Volver de los mares


10 de enero de 2023

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por Ariel Scher

Marinero volvió al Bar de los Sábados de la misma manera en que se había ido hacía dos décadas y media en una tarde en la que estaba preparado para jugar de mediocampista pero vio un barco en el puerto y se fue. Conservaba los ojos chiquitos, una frente de buen cabeceador y doce vocaciones por hablar de fútbol del modo que cada semana distinguía al Bar de los Sábados, o sea en libertad. Acarició la calva de un mozo viejo, se abrazó con El Gordo y le aseguró que no lo veía gordo, y luego detalló la historia de un pueblo atravesado por plagas e ineptitudes que día a día se fue hundiendo en la Tierra hasta que sólo la parte superior de un arco de fútbol quedó como constancia de que existió. Contó eso provocando conmociones y en el rato que siguió no paró de contar.

Explicó Marinero que otra vez desembarcó en un pueblo mezquino en el que los goleadores hacían goles y, después, destejían las redes para que nadie pudiera meter otro gol. También recordó que una mañana tiró el ancla en un pueblo en el que el cielo y las paredes eran invariablemente grises. Asumió que estuvo por irse de allí en el primer minuto, pero que en el segundo vio un cartel que decía «Bienvenidos a esta tierra», debajo del cual se apilaban miles de camisetas de fútbol para que cada visitante entendiera que ese era un sitio en el que valía la pena quedarse a jugar que por lo general es lo mismo que quedarse a vivir. Marinero confesó que permaneció en ese pueblo un tiempo largo y que ahí descubrió que la felicidad a veces se viste de gris.

El último pueblo distante al que le dedicó una memoria fue uno irrepetible, en el que la gente durante las madrugadas dejaba pelotas de fútbol en las puertas de las casas para que quien anduviera solo encontrara una cierta compañía. Quizás porque ya había referido a pueblos suficientes o tal vez porque un nudo que no era marinero le ajustaba la garganta, Marinero dijo entonces lo que más quería decir. Dijo que nunca había pisado ningún suelo sin contar historias de fútbol y que siempre hizo notar que una de las mejores historias trataba sobre un pueblo lejano que era el suyo. Dijo que ese pueblo era el Bar de los Sábados pero que eso resultaba un detalle porque su pueblo profundo eran los compañeros del bar. Y dijo también Marinero que la vida intensa enseña a pertenecer a muchas partes pero a la vez le da potencia a la fuerza del origen. Dijo eso como si no hubiera andado sobre los mares o como si dos décadas y media de separación fueran un exacto y mínimo ayer. Dijo eso Marinero y siguió hablando. Hablaba como habla un hombre feliz cuando está junto a su gente.

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