Una Madre de Plaza de Mayo en Victoriano Arenas


28 de marzo de 2022

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por Ariel Scher

Victoriano Arenas elige conceder y concederse el honor inmenso de que una Madre de Plaza de Mayo sea socia suya: Tota Guede.

Crédito: Franco Casali

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Dos soles, dos soles gigantes, incandescentes y hermosos, bailan a dúo en la cancha de Victoriano Arenas. Dos soles que, como buenos soles, son la vida. Un sol saluda a cada piel, más astro y más rey que nunca, desde el cielo invicto con el que marzo decidió vestirse para su último domingo. El otro sol es Tota Guede, madre de Plaza de Mayo, que ahí, por supuesto que en la cancha, abrazada por el fútbol, enciende todo y más que todo.

Victoriano Arenas, que juega en la Primera C de la Argentina, que reivindica a su cancha fronteriza con las aguas maltratadas del Riachuelo, se merece esa confluencia de soles. Es que en este domingo de vida, ejerce su condición soberana de club de pueblo y nombra socia honoraria a Tota. Quizás convenga repetirlo porque en esta edad y en cualquier edad de la historia a las maravillas corresponde repetirlas, en especial para que la sociedad no olvide que siempre hay una maravilla posible: Victoriano Arenas elige conceder y concederse el honor inmenso de que una Madre de Plaza de Mayo sea socia suya.

Crédito: Franco Casali

Crédito: Franco Casali

-Me encanta-, dice Tota antes de trasponer las puertas del estadio, sentada en una de las mesas al aire libre, con un sándwich de miga entre sus dedos expertos en alzar pancartas, con unas gallinas que vienen y van cerca como quien anda en territorio propio, con su hijo Ulises y su nieta Wanda disparándole bromas, con la gracia de costumbre, con la sencillez de costumbre, con los ojos encendidos de costumbre, con el pañuelo blanco que reconoce el universo y que nunca es costumbre sino símbolo de la mayor de las noblezas. Lo que Tota dice que le encanta es que el deporte, los clubes, la gente de los clubes, los jugadores y los hinchas encuentren rutas para hacer memoria, para buscar verdad, para exigir justicia.

Tota alguna vez fue -y en los documentos continúa siendo- Carmen Ramiro, oriunda de Mendoza, migrada al conurbano bonaerense por una convicción de amor. Ese amor era (y es) Dante Guede, trabajador emblemático del Conicet, fervoroso constructor de rincones sociodeportivos al punto que presidió el club Villa Urquizú en su barrio, hincha de Racing, desaparecido desde el 7 de octubre de 1976. También ese día fue secuestrado su hijo mayor, Héctor, estudiante de Ingeniería, tan hincha de Independiente como para hacer de esa identidad un contraste de afectos con su viejo. Uno tenía 45 años, el otro apenas sumaba 19.

Crédito: Franco Casali

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Mientras los jugadores de Victoriano Arenas y de Midland gastan sus sudores inaugurales en el calentamiento previo al partido que esa tarde los sitúa allí, Tota sonríe y desgrana episodios felices en los que brota una anécdota de Dante, y emerge un sueño de Héctor, y surgen uno, dos, diez, cincuenta momentos del itinerario sin comparaciones de las Madres de La Plaza de Mayo. "Me acuerdo de la alegría que nos daba juntarnos cada vez que era posible", evoca, sacudiendo para acá y para allá unos dedos que parecen perdurar listos para laburar tejiendo, cosiendo, bordando, en más de un empleo y de una changa para sostener en pie su casa herida en los días del horror.

Hay representantes de los demás clubes de Avellaneda en la antesala de la ceremonia que la hará socia honoraria. Al cabo, la protagonista es habitante de esa ciudad. Todos oyen algo que Tota asume sin culpas: "Yo no era muy del fútbol". Muy de querer, en cambio, sí porque, cuando Racing salió campeón del mundo en 1967, visitó las tribunas del Cilindro para acompañar a Dante, que se sentía de fiestas. El 7 de diciembre de 2021 reingresó en ese escenario para recibir el carné de socio eterno con el que la Academia restauró la pertenencia a la institución de 46 socios, socias e hinchas que desaparecieron durante el genocidio que atravesó al país desde la mitad de la década del setenta.

Crédito: Franco Casali

Crédito: Franco Casali

Entonces sí, Tota toma carrera y marcha hacia el césped. Pisa firme, pisa convencida, pisa con unos pies que ya marcharon contra las prohibiciones y contra los silencios, con unos pies que marchan y marcharán arriba de todo lo que se puede marchar. Los pies invencibles de Tota pisan ahora una superficie verde abastecida por el sol, un suelo sobre el que ponen sus pupilas expectantes los hinchas que tocan dos trompetas, un bombo y cantan mucho. Unos cuantos reporteros gráficos capturan la escena. Imposible evitar la asociación: hace unas cuatro décadas, Tota, pegada a su hijito Ulises y a su hijita Mónica, pegada también a los carteles con los nombres de Dante y de Héctor, formó parte de una de las imágenes más emblemáticas de cualquier tiempo argentino, cuando el maestro de reporteros gráficos Daniel García la eternizó junto a otras, muchas, madres en plena plaza, con los pies apoyados sobre un suelo empapado de lluvia y de dolor. Esa foto dio la vuelta al planeta. Quizás esta postal, la de la cancha de Victoriano Arenas, comience a darla.

Emblemática imagen de Las Madres en la Plaza, tomada por Daniel García.

Emblemática imagen de Las Madres en la Plaza, tomada por Daniel García.

Domingo Sganga es, para los padrones de esta época, el socio número 1 y el presidente de Victoriano Arenas. También erguido sobre el pasto de esa cancha a la que adora, esta vez no narra que el club fue fundado el 2 de enero de 1928, o que la sede social está en Valentín Alsina, o que hay medio millar de pibes y de pibas que despliegan su socialización en la entidad, o que le da orgullo el jardín de infantes propio y potente, o que tanto a sus compañeros de comisión directiva como a él les late el corazón como un viento cuando les desfila adelante una camiseta de Victoriano Arenas. Lo que cuenta es que está emocionado, que sabe que está frente a una madre y que siente, en ese club que es de familias, todo lo que representa homenajear a una madre. Y, luego de su discurso corto y cariñoso, le entrega una placa bonita a Tota y un carnet chiquito pero brillante que certifica que, a partir de ese minuto, ella es socia honoraria.

Crédito: Franco Casali

Crédito: Franco Casali

Enseguida, florecen aplausos desde las dos tribunas del estadio, en particular de la local, con las dos trompetas y el bombo de nuevo sonando, con las gargantas de nuevo cantando. Abajo de esa hinchada hay una tela grande con una leyenda que también refulge en otro trapo esparcido en una de las cabeceras: "Nosotros hacemos la historia". Cuando Tota levanta los brazos firmes y enarbola el carnet, en el aire, en las vísceras, en el alma si es que hay alma, cualquiera de los testigos aseguraría que esas cuatro palabras fueron escritas para esa jornada. Una Madre de Plaza de Mayo transformada en socia honoraria de un club de la Primera C. O sea: "Nosotros hacemos la historia".

A Tota la saluda el periodista Luis Ventura, que es director deportivo del fútbol masculino de Victoriano Arenas y el primer socio honorario del club. Tota, que además recibe la felicitación de Claudio Yacoy, secretario de Derechos Humanos de Avellaneda, no sólo se torna en la segunda socia honoraria de esa casa sino, además, en la primera mujer. Alguien, bien espontáneo, pronuncia fuerte "qué grande Tota". Cada quien que escucha esa brevedad no puede eludir repetir eso: "Qué grande".

Crédito: Franco Casali

Crédito: Franco Casali

Amaga con ser todo y ese todo ya resulta mucho. Pero ocurre más. Con la espalda del barrio Zavaleta de un lado, con la estructura de la fábrica Siam del otro, con las gallinas peregrinando sus senderos en la periferia del estadio, con la juventud del barrio El Fortín en fiebre de aliento, con el Riachuelo invariablemente sin transparencia e invariablemente ahí nomás, una larga bandera que proclama "Memoria, Verdad, Justicia" va de las manos de los jugadores de Victoriano Arenas a las manos de los jugadores de Midland. En el círculo central, los pies invencibles de Tota se mezclan con los pies futboleros de esos muchachos. Tota exhibe el carnet para que la registren el pasado, el futuro y, en particular, ese presente que es extraordinario. Fecundan más aplausos. Y más conmociones. "Nadie les pidió nada a los jugadores -precisa Sganga-, lo mejor es que fue cosa de ellos". De ellos y, gracias a ellos, de quien resuelva jugar para lo que esa bandera manifiesta.

Antes de que el fútbol recupere sus rutinas, antes de que haya un partido como tantos partidos, Tota persiste en pisar firme con sus pies invencibles, saluda entre ternuras a quien se le cruce y, una vez más, hecha un sol, alumbra a lo que le quede enfrente, alumbra hacia los costados, alumbra como un rumbo. El otro sol, el de arriba, lo advierte y, generoso, apunta entero sobre ella. Un sol y otro sol juntos. Nadie sabe qué será ni de la existencia ni del fútbol ni acaso de nada más adelante. Pero en ese instante, en ese glorioso instante, Victoriano Arenas y la humanidad son pura luz.

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