A llorar se aprende
06 de julio de 2023
Del mismo modo en que durante una vieja tarde de octubre aprendió a andar solo en bicicleta y durante una noche de invierno aprendió cuánto se pierde cuando se pierde un amor, durante el segundo domingo de julio de 1990 el Pibe aprendió lo que es llorar. Llorar: llorar todo entero, llorar sin consuelo, llorar con conciencia, llorar para afuera, llorar para adentro. Llorar: llorar con Maradona.
Lo cuenta ahora, sin inhibiciones, de cara a cada uno de sus compañeros del Bar de los Sábados, ese espacio para pensar existencias y pelotazos con la lengua navegando en un lago de café, y lo cuenta con ese lenguaje no aprendido en ninguna parte y que es propio del Pibe: «Hasta el día de esa final que Argentina perdió con Alemania en Italia, hasta que lo vi llorar a Maradona por la televisión, yo creía que llorar era una circunstancia de los ojos. Sabía que tenía que ver con alguna emoción intensa y, de tanto en tanto, lloraba y hasta lloraba mucho. Pero lloraba sin entender lo que era llorar. Hasta ese día».
En el Bar de los Sábados hay un silencio que haría suponer que el universo descansa. Todo lo contrario. No descansa: el universo escucha al Pibe. No se oye ni el ruido que hacen las tazas de café cuando chocan con las tazas de café. Sólo el Alto, la gran eminencia del bar, se anima a usar la voz y a pedirle al Pibe que explique más. Y explica el Pibe: «El llanto de Maradona no eran sus lágrimas, el llanto era él. El, que tenía la humanidad mirándolo, pero se sentía solo; él, que podría ganar desde el día siguiente muchos partidos, pero a ese ya lo había perdido definitivamente; él, que recibiría siempre el justo reconocimiento de su talento, pero estaba prisionero de que algo, acaso un penal mal cobrado por un árbitro, lo llenaba de injusticia; él, que era Maradona, pero que, atrapado por esa combinación tan humana de soledad, derrota e injusticia, parecía cualquier hombre, cualquier día, en cualquier parte. Entonces aprendí que eso era y eso es llorar».
Respira el Pibe. Y termina su exposición: «Tanto llanto era Maradona que me puse a llorar con él. Porque esa es otra cosa que aprendí del llanto: cuando se produce completo, cuando se trata de un llanto que es mucho más que lágrimas, entonces llama a otros llantos. Y, en consecuencia, los otros llantos aceptan y van». El paisaje del Bar de los Sábados avisa que el Pibe dice lo cierto. Como si fuera julio, como si transcurriera 1990 y como si Maradona estuviera ahí mismo, vencido y lagrimeando, nadie para de llorar.