La frase resonó en el MetLife Stadium de New Jersey. Aún en un tono bajo y pausado, con cierto dejo de resignación, las palabras replicaron alto y fuerte. Lionel Messi había puesto su punto final a la selección. Antes, lloró. Y mucho. La derrota por penales ante Chile en la final de la Copa América Centenario 2016 dolió. Y sus lágrimas se soltaron por primera vez en público con la camiseta albiceleste. No aguantó más. "Se terminó para mí la selección, no es para mí", dijo Messi.

El 26 de junio de 2016 significó un antes y después. Nació otro Leo. O mejor dicho, despertó. Messi volvió, claro que volvió. El contexto distaba de ser el ideal aún. La AFA continuaba acéfala y Gerardo Martino siguió los pasos del número "10". Aunque para el "Tata" no hubo revancha; para Messi, sí. Pasaron Edgardo Bauza y Jorge Sampaoli. Argentina profundizó errores. Hasta que llegó Lionel Scaloni. El menos pensado. Y Lionel, el “10”, lo intentó otra vez. La Copa América quedó como el certamen que le devolvió alma y espíritu a la Argentina. El nacimiento de un grupo histórico. Vaya paradoja, en tierra enemiga: Brasil. En 2019, eliminados de manera polémica en semifinales. En 2021, la consagración que permitió quitar de la mochila kilos y kilos de frustración. La Finalísima acentuó el paso ganador y Qatar 2022 reservó pasajes para la gloria eterna. Durante todo ese tiempo, Messi fue líder total. Lo futbolístico estaba descontado. El carácter lo curtió. Y las lágrimas de Estados Unidos se transformaron en sonrisa en Qatar. Algunos escépticos lo abrazaron para siempre. Messi se hizo bandera para un pueblo y se amigó con el mito de Diego. No porque sintiese algo en contra, ni mucho, sino porque la comparación inútil por momentos se hizo gigante.

Leo, permitime un humilde disenso: te equivocaste. La selección siempre fue para vos. Sólo que a veces la recompensa tarda en llegar. La Copa del Mundo, esa que anhelabas de pequeño,  te estaba esperando. Y así tenía que ser. El fútbol no se equivocó con vos esta vez.