Todos los Sava de Sava


03 de noviembre de 2022

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por Ariel Scher

Durante la mañana de ese sábado anónimo de 1988, Facundo Sava no tenía ni más de cien goles en Primera entre las medias ni una fama de rey en Paraná.

Lo único que tenía era una bicicleta.

Una bicicleta y un sueño.

-Negro -le dijo sin desmontar de la bici a su amigo Juan Manuel Sala-, hay prueba de jugadores en Ituzaingó, ¿vamos?

Sala le contestó que sí, que claro, que no había otra decisión que tomar. Y fueron. Y quedaron. Y quizás ese haya sido el comienzo de una historia que encadenó ilusiones sobre las canchas con las camisetas de Ferro, de Boca, de Gimnasia, de Fulham, de Celta de Vigo, de Lorca, de Racing, de Arsenal y de Quilmes, unas ilusiones que renovó, con la ropa cambiada, desde el costado del césped como entrenador hasta desembocar, a los 48 almanaques, en el título de asombros con el Patronato entrerriano en la Copa Argentina.

O no. O quizás la fundación del recorrido se produjera antes, en el Club Atlético Marina, invariablemente en el oeste bonaerense, sur de Castelar, barrio de chalets, en el que fungió de número 9 o de número 5 para que la categoría 74 se consagrara en el baby fútbol. De 9 y de 5 lleno de proyección en los tobillos, pero con un rasgo que algún compañero resalta hoy como más relevante: "En dos partidos, nos faltó el arquero. Facundo ni dudó y ocupó el puesto. Ya se veía entonces que le importaba lo colectivo y que era capaz de subordinar una situación personal a la necesidad de un grupo".

O no. O acaso la biografía futbolística anudó pasos nacientes en un hábito que es de muchas pero no de todas las infancias. Cada fin de semana, la familia Sava emprendía la búsqueda de una expresión de arte dramático para sus pibes en el Teatro San Martín o en algún otro rincón que movilizara la sensibilidad de Facundo y de sus dos hermanos. La inquietud de Alberto (mimo, psicólogo social, fundador del Frente de Artistas del Borda, siempre militante) y de Graciela (docente en cada minuto) funcionó, como se ocupó de corroborar el tiempo, como una siembra buena. Pero el chiquito que fantaseaba ser jugador -largo, flaquito, ya colorado- desplegaba ese ritual a su manera: iba con una radio estrechada en las curvas de la oreja, siguiendo los relatos de Víctor Hugo Morales -al cabo, otro artista- e imaginando que alguna vez esa voz silabearía un gol suyo. Muchos hinchas, muchas hinchadas y, desde luego, Víctor Hugo certifican que esa imaginación se volvió sonido real.

O no. O, en una de esas, el punto de arranque sí resida en ese día de la puerta del hogar de Juan Manuel y en esa bicicleta, pero como muestra de lo que al Colorado se le edificaría como un hábito: nacer dos veces, o tres, o mil. La experiencia feliz de Ituzaingó llegó luego de hacer intentos idénticos en River (donde, zurdo, se presentó como lateral izquierdo) y en Deportivo Morón. En ambas ocasiones, lo despacharon hacia su casa sin mencionarle la palabra futuro. Desde entonces, se convenció de que un no (o dos, o tres, o mil) resulta una frustración pero no un destino infinito. Como a millones de individuos, se le aparecerían montones de paredes. Como algunos de esos millones, se especializó en no darse por vencido. Colección de ejemplos: si el tránsito por Boca no lo consolidó, migró a Gimnasia y la rompió; si enfundarse la de Racing (su equipo del corazón y para el que convirtió seguido en el curso de tres torneos) incluyó sufrir una lesión y andar al borde del descenso, aportó el alma, un gol en la Promoción de ida ante Belgrano y un pase gol en la Promoción de vuelta para que el descenso se las tomara a otra parte; si el arranque de la carrera de director técnico trajo menos soles que los calculados, las huellas penúltimas y últimas evidencian rectificaciones y ratificaciones que ayudaron a desembocar en la alegría. Todos los días trabaja como si estuviera leyendo al portugués José Saramago: "La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva".

Nadie debería sorprenderse por la paradoja de que una institución fundada en 1914 por un cura acaricie su edad más gloriosa en 2022 guiada por un racionalista que confiesa que recién pudo entender a quienes creen en Dios durante los instantes en los que respiró cerca de Diego Maradona. El equipaje de Sava es ecléctico. Marida a Carlos Timoteo Griguol, su papá futbolístico, con Enrique Pichon-Riviere, el padre de la psicología social. O articula un viaje a Europa para charlar y ver de cerca la labor de Pep Guardiola con los inagotables debates futboleros que enfervorizan al grupo de amigos que forjó jovencito y no soltó más. O hermana su lazo querible con el escritor Eduardo Sacheri con la fascinación por los universos que traza Vicente Zito Lema, otro gran escritor. O abarca el amor consecuente de su compañera de más de media existencia con el desafío transformador que implica cada charla con su hija y con su hijo.

Griguol lo educó futbolísticamente pero no sólo eso. Igual que apuntan varias generaciones de futbolistas, le cinceló valores que no se esfuman. Entre otras orientaciones, casi severamente, lo indujo a invertir en el primer pago de un departamento propio y pequeño y a deshacer, en simultáneo, la flamante compra de un auto. Cuando Facundo lanzó "Los colores del fútbol", su primer libro (con el sello Ediciones Al Arco, en 2010, con la contribución del periodista Marcelo Máximo y un prólogo de Víctor Hugo), se sentaron a oírlo su infaltable núcleo familiar, lazos de cariños diversos, compañeros como Gustavo Campagnuolo, José Chatruc o Papu Gómez y alguien que, aun con la salud haciéndole una trampa demasiado brava, lo enfocaba y sonreía: Griguol.

Lo de Pichon-Riviere y, por extensión, lo de Zito Lema devino de los estudios de psicología social. Con Graciela de madre, imposible no estar permanentemente en un aula. Con Alberto de padre, imposible que no hubiera influencia hacia esos campos. Mitad barrio y mitad academia, esas herramientas en la mochila le posibilitaron a Facundo desandar con fluidez su condición de miembro, líder o conductor de grupos. Bastante se aludió a eso cuando fue determinante para que los juveniles muchachos de Racing preservaran esperanzas en las semanas de la Promoción cuando las autoridades del abandonaron el barco y los situaron solos de cara al abismo. Más todavía se predicó sobre el tema desde la noche en la que a Patronato -y al fútbol- le burlaron la lógica en una derrota contra Barracas Central, en una cita de fin de julio que ubicó en una prisión a varios jugadores y a la que siguió un triunfazo por 3 a 0 frente a Boca. Ni que hablar que esa asociación flotó tanto en los análisis hondos como en los superficiales durante la ruta que viabilizó que el Patronato descendido (por un mal promedio, a pesar de una buena campaña) diera una vuelta olímpica luego de dejar atrás, sucesivamente, a River, a Boca y a Talleres.

A Sacheri lo conoció antes de conocerlo. Primero lo leyó y después lo trató. El Colorado competía en Europa y un amigo le envió "Esperándolo a Tito", un cuento en el que una banda futbolera y barrial aguarda al mejor de ellos para un compromiso arduo. El problema consiste en que el mejor de ellos es profesional y juega lejísimos. Lloró largo por la lectura y por la nostalgia. Tanto como se rio en alguna mesa cuando Sacheri confeccionaba su novela "Papeles en el viento", sobre la existencia con el pretexto del fútbol, y lo consultó alrededor de ciertos entretelones del universo que enmarca a los estadios. Sava disfruta de la lectura y, además, de la perspectiva de narrar. Es autor del cuento "El mozo y el sabio", que forma parte del volumen inicial de la serie Pelota de Papel, ejerció como columnista de fútbol en más de un medio y ahora anda en los tramos finales de un largo texto sobre psicología, fútbol, juego y más territorios junto con Fernando Fabris, doctor en Psicología. Esas páginas se demoraron apenas un poco a causa de que la agenda de Patronato se saturó en los meses recientes.

Dieciocho horas después de que Patronato consumara la mayor de sus hazañas, a Facundo lo interrogaron sobre qué proyectos atesoraba. Más allá de alguna consideración breve sobre fútbol, aseveró que quería retomar sus aprendizajes de batería y prepararse como instructor de yoga, una actividad que lo estimula especialmente. Ninguna extravagancia: si, al egresar del secundario, probó y no prosperó en explorar la economía, más adelante eslabonó experiencias de un ancho que comprende desde los cursos de fotografía y de inglés hasta la práctica del triatlón.

También en esas horas le preguntaron qué perduraba de aquel pibe que fabulaba fútbol y goles con la radio adherida al oído mientras sus viejos lo llevaban al teatro. "Cuando hacemos un entrenamiento con los jugadores o cuando se nos viene un partido, creo que está todo eso que sentía cuando era un chico. Lo que importa no es el final sino el camino", respondió sin estridencias y, además, sin dudas. Una referencia doméstica devela la persistencia de ese espíritu de pibe. La anotó el propio Sava, en el portal El Furgón, durante la semana de 2019 en la que Diego Maradona, su ídolo, desembarcó en Gimnasia: "Si alguien entra a mi casa y no me conoce, por lo único que se puede dar cuenta de que ahí vive un ex jugador de fútbol profesional y actual entrenador -ya que no hay premios, camisetas, recuerdos, fotos de equipos: todo permanece guardado en cajas y no a la vista- es por el cuadro de una foto que nos sacaron cuando estuve en Boca como jugador y él iba cada tanto a entrenarse con nosotros. Casi siempre, jugábamos para los suplentes en el mismo equipo. El único motivo por el cual Bilardo retrasaba el comienzo de un entrenamiento era esperar que Diego llegara. Cuando aparecía, todo se volvía distinto".

Ese fue y ese es su equipaje esencial. Lo demás, en la cumbre o en el suelo, está por ser visto, por ser hecho, por ser construido. Igual que cuando pedaleaba sus sueños inaugurales, así anda Facundo, de frente a las puertas de los afectos y de la esperanza, arriba de la bicicleta de la vida.  

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