (Gramsci residía por entonces en Turín, una ciudad plena de fútbol) con los vicios que genera un clásico juego de barajas. No se trata de una mirada acrítica y alcanza una oración para advertirlo: "El deporte es una actividad difusa de las sociedades en las que el individualismo económico del régimen capitalista ha transformado la costumbre, también ha suscitado junto a la libertad económica y política la libertad espiritual y la tolerancia de la oposición".

El elogio al fútbol se articula en este párrafo: "Observen un partido de fútbol: es un modelo de la sociedad individualista: se ejerce la iniciativa, pero ésta definida por la ley; las personalidades se distinguen jerárquicamente, y la distinción se da no por antigüedad sino por méritos específicos; hay movimiento, competición, lucha, pero todo está regulado por una ley no escrita que se llama 'lealtad' y que un árbitro se encarga de recordar en todo momento. Paisaje abierto, libre circulación del aire, pulmones sanos, músculos fuertes, siempre dispuestos a la acción".

Miles de individuos sostendrán, con razón, algo que suscribiría Sócrates, ese jugador que admiraba a Gramsci y que falleció en 2011: mucho del fútbol que vino después de la nota de Gramsci seguro desmintió a Gramsci y mucho de lo que vino después quizás, al mismo tiempo, lo ratificó. El fútbol se expandió y se consolidó como un fenómeno en el que cabe casi todo, un fenómeno que promueve mil aproximaciones pero difícilmente merezca la indiferencia de quienes aspiran a decodificar las lógicas del poder y de las sociedades de esta época. Nada de indiferencia: "La indiferencia es el peso muerto de la historia" enarboló Gramsci en su célebre alegato "Odio a los indiferentes".

Cualquier carrera de sociología o de ciencias políticas que se precie de serlo enseña o debería enseñar los conceptos gramscianos medulares. Ahí sobresale la idea de "hegemonía", desde la cual explica cómo la clase dominante somete a la clase dominada y, a la vez, debate la construcción necesaria para que los oprimidos puedan mutar en clase -precisamente- hegemónica. Ese Gramsci es el sustento con el que trabaja el mexicano Dante Ariel Aragón Moreno en el ensayo "Reflexiones acerca del fútbol, lo político y la revolución", en el que el fútbol -se insiste: un fútbol bajo el paradigma gramsciano- aparece como modelo para interpretar a la política como actividad transformadora. En sus líneas para Avanti!, Gramsci había conjeturado: "El deporte también suscita en política el concepto del 'juego leal'". Suena raro eso (DE) referir a la lealtad política o a la lealtad que fuera si se tienen en cuenta los comportamientos de unos cuantos dirigentes y empresarios no sólo del fútbol. Pero ahí perdura una huella.

Un desvío antes de retornar a la temática futbolera en Gramsci. En las últimas décadas florecieron interpretaciones tal vez edulcoradas de su obra, algo así como modos de incorporarlo pero atenuando su vigor ideológico y revolucionario. Un párrafo del mismísimo Gramsci, también de 1918, desbarata esas intenciones: "La democracia, el intento de moralizar las relaciones políticas internas e internacionales, haciendo de cada individuo humano un ciudadano, responsable de la vida social, promotor y libre actor de la vida histórica, es una ideología que no puede consolidarse integralmente en la sociedad capitalista. Su parte realizable es el liberalismo, por el cual todos los hombres pueden convertirse en autoridad, pero no a la vez, sino con el movimiento de las minorías; todos los hombres pueden ser capitalistas, pero no todos al mismo tiempo, sino una minoría por vez. La democracia integral sostiene: 'todos al mismo tiempo' y choca contra las condiciones del entorno, contra el sistema de producción: desarrolla una función morbosa, confusa, de estafa, de predicación de la incoherencia. Es paralización, más que progreso efectivo".

Gramsci desplegó un papel determinante en la fundación del Partido Comunista Italiano en 1921. Sucedió en Livorno, una ciudad en la que esa marca conserva peso suficiente como el que el equipo que lleva su nombre sea presentado como el que está más a la vanguardia en el panorama político del país. En su hermoso libro "Historia del Calcio", el periodista español Enric González se detiene en el itinerario del delantero Cristiano Lucarelli, un tipo capaz de festejar goles con una remera del Che Guevara debajo de sus ropas de delantero y de asumirse no sólo como un símbolo del Livorno sino como estandarte de los lazos entre la izquierda y el fútbol.

La pertenencia y la gravitación política llevaron a Gramsci al destino hacia donde marchaban los opositores al régimen totalitario de Benito Mussolini: la prisión. En sus rincones de confinamiento, perseveró en la militancia, ensanchó la creatividad intelectual, resistió espantos enormes y se fue enfermando de grave a muy grave. Sus "Cuadernos de la cárcel" representan hace décadas fuentes de reflexión, de compromiso y de sueños políticos que atraviesan cualquier frontera. "Se ha formado una mentalidad deportiva que ha hecho de la libertad un balón con el que jugar al fútbol", desliza por allí. Contrapunto elocuente: mientras Italia organizaba un Mundial, el de 1934, y lo ganaba con su plantel amenazado por el líder fascista, Gramsci persistía, encerrado, en sembrar futuros justos.

Con el número 7047 vuelto su identificación como preso, enhebró los mejores nudos que pudo con sus familiares y con sus camaradas a través de una correspondencia prolífica. Esa prosa también constituye un cuerpo teórico impresionante. Con una pequeña y dolorosa alusión al fútbol que no se emparenta con el entusiasmo expuesto en Avanti! y sí con retratar cómo percibe su circunstancia: "La idea de que yo sea una pelota de fútbol que unos pies anónimos puedan lanzar de una a otra parte de Italia como ya ha ocurrido en el pasado". Otra distancia con "El fútbol y el juego de escoba": cuentan que en esas horas crueles hasta probó jugar a las cartas.

No hay pruebas sobre cómo le fue a Sócrates en el proyecto de leer a Gramsci en italiano. Y menos todavía si desembocó en esa reivindicación del fútbol firmada en 1918. En cambio, abunda la certidumbre de que en diversos rincones de la Tierra existe gente que lucha y que se organiza para luchar. Y que, en ese camino, busca y encuentra a Gramsci. Inclusive para enfocar las edificaciones del fútbol como espectáculo central del capitalismo en esta época. Nada de asombros. Pueden pasar 85 o, quién sabe, 85.000 años, pero no importa. Como se aprende en el fútbol, como se aprende en la vida, los grandes jugadores juegan bien y juegan mucho. Juegan para siempre.

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