Amigo de Borges, corazón de Atlético Tucumán


29 de septiembre de 2022

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por Ariel Scher

¿Uno puede ser dos?

Más directo: ¿alguien puede ser jugador de Atlético Tucumán y amigo de Jorge Luis Borges?

Más y más directo: ¿alguien puede ser el escritor galardonado Pablo Rojas Paz y, a la vez, el cronista deportivo al que la sociedad conoce y reconoce como El Negro de la Tribuna?

Respuesta más y más y más directa: sí.

Puede.

Puede pero no son dos: uno.

Tucumano, nacido el 26 de junio de 1896 (apenas tres años antes que Borges) en San Miguel, hijo de un señor que lo pretendía sacerdote, Rojas Paz ejerció como novelista, cuentista, ensayista, esporádicamente poeta, fraterno de mil artistas (hay una biblioteca popular en un rincón de la bonaerense Glew que lleva su nombre a pedido del gran pintor Raúl Soldi), receptor del Premio Municipal de Literatura en 1924 por "Paisajes y meditaciones", ganador del Premio Nacional de Literatura en 1940 por los textos que reunió en el volumen "El patio de la noche", periodista deportivo.

Sin embargo, antes de todo eso le dio derecho y convencido a la pelota. "Por consejo médico", pormenorizó él. Por pasión, como se advierte en cada relato suyo.

Atlético Tucumán, el Decano, celeste y blanco en el alma, fue fundado el 27 de septiembre de 1902, acaso sin prever que, 120 años después, un grupo de muchachos conducidos por Lucas Pusineri se entreveraría en la disputa del máximo campeonato de la Argentina. Se tornó una identidad para cada vez más personas, entre ellos algunos estudiantes del Colegio Nacional de la capital tucumana al que concurría el fullback Rojas Paz. Hay allí otra señal que hermana al fútbol con la literatura. El estadio del club se denomina José Fierro, un pedagogo cordobés migrado más al norte que resultó clave en la formación de muchos tucumanos, inclusive en la faz deportiva. Mentor, vicepresidente y presidente de la institución, Fierro estableció, además, un lazo entrañable con el escritor y ensayista francés Paul Groussac, una figura determinante en la historia cultural argentina, al punto que dirigió la Biblioteca Nacional (de paso: el cargo de Borges desde 1955 hasta 1973) entre 1885 y 1929. La correspondencia entre Fierro y Groussac -que residió un par de años en Tucumán- carece de fútbol, pero es riquísima. Casualidades (o no): cuando migró a Buenos Aires, Rojas Paz se dio el placer de asistir a charlas de Groussac.

La autobiografía deportiva de Rojas Paz es sucinta y encantadora: "En mi Tucumán natal mientras hacía el Colegio Nacional, practicaba toda clase de deportes por consejo médico. El deportista que admiraba cuando muchacho era mister Beaumont, que lo mismo bateaba una pelota de cricket que dirigía la delantera de Atlético en el fútbol. Había jugado yo partidos entreverados contra bomberos y ferroviarios de tal violencia que lo que se cuenta de cómo se jugaba en la época de Jacobo I era minué con reverencias comparado con aquello. Había visto jugar creo que en 1908, cuando era muy pibe, a la primera delegación porteña que fue a Tucumán presidida por el referee Gronda. Con él fueron Stanfield que jugaba en el arco, los Susan, Weiss, Polimeni, Eizaguirre".

En 1964, Antonio Requeni escribió en La Prensa sobre el vaivén contradictorio entre la pretensión sacerdotal del papá y los pies futboleros del hijo: "En ese medio crece Pablo, para quien el padre, sin consultar vocación o inclinaciones, había previsto la profesión de sacerdote. Mucha contrariedad demandaría al progenitor ese anhelo, ya que las aficiones del niño, y del adolescente después, no parecían encajar dentro de sus ambiciosos propósitos. Alguna vez aquel padre piadoso debió ir al campo de fútbol para sacar de una oreja al hijo díscolo que en lugar de cubrir su puesto en una procesión, jugaba como back derecho en la primera división del Club Atlético Tucumán".

Lo sabe cualquiera que se agarra el pecho por lo fuerte que le suenan los latidos del fútbol. La relación con una camiseta no se extravía así nomás. Y a Rojas Paz, Atlético Tucumán le retornó, ya más grande, como huella en su oficio de prosista. Brotó en la novela "Hasta aquí, no más" (1936): "—Sí. Usted es el señor don Daniel; hace mucho que no lo veía. Usted jugaba de arquero en el Atlético de Tucumán; atajaba siempre saltando". Y quedó ratificado en otra novela, "Raíces al cielo" (1945): "Cuando te vemos jugar en la primera de Atlético y avanzar hacia el arco para marcar el gol te aplaudimos".

¿Y Borges? ¿Dónde aparece Borges?

Como otros narradores oriundos de diversos costados argentinos, Rojas Paz, que firmaba cuentos desde los 18 años, se mudó joven a las humedades porteñas. Ni un módico entusiasmo le atravesó la piel en sus tránsitos fugaces por las carreras de Medicina (eso sí, tuvo empleo en el Hospital de Clínicas), de Ingeniería y de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, por lo que profundizó rápido sus lazos con la literatura y -había que comer- con el periodismo. Entrelazando ambas dimensiones fue que participó, en 1924, de la refundación de las revistas Martín Fierro y Proa, dos clásicos entre los clásicos en las publicaciones literarias de la época. En esa segunda época de Proa, la dirección la llevaban adelante Ricardo Güiraldes, Alfredo Brandán Caraffa y dos talentos que se veían seguido: Borges y Rojas Paz. En el primer número de esa segunda época, el tucumano no narró ni ficción ni -mucho menos- fútbol sino un material sobre el pintor uruguayo Pedro Figari.

Desembarcado en las luces del centro, Rojas Paz se integró a lo que las clasificaciones literarias denominan el Grupo Florida (por la calle, claro) y su nexo con Borges transcurría originalmente ahí pero no avanzó únicamente ahí. Ocurría que las monedas que poblaban los bolsillos del pibe que llegó del norte provenían de su salario en el diario Crítica, a cuya redacción Borges se sumó en la primera parte de la década del treinta para trabajar en la Revista Multicolor de los sábados. Más fácil: en alguna medida, se transformaron en compañeros de laburo.

Todo eso explica que, efectivamente, un tipo con pertenencia en Atlético Tucumán fuera amigo de Borges, justo de Borges, el más famoso de los predicadores antifutboleros del país.

Pero no explica quién es El Negro de la Tribuna. O que Rojas Paz, el escritor renombrado, y El Negro de la Tribuna son el mismo individuo. O, incluso, que la historia del periodismo deportivo sería otra sin la existencia de El Negro de la Tribuna.

Para decodificar semejante cuestión lo mejor y lo más lindo es meterse en un librazo. Lo entretejió el periodista e investigador periodístico Germán Ferrari y lo editó (en versión digital que acá está: Libros - Biblioteca Nacional (bn.gov.ar)) la Biblioteca Nacional en el amanecer de 2020. Se trata de "Pablo Rojas Paz va a la cancha. Las crónicas de El Negro de la Tribuna". Ahí brilla un estudio preliminar desde el que Ferrari indaga de modo notable en los múltiples caminos que recorrió ese hombre. Y luego se encadena una colección de crónicas aparecidas en los diarios Crítica y Jornada, en la que es posible verificar la belleza y la sensibilidad con la que El Negro de la Tribuna cuenta el juego del fútbol y, muy especialmente, el entorno de ese juego. Le estampó sobrenombres que perduraron a una pila de cracks y alumbró una expresión boquense y mitológica: "De mí sé decir que mi tránsito por la crónica deportiva puede sintetizarse en una frase que ha quedado: 'La hinchada es el jugador número 12 de Boca'”.

El periodista y escritor Juan José de Soiza Reilly aseguró en un viejo artículo que el dueño de Crítica, Natalio Botana, le embocó a Rojas Paz la tarea de ocuparse del fútbol luego de que un notorio canillita le sugiriera que para vender más ejemplares había que prestarle atención a lo que sucedía en las canchas. De acuerdo con esa versión, Botana anduvo receptivo y el periodismo deportivo encontró a un crack que influiría en la manera de mirar y de escribir de los que llegaron después. Se bautizó "El Negro de la Tribuna" como si no existiera más remedio que presentarse distinto que en las tapas de sus libros, como si no resultara concebible que un referente de las letras se metiera con el barro popular de las canchas.

Lo asumió el propio protagonista en una autoobservación de 1947, que germina en el libro "El fútbol argentino", en el que aportó capítulos completos: "Esto de que un joven literato, promesa de las letras nacionales, esperanza de la literatura americana, hubiera descendido a hacer fútbol no dejó de causar sorpresa en nuestra suberáceo [sic] ambiente. Yo era un loco que no tomaba nada en serio, que pensaba como Sartre que la vida es una pasión inútil. Me cerraba para siempre jamás las puertas de las academias, ya era un maldito entregado al populacho. Para chocarme mis compañeros ya no me saludaban: “Adiós, Rojas Paz”, sino que me decían: “¿Qué tal, Negro de la Tribuna?”. Le estaba quitando seriedad al oficio de escribir. A mí como a Martín Fierro, todo trabajo me resultaba función, para mí era muy divertido hacer fútbol; se me despertó una pasión desatentada por lo deportivo y no solo me ocupaba de futbol sino de toda clase de deportes".

Hubiera sido una lástima que Rojas Paz/El Negro de la Tribuna se correspondiera con los prejuicios. Su época y la posteridad carecerían de párrafos como el que Ferrari rescata del 17 de agosto de 1931: "El público que acudió ayer al match ha encontrado una nueva manera de divertirse para hacer enojar al referee. Cuando la pelota cae en las tribunas, la esconden, no la devuelve, se la llevan de recuerdo. Si esta diversión se impone, el club local tendrá que estar provisto de un cinto de pelotas cada vez que se realice un match importante. Un momento hubo en que tuvo que jugarse el partido con una pelota vieja que apenas botaba. No está demás ponerle una piolita a la pelota para así poderla traer otra vez a la cancha".

Original en cada oración, audaz en muchos verbos, desenfadado en sus pronunciamientos (proclamaba que, además de su amor hacia Atlético Tucumán, le florecía afecto por Estudiantes y por Independiente), Rojas Paz nunca dejó de ponerle las manos y la imaginación a otros temas, aunque su derrotero como periodista deportivo tampoco se frenó: lo expandió a la radio y acompañó como comentarista al legendario relator Lalo Pelliciari. Resolvió fenómeno todo eso, aunque los universos que lo rodeaban no acabaron jamás de digerir que el gran escritor y el gran cronista de partidos fueran uno. Sólo uno.

Murió el primer día del octubre de 1956. Lo enterraron en sus cerros tucumanos, en un sitio que tiene un punto de observación poético y en una senda sobre la que la gente avanza haciendo trekking. Algunos de los que allí miran, de vez en vez, leen a Borges, ese amigo de El Negro de la Tribuna. Y algunos otros, seguro que muchos, marchan al frente con el corazón cubierto por la ropa que más les importa, o sea vestidos como a Rojas Paz le encantaría, con la camiseta de Atlético Tucumán.

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