Pulga Rodríguez, alma de potrero


18 de marzo de 2021

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por Roberto Parrottino

Formidable retrato del último eslabón, la postrera bandera del potrero en Argentina. El futbolista amado por todas las camisetas, sin colores ni grietas.

—Le voy a comprar los botines, yo le voy a comprar, después vemos cómo hacemos para comer.

Es el fin de año de 1995. En una tarde de Simoca -8 mil habitantes, a 50 kilómetros de San Miguel de Tucumán, capital de la provincia-, Pocholo le dice a Bety que no importa, que se los quiere regalar para el cumpleaños de 11, el 1 de enero. Los compra en la feria del pueblo, donde se vende de todo, por 30 pesos, marca Pro Yomax. Y se va de presupuesto con las medias y las canilleras. Después, piensa Pocholo, buscará más changas de albañil y de pintor, porque habrá nueve hijos que alimentar en la casa. Pero no quiere que “Miguel” siga jugando a la pelota con los botines que ya le quedan chicos. O aún peor, descalzo, entre piedras, vidrios y pozos, porque hay que cuidar el único par de zapatillas, con las que va a la escuela.

Ahora, a los 36 años, Luis Miguel Rodríguez, el Pulga, es uno de los mejores jugadores del fútbol argentino. Algo mejor: es un futbolista de culto que trasciende las camisetas y las rivalidades, sin grietas. Exponente de otra época dentro de un fútbol más físico, el Pulga es el jugador del pueblo. La última bandera del potrero. “Siempre sacás algo del potrero -dijo en 2009, a los 24 años, mientras se asentaba en Atlético Tucumán y soñaba con jugar en Primera División-. Por ahí en el momento no te das cuenta. Pero después mirás la reiteración de una jugada y te das cuenta de que no es una cosa que te hayan enseñado en inferiores y por ahí lo dejás parado a un profesional que está preparado para todo. Eso es muy lindo”.

Por primera vez en la historia, Colón arrancó un torneo en Primera con cinco triunfos. Líder de la Zona 1 de la Copa de la Liga Profesional, suma doce goles a favor y uno en contra. Cinco fueron del Pulga Rodríguez, goleador de la Copa, capitán de Colón. Tres entrenadores de Primera lo llamaron para felicitarlo durante la última semana. Los goles del Pulga centran su fuerza en la definición: toques suaves, de emboquillada, con inventiva y con imaginación, con destellos del Burrito Ortega. “Es un futbolista que sufrió el prejuicio hacia el fútbol argentino, a esa idea instalada desde hace años por algunos comunicadores de que es de baja calidad, de segundo orden, en el puede triunfar cualquiera, porque la verdadera realidad del fútbol está en Europa”, dice el investigador Carlos Aira, autor de Héroes de tiento. “Eso hace que a un futbolista de una jerarquía y calidad enorme no se le hayan abierto las puertas de la Selección Argentina. Alguno me dirá: 'El Pulga descolló hace cinco años'. Es cierto, como tantos otros futbolistas. Otro me dirá: 'Nunca jugó en un equipo grande'. No, nunca jugó en Buenos Aires, que es otro asunto”.

El Pulga Rodríguez jugó un solo partido con la camiseta de la Selección Argentina, el 30 de septiembre de 2009. Citado por Diego Maradona, entró por Gabriel Hauche al minuto 57 de la victoria 2-0 (goles de Martín Palermo) ante Ghana en Córdoba. Cuando llegó al estadio y bajó del micro, lo esperaba Bety. El Pulga había salvado a su madre de un intento de suicidio tras la muerte de una de sus hijas, de siete meses. Literalmente: una noche, intentó electrificarse con un cable, hasta que el Pulga la vio y la tiró de la pollera. Ahora Bety lloraba desconsolada.

—Hijito, te felicito, que alegría nos das.
—No llores, mami, no llores que me vas a hacer llorar a mí.

A Maradona poco le importó la lista de jugadores que “sugería” convocar la empresa organizadora de los amistosos de la Selección, en la que no figuraba el Pulga. “Tiene una picardía muy parecida a la mía”, lo describió entonces Diego. Porque el Pulga es el futbolista que le tira caños hasta a los árbitros: en el saludo inicial, después de la foto que no sale en ningún lado, le metió un caño a Mauro Vigliano. Y luego Darío Herrera intentó -sin éxito- meterle un caño a él. Pero no es sólo eso: en Colón, con el que alcanzó la final de la Copa Sudamericana 2019, el Pulga suma ya 22 goles y 14 asistencias en 55 partidos. “A mí me gusta Boca, fui simpatizante -respondió el Pulga ante la enésima pregunta de si le gustaría jugar en Boca-. Aunque al estar jugando uno va dejando de lado el fanatismo. Gracias al fútbol le pude comprar zapatillas a mis hijos. De no tener nada pasé a tener la casa que soñé. Creo tener todo lo que necesito”.

Pocholo, su padre, al que ayudó en los trabajos de albañil cuando el fútbol parecía alejarse en el horizonte, murió en 2019. Días después, el Pulga jugó y metió el 2-1 de Colón ante Atlético Mineiro en la semifinal de ida de la Sudamericana. En el festejo, levantó las manos y miró hacia el cielo. El gesto lo volvió a repetir en el reciente 2-0 ante Estudiantes en La Plata. Camila Bertotti, una hincha de Colón, le había enviado un mensaje por Instagram contándole que su abuelo, Omar Meynet, fanático sabalero y de él, había muerto a los 82 años. “Si hacés un gol, dedicáselo”, le escribió. “Dios quiera. Y señalo el cielo”. Y el Pulga lo hizo de nuevo, volvió a emocionar. “No tengo palabras de agradecimiento, sos de otro planeta, y por lo que hiciste, sé que mi abuelo está feliz”, le dijo Camila.

En un juego de cada vez más atletas y menos jugadores, el Pulga (1,65 m) reconecta en la actualidad cierta identidad originaria del fútbol argentino. La técnica y la lucidez al servicio del disfrute. Cuando jugaba en Atlético Tucumán, el Pulga no vivía en la capital: se mantenía en Simoca, que significa en quechua “lugar de paz y silencio”. Privilegiaba pasar desapercibido, ser un simoqueño más, no un futbolista profesional. Y estar cerca de los potreros en los que jugaba por la Coca, y del Club Unión Simoca, donde empezó a patear. “Cuando se sufre en la infancia, lo que se logra después se valora y se cuida el doble, no se olvida de aquello. Estoy agradecido por todo lo que me dio el fútbol”, dijo una vez el Pulga Rodríguez. “Las cosas malas las dejé atrás, me saqué los vicios. Si uno vive recordando las cosas malas, al final nunca va a tener una vida linda”.

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