Salvajes y sentimentales: el fútbol recupera la infancia


20 de mayo de 2021

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por Roberto Parrottino

Enzo Pérez atajó sin ser arquero, Cardona picó un penal en una definición y Leo Díaz pasó de jugar por dinero en el barrio a un Superclásico. Ellos validaron aquella frase de que “el fútbol es la recuperación semanal de la infancia”. Y nos recordaron que en el profesionalismo siempre hay juego.

“Lo que sí sé es que no hay deporte que más angustie, cuando es angustioso. Es más, en mi caso particular, confesaré que es de las pocas cosas que me hacen reaccionar hoy en día de la misma manera -exacta- en que reaccionaba cuando tenía diez años y era un salvaje”, escribe en 1992 el español Javier Marías en el diario El País. Son las palabras que anuncian la frase que pasará a la historia. “El fútbol -agrega Marías, novelista, hincha de Real Madrid, wing izquierdo en su juventud- es la verdadera recuperación semanal de la infancia”.

Salvajes y sentimentales, como se titula el libro en el que recopiló las columnas futboleras, Leonardo Díaz, Edwin Cardona y Enzo Pérez validaron la frase de Marías. Ellos, en el fútbol profesional, recuperaron la infancia.

Con River sin suplentes por los 20 futbolistas con Covid, con una distensión en el isquiotibial derecho, con un dedo de la mano izquierda vendado, el mediocampista Enzo Pérez se puso los guantes en la noche del Monumental. Hizo picar la pelota -una, dos, tres veces- antes de sacar, como los viejos arqueros. Fue al arco, como en los picados de los entrenamientos. El equipo lo protegió, construyó un muro delante de él. Y River le ganó 2-1 a Independiente Santa Fe por la Copa Libertadores. Enzo Pérez sonrió como si fuese un niño.

“Que se cuide Armani”, había avisado Carlos Pérez, su padre. Si Carlos, un albañil de Mendoza, le puso de nombre Enzo dos semanas después de que Francescoli (“El Enzo”) metiera el gol de chilena ante Polonia en Mar del Plata en 1986, ahora muchos se llamarán Enzo por Pérez. De eso se trata el fútbol, un legado de padres a hijos. Y de héroes y villanos, como en las películas infantiles.

Arquero suplente de la Reserva, en River desde los siete años, Leonardo Díaz atajaba penales por dinero en torneos nocturnos en Villa Oculta. También cubría el arco de “Los wachos del 1ro”, su equipo de barrio. Le tocó debutar en un Boca-River en la Bombonera.

Ahora, a los 21 años, River le ofreció su primer contrato profesional. En un video, durante un torneo de penales, aparece parado en el centro de un arco, el piso de tierra y la ropa de entrenamiento de River, rodeado de personas que apuestan. El pateador la pica. Díaz ni siquiera se tira. Apenas se inclina, y la ataja parándola de pecho. ¿Qué hubiera pasado si lo repetía en la Bombonera en el penal de Cardona?

“La realidad se morfa a la ficción. Si leés un cuento de un pibe, arquero suplente de la Reserva, que de un momento a otro pasa a atajar en el equipo principal y juega ante el clásico rival, el relato pierde verosimilitud. Decís: 'Dale, ¿en serio te va a pasar todo esto?'”, señala Gonzalo Ruiz, periodista, autor de Mandarinas al sol, libro de cuentos de fútbol, y aporta: “Si tendría que poner un foco de ficción, lo pondría en su cabeza, en su monólogo interior: qué le pasa a un pibe que quiere largar todo a la mierda, que está harto, que piensa que no va a llegar nunca a Primera, que mejor atajar con los amigos y, de repente, tiene a Cardona enfrente y le ataja un penal. La pandemia, para bien y para mal, nos está tirando historias por la cabeza”.

Cardona picó -y falló- su penal en la definición ante River que metió a Boca en la semifinal de la Copa de la Liga. Que es un irrespetuoso, que si estaba Armani no la picaba, que habría que rescindirle el contrato, dijeron algunos periodistas, incluso los que claman por desdramatizar el fútbol. Cardona ejecutó mal: la pelota no llegó lo suficientemente rápido como para traspasar la línea. Ahí se equivocó. Y listo. Al día siguiente, igual, pidió “disculpas”.

“Uno no está muy de acuerdo con el pedido de disculpas, con victimizarse ante este tipo de situaciones, porque son tomas de decisiones deportivas”, dijo Sebastián Abreu, el delantero uruguayo que picó -y marcó- el último penal en la definición de los cuartos de final del Mundial Sudáfrica 2010 ante Ghana.

“Hacer todo este circo velatorio por un penal… El fútbol es un juego, y la personalidad no sólo pasa por trabar con la cabeza. El que le mete un fierrazo y la saca del estadio, ¿no pide disculpas? El fútbol no es cruel: el entorno y el ambiente es cruel”.

“¿Hay mucha expectativa con que ataje Enzo Pérez, no?”, le pregunto horas antes de River-Independiente Santa Fe a un periodista amigo. “Como un partido de Mundial”, me responde, bromea. Más allá del morbo, ¿acaso un Mundial, esa pausa temporal en la vida cada cuatro años, no es lo que soñaba Diego Maradona con jugar cuando era un pibe de Villa Fiorito?

“Imaginate que River se come tres, Enzo quiere salir, y dice: 'Che, ¿a quién le toca?'. Y todos se hacen los boludos”, ironizó alguien en Twitter, antes de que Enzo Pérez se asentara como un nuevo ídolo de River. ¿Acaso el fútbol entre amigos no es punto de encuentro, un corte mental en la rutina, nuestra recuperación semanal de la infancia?

Resultados al margen -de triunfos y derrotas está hecho el fútbol-, con aciertos y errores, Leonardo Díaz, Cardona y Enzo Pérez nos divirtieron con sus historias. Y por un rato reconciliaron al fútbol con su esencia. Con ser un juego.

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