La Tía Marimar y el Chango Cárdenas


31 de marzo de 2022

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por Ariel Scher

"Habrá circunstancias en las que la Tierra quizás se convierta en hielo, en tormentas o en granizos. Cuando eso pase, acuérdense del botinazo del Chango y van a sentir que algo los envuelve, los recubre y los abriga".

Apenas dos horas después de que el Chango Cárdenas le avisara al mundo que a veces la vida puede caber en un noble botinazo, la Tía Marimar nos dijo que ya nunca volveríamos a sentir frío.

Con la garganta aún desflecada por todo lo que había gritado ese gol, abrazó a vecinas con las que se había peleado una década antes, besó con los labios a las paredes y con el viento de esos labios al cielo y nos anunció que ese noble botinazo nos funcionaría eternamente como una frazada.

La Tía Marimar era una dama sin rebusques, así que soltó lo suyo sin demasiadas curvas: "Habrá circunstancias en las que la Tierra quizás se convierta en hielo, en tormentas o en granizos. Cuando eso pase, acuérdense del botinazo del Chango y van a sentir que algo los envuelve, los recubre y los abriga".

Muchos consejos de la Tía Marimar se nos esfumaron. Este, al revés, jamás. El gol que el Chango le metió al Celtic nos protegió desde allí y para cualquier futuro. Hubo épocas en las que casi nos convencimos de que las historias con final dulce sólo les sucedían a los de Hollywood, pero rescatamos la imagen de los bracitos alzados del Chango y recordamos que, en algún lugar, a los comunes del planeta nos estaba esperando una alegría.

Hubo edades en las que nos advertimos muy lejos de un objetivo, pero se nos vinieron a la conciencia los metros largos que separaban el pie del Chango del arco escocés y redescubrimos que siempre hay posibilidad de vencer a todas las distancias.

Hubo ocasiones en las que excesivas derrotas nos hicieron creer que habíamos nacido con la condena consecutiva de perder en el fútbol y en la existencia, pero regresamos a la emoción de ese día y de ese botinazo y entendimos que en el mejor de nuestros rincones nos iluminaba una luz de felicidad.

Lo que la Tía Marimar nos anticipó fue que el Chango y su gol campeón iban a acompañarnos cada vez que fuera necesario. Por eso no nos mentimos: cuando el Chango se murió, nos atrapó una tristeza del tamaño de un estadio.

Sin embargo, la fórmula no falló. Era marzo y el termómetro se empecinaba en andar bajo, pero nosotros, mientras evocábamos el noble botinazo y repetíamos la palabra "gracias", no teníamos nada de frío.

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