Nery Domínguez, Scocco y Borges


16 de septiembre de 2021

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por Ariel Scher

¿Cómo cobija el fútbol -ese juego poblado de los imprevistos que reivindicaba el periodista Dante Panzeri- que dos episodios tengan alma de fotocopias? Y, en definitiva, adentro y tal vez afuera del fútbol, ¿de verdad existe lo igual?

Por Ariel Scher

En la cabina del estadio de San Lorenzo, el comentarista 1 dice asombrado, asombrado con motivos, asombrado con certeza, dos palabras: "Es igual".

En la cabina del estadio de Newell's, el comentarista 2 dice asombrado, asombrado con motivos, asombrado con certeza, dos palabras, de nuevo dos palabras: "Es igual".

Y cierto: una vez y otra vez "es igual".

El gol de Nery Domínguez para Racing y a San Lorenzo por la fecha once del campeonato de 2021 es igual al gol de Iván Pillud, para Racing y a San Lorenzo, sobre ese césped, en 2015.

El gol de Ignacio Scocco para Newell's y a River por la fecha once del campeonato de 2021 es igual al gol de Ignacio Scocco, para Newell's y a River, sobre ese césped, en 2006.

Acaso el comentarista 1 y el comentarista 2, tanto como muchos testigos a la distancia que verifican y dicen también "es igual", se formulen las preguntas que merecen continuar al asombro: ¿cómo es posible eso?, ¿cómo explicar que, con la inmensa gama de variantes que propicia el fútbol a cada segundo, un gol y otro gol sean calcos de un gol y de otro gol?, ¿cómo cobija el fútbol -ese juego poblado de los imprevistos que reivindicaba el periodista Dante Panzeri- que dos episodios tengan alma de fotocopias? Y, en definitiva, adentro y tal vez afuera del fútbol, ¿de verdad existe lo igual?

A los comentaristas les toca pasar del asombro a lo que sigue al asombro y extravían la posibilidad de buscar respuestas. Así es su laburo. Se les entiende. Pero es una pena.

Porque la respuesta la trae un fabricante de asombros: Jorge Luis Borges.

Borges, claro que Borges, el escritor más famoso de la Argentina que además constituyó el mayor despotricador del fútbol en la Argentina. Borges, aunque jamás se tentó por los murmullos que caben en un córner, lo resolvió.

En 1939, el antifutbolero Borges no desarrolló ni una línea de fútbol ni se fascinó con la campaña deslumbrante del Independiente de Sastre, Erico y De la Mata. Casi nunca lo hizo. Hay apenas una mención en "La Canción del barrio", de su libro "Evaristo Carriego" (1930), otra mención en "Historia de Rosendo Juárez", publicado en "El informe de Brodie" (1970), y, desde luego "Esse est percipi", desplegado a veinte dedos con Adolfo Bioy Casares, con el fútbol como telón importante. Casi nada más. No importa. Lo que importa es que en 1939 parió "Pierre Menard, autor del Quijote", uno de sus cuentos más célebres y celebrados.

Ahí está la contestación al asombro del comentarista 1, del asombro del comentarista 2 y del asombro de muchas gentes.

Pierre Menard es un tipo que quiere escribir el Quijote. Alguien dirá que al Quijote ya lo había fabulado Miguel de Cervantes, en la más deslumbrante aventura jamás narrada, un lungo que anda de la cabeza que cranea conquistar a una mina imposible, con el asesoramiento improbable del falible Sancho Panza y marchando con o sin rumbo no muy lejos del suelo en el que nacerá otro aventurero llamado Andrés Iniesta. Alguien dirá que si Menard se empecina en escribir eso, al cabo, que lo haga, problema de él, que lo copie letra por letra o que lo reversione. No obstante, Menard miraría a ese alguien como escupiendo un "vos no entendés nada". Menard pretende sentarse y que le salga el Quijote, tal cual el Quijote, tal cual Cervantes, sin aprendérselo de memoria ni enfocar de reojo hacia un papel que ya exhibe tinta. Para saber cómo le fue, hay que leer -y es una gloria- ese cuento.

Desde que Borges -bien distante de Scocco y de Domínguez- incluyó ese texto en "Ficciones", su librazo de 1944, germinaron mil especulaciones, tesis, hipótesis, contratesis, estudios y delirios sobre el caudal filosófico que viajaba en esos párrafos. Hubo eruditos que lo asociaron al pensamiento de Platón, otros al de Nietzsche, otros más a los apuntes del propio Borges en un libro de 1936 titulado "Historia de la eternidad", en el que, como en abundante Borges, el tema es el tiempo y el vínculo de las personas con el tiempo. En el fondo, todo Borges consiste en una invitación a debatir el devenir entero de la filosofía. Y, cuando metió al insólito Pierre Menard en la cancha de la literatura, a plantear y a plantearse si la humanidad, tan original como se muestra, no es una mera sucesión de reiteraciones, o sea de goles que ya convirtió alguien en un partido del pasado.

El maestro Juan Sasturain, experto en Borges y experto en fútbol, se dio cuenta de todo esto durante una jornada de 2007 en la que, casi sin poder parpadear delante de un televisor, asistió a la certificación futbolera de que Menard no estaba tronado. En la mitad de una cancha, inclinado sobre el costado derecho, Lionel Messi atrapó la pelota y aceleró sin soltarla, con zigzagueos chispeantes e imparables hasta sentar de traste a una colección de muchachos que pretendían interrumpir eso en una maniobra conmovedora que concluyó en gol del Barcelona ante el Getafe. Cuando logró parpadear, Sasturain se tentó con gritar gol  o con aplaudir hasta gastar la piel pero, más que nada, advirtió que Messi había conseguido lo que Menard -o Borges- se propuso: hacer tal cual una obra maestra. La más maestra, la más quijotesca construcción del fútbol desde que hay fútbol: el segundo gol de Diego Maradona a los ingleses en el Mundial de 1986.

Se comprende: lo que vio Sasturain fue que Messi no conversó antes con sus adversarios y les rogó que en cierto momento se desparramaran para la derecha o para la izquierda. Para nada: arrancó y dejó al mundo, como a Sasturain, sin oportunidad de parpadear. Luego, también crack él, Sasturain transparentó semejante circunstancia en un artículo al que bautizó "Lionel Messi, autor del Quijote". Gran artículo que, como enunciarían quienes poseen devoción futbolera, reúne a una lista de buena fe con la que sería extraño no consagrarse campeón del mundo: Maradona, Messi, Cervantes, Borges, el Quijote y Sasturain.

Otro detalle que ayuda a reflexionar sobre Nery, sobre Scocco, sobre Menard y sobre la historia como colección de réplicas: Sasturain, que enhebró ese artículo, ejerce desde comienzos de 2020 como director de la Biblioteca Nacional, el cargo de Borges desde 1955 hasta 1973, uno el más futbolero y otro el menos futbolero entre quienes condujeron esa institución a partir de 1810. "Quizás la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas", tiró Borges en 1951, encendiendo fuegos en los extensas rutas de la filosofía, de la historia y de la literatura que se interrogan si todo es o no es más o menos una copia de todo. ¿Cómo se hace para refutarlo?

Tranquilidad para el comentarista 1 y para el comentarista 2. Y para el resto del público. Asombrarse siempre reivindica a la existencia. Y lo que metieron Domínguez y Scocco lo justifica. También se hubiera asombrado Menard (que quizás en esta época se volvería amante de los saques de arco y de los penales, ya que los personajes acostumbran emanciparse de sus autores aunque sean Borges), quien acepta en el cuento que su objetivo es "meramente asombroso".

En "La trama", una microficción que integra el libro "El hacedor" (1960), Borges regala una de esas frases que periódicamente se pronuncian para argumentar por qué llueve, por qué no llueve, por qué los visitantes vencen a los locales o por qué los locales vencen a los visitantes: "Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías".

Golazo heredero de golazo el de Nery Domínguez y golazo heredero de golazo el de Scocco, ambos parecen haber brotado en una fecha once para convalidar esa frase borgeana. Habrá que permanecer atentos a qué golazos serán herederos de estos golazos. El comentarista 1 y el comentarista 2 deberán estar preparados. O quizás necesiten sumar a un eventual comentarista 3. Ya tienen a mano al ideal. Seguro: Borges.

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