Galopa corazón galopa


22 de junio de 2021

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por Ariel Scher

La obra perfecta, la alegría perfecta, el imposible posible, el gol de los goles, el corazón que galopa, galopa, galopa. El gol de todos los tiempos en la pluma de Ariel Scher.

en Buenos Aires, 22 de junio de 2021.

El Tío Pascual se da cuenta de que el corazón le galopa como el corazón galopa sólo cuando es libre o sólo cuando juega el Diego. Galopa corazón galopa dice y se dice o por ahí no dice nada porque la emoción, ah la emoción, suele gambetear a la certeza cuando el corazón galopa y el calendario marca que se está al filo del cumpleaños noventa.

De todos modos, no importa si dice o no dice algo, o si parpadea, o si sacude las piernas viejas al compás de las piernas invenciblemente jóvenes del Diego, o si se acuerda de un amor de adolescencia, o si le vuelve el miedo de que uno de los de camiseta blanca interponga el piecito o la patada y arruine todo, la obra perfecta, la alegría perfecta, el imposible posible, el gol de los goles, el corazón que galopa, galopa, galopa.

Pero no, no y no, nada que arruine nada. Ahí va el Diego y acá voy yo, dice o no dice el Tío Pascual, galopador del corazón, puteador experto y experto, a la vez, en no putear a los de camiseta blanca porque, al cabo, esos muchachos se desparraman con todo el esfuerzo que late arriba del césped de México para ejercer el propósito legítimo e inútil de quitarle la pelota al Diego, que es como intentar extirparle el aire al aire o la muerte a un muerto.

No hay manera, muchachos, suelta, amable y contenedor, el Tío Pascual, que putea y recontraputea no a los ingleses y sí a su cuello, a su propio cuello, bosta de cuello, que impide que su camiseta de la Selección fluya hasta el pecho caído y hasta la panza blanda. Si yo la uso seguido, dice o no dice el Tío Pascual, que ahora que lo piensa bien, ahora que conversa con su conciencia desde la ausencia de mentiras que le concede ser de casi noventa, asume que no la usa seguido, más bien no la usa hace siete lustros, y que se la quiere calzar en este momento porque hace justo treinta y cinco inviernos la tuvo puesta mientras el Diego, qué cosa el Diego, qué fábula el Diego, zig para acá, zag para allá, invitaba a los de camiseta blanca a descubrir que ese día y a esa hora ni con los botines acuchillados ni con una fábrica de cárceles lo iban a atrapar.

Por fin, dice o no dice el Tío Pascual, cuando su camiseta celeste y blanca se desgarra apenitas o un poco más que apenitas, supera el cuello ensanchado y le recubre el pecho caído, la panza blanda y, sobre todo, el corazón que galopa y no para de galopar.

Vamos Diego vamos, dice o no dice, pide o no pide, reza o no reza, el Tío Pascual, con la celeste y blanca destartalada pero presente, con una noción difusa sobre si lo que ocurre enfrente es el pasado, es la actualidad o es el cine, con la sensación de que si el Diego cambia el ritmo una vez, otra vez y otra vez los de camiseta blanca no podrán hacer otra cosa que sacarle una foto al número 10 que le brilla en la espalda.

Vamos Diego vamos, galopa corazón galopa, el Tío Pascual suda sueños, mueve los dedos como acariciando a sus nietas que en 1986 son flamantes en el mundo, mira a los costados y detecta a sus hijos, a sus amistades, al número 4 de un equipo de algún barrio, a su madre, a su padre, a su abuelitud completa e, inclusive, al niñito que fue él cuando corría en soledad en el patio de su casa y, como miles o como millones, metía el gol entre los goles, ese que el Diego, heredero de todos los pibes de todos los patios, está a punto de meter.

Qué grande el Diego, en la jugada de todos los tiempos como proclama el señor de la radio. Qué grande el Diego, rendite arquero,  ríndanse defensores, rendite lógica, rendite humanidad. Lo hace, lo hizo. Mirá la pelota, dice o no dice el Tío Pascual, que la detecta por primera vez separada del Diego, mansa en la red, con Valdano que la captura y la toca con las manos acaso para verificar si eso es ciertamente una pelota o es un oro o es un chiste, porque cuesta aceptar que lo que pasa pasa, que lo que pasó pasó.

Galopa corazón galopa, galopa más fuerte corazón, más fuerte. Galopan los casi noventa cumpleaños del Tío Pascual, que percibe una revolución en cada víscera, que redescubre la intensidad de la garganta, que certifica que el tiempo es como el Diego en esa jugada porque no hay recurso para frenarlo, que igual advierte que hay hechos que no son de antes ni de ahora sino de siempre, que se humedece los labios y que comprueba que la eternidad cabe en tres letras mientras, galopa corazón galopa, feliz, grita gol.

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