Borges, el fútbol, Argentina y Uruguay


17 de junio de 2021

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por Ariel Scher

La percepción del fútbol del Río de la Plata como un todo, más allá de las señas peculiares de cada uno de sus márgenes, posee larga data literaria. Un viaje fantástico antes del clásico.

Apenas se había jugado el primer tiempo. Pero Borges se fue.

Y eso que -enfatizaría algún futbolero- jugaban Argentina y Uruguay. Pero Borges se fue.

Borges, Jorge Luis, escritor entre los escritores, antifutbolero entre los antifutboleros, confesó en más de una ocasión que sólo una vez fue a un estadio de fútbol y no se quedó a ver la segunda mitad. Y eso es mucho pero no todo. Tuvo un compañero que acordó en la decisión. Se fue con él.

"He asistido a medio partido de fútbol con mi pariente Enrique Amorim. Fuimos a ver un partido entre argentinos y orientales y, como no entendimos nada, nos fuimos, y ésa fue mi única experiencia", le develó al periodista Atilio Garrido, por Radio Carve. En otra charla, publicada en el diario La Razón, añadió una singularidad bien borgeana: "Ya en la calle yo le dije a Amorim: 'Bueno, le voy a hacer una confidencia. Yo esperaba que ganara Uruguay para quedar bien con usted, para que usted se sintiera feliz'. Y Amorim me dijo: 'Bueno, yo esperaba que ganara Argentina para quedar, también, bien con usted'. De manera que nunca nos enteramos del resultado de aquello, y los dos nos revelamos como excelentes caballeros. La amistad y el respeto que ambos nos profesábamos estaba por encima de esa pobre circunstancia que era un partido de fútbol".

Aquella determinación de Borges funciona como un contrapunto especialmente fuerte con el presente. Lógico: él podía poner el cuerpo en el estadio y, de no creer, partió; en cambio, en este momento, cuando en los dos costados del Río de la Plata abundan intereses rumbo al partido que este viernes enfrentará a Argentina y a Uruguay por la Copa América de Brasil, nadie está condiciones de abandonar un recinto de fútbol porque, pandemia mediante, ni siquiera es posible entrar.

De las antipatías de Borges hacia el fútbol se conocen unas cuantas provocaciones y un recordatorio que, en una de esas, documenta bastante. Se lo entregó, coincidencia o casualidad, a una uruguaya, la maravillosa María Esther Gilio, entrevistadora sublime: "Cuando yo era chico la palabra fútbol era desconocida salvo en los colegios ingleses. En cambio, a casi todo el mundo le gustaban las riñas de gallos". De las antipatías de Amorim, notorio narrador además del parentesco con Borges, hay menos noticias. Se ve que no lo seducían ni los penales ni los esquemas tácticos, más allá de que en "Tráfico", su libro de 1927, armado sobre sus observaciones porteñas, fluyen algunos apuntes de fútbol y de otros deportes. Paradojas del fútbol o de los libros: la más perturbadora biografía de Amorim la firmó el peruano Santiago Roncagliolo, autor de la novela "La pena máxima", que construye su trama con el Mundial de 1978, disputado en la Argentina, como trasfondo.

Amorim nació en la ciudad de Salto 87 años antes de que esa tierra fuera la cuna de los delanteros Luis Suárez y Edinson Cavani. También allí habían parido al gran Horacio Quiroga, más aficionado al ciclismo que a los corners, quien, en 1918, publicó el cuento "Juan Polti, half back", en la revista porteña Atlántida, una huella decisiva en los lazos entre literatura y fútbol que anudan a Uruguay con Argentina. El texto recupera la épica de Abdón Porte, emblema de Nacional de Montevideo, que se mató al interpretar que ya no le resultaba útil a su equipo. Porte le da nombre a una de las tribunas del Parque Central, el estadio de su club. Otra de las gradas se llama Héctor Scarone, en tributo al crack que fue dos veces campeón olímpico (1924 y 1928) y una mundial (1930) con la camiseta celeste. Nuevo puente entre las páginas y la pelota: "Gol de Scarone" es un capítulo brevísimo y certero de Eduardo Galeano en esa joya titulada "El fútbol, a sol y sombra".

Galeano desmenuzó, alumbró y conmovió con cada letra que le dedicó al espacio en común de los dos clásicos rivales. Una síntesis de esos encandilamientos fulgura en su relato sobre el Mundial de 1930, en el que Uruguay venció en la final a Argentina por 4 a 2. "Los días del río de la Plata ofendían a Europa mostrando dónde estaba el mejor fútbol del mundo", soltó. Ese desafío marcó a muchísimas personas, entre ellas a otro eminente uruguayo, Mario Benedetti, a quien la argentinidad y el universo le adeudan un poema precioso para el Diego Maradona castigado en el Mundial de Estados Unidos en 1994 ("No importa lo que digan los espejos/ Tus ojos todavía no están viejos/ Y miran, sin mirar, más de la cuenta./ Tu esperanza ya sabe su tamaño/ Y por eso no habrá quien la destruya/ Ya no te sentirás solo ni extraño"). De esa final rioplatense que lo atravesó antes de su cumplir diez años, dijo: "La oí por radio. También íbamos perdiendo 2-1 el primer tiempo y gracias a un gol del Manco Castro se empezó a dar vuelta el partido. El Manco le metía siempre el muñón a todos los rivales en los riñones. Yo creo que antes de la mano de Dios de Maradona, habría que hablar del muñón del Manco Castro". Héctor "El Manco" Castro convirtió el gol inaugural de Uruguay en los mundiales y, además, el cuarto de la victoria sobre Argentina. De paso: Benedetti trae al Manco Castro en un cuento que no es de fútbol pero alude al fútbol y está titulado como si hablara de los compromisos entre uruguayos y argentinos: "Pacto de sangre".

Imposible que ese Uruguay campeón del mundo no germinara infinitas literaturas. Imposible si, encima, el adversario último fue Argentina. En "Uruguayos cantores", un extraordinario libro del periodista oriental Mateo Magnone que recorre los nexos entre el fútbol y la música en su país, se rescata cómo, a 250 kilómetros del estadio Centenario, en Paso de los Toros, el pueblo se reunía con el profesor Omar Odriozola para ir y venir en torno de los versos que ese hombre había concebido tres años atrás sin sospechar que sonarían para siempre. "Uruguayos campeones, de América y del mundo", afinaban y desafinaban los hinchas emulando a la murga Patos Cabreros que había popularizado algo que empezaba a consolidarse como un himno.

 

Desde el lado albiceleste, aquella derrota despabiló incontables crónicas periodísticas que son literatura de oro y muchas ficciones que retratan ese episodio como si hubieran sido enhebradas desde arriba del césped. De todos modos, ninguna lleva la originalidad que regaló Juan Sasturain en su libro "La patria transpirada", donde caracteriza al cruce argentino-uruguayo en el Mundial fundacional apelando a la historia antigua: "La precoz cultura del balompié rioplatense, como la mesopotámica, tuvo dos polos, dos avatares contiguos. Cual asirios y caldeos, uruguayos y argentinos confrontaron por entonces ciudades y estilos, famas e imágenes que han quedado cristalizadas para siempre. Y en el reparto Uruguay es la ostentosa y guerrera Asiria y, y Montevideo es Nínive; Argentina tan difusa como Caldea pero Buenos Aires brilla, incontrastable, Babilonia".  

La percepción del fútbol del Río de la Plata como un todo, más allá de las señas peculiares de cada uno de sus márgenes, posee larga data literaria. Poetazo, a Raúl González Tuñón lo cautivaba poquito lo que sucedía entre un arco y otro, pero las dos expresiones futboleras de su obra fueron motivadas por Argentina-Uruguay, una antes y otra después de la final olímpica de 1928 en Amsterdam que festejaron los de celeste. En la antesala, a través de su "Poema celeste y blanco" aparecido en el diario Crítica, eligió exaltar las similitudes: "Idénticos colores exhiben los dos bandos/ De idénticos colores son Palermo y el Prado/ Nos empapa la gloria de las mismas auroras/ Nos enjuga el pañuelo de los mismos ocasos/ La pelea de mañana sobre el field del estadio/ De tan grande y tan noble parecerá un abrazo". La posterior, con la tristeza argentina entre los dedos, constituyó un tributo a los subcampeones, en especial al centrohalf Luis Monti. La poesía suele ser un consuelo y acaso así la haya recibido la argentinidad que había andado tan expectante. con la cita olímpica Francis Korn y Martín Oliver, en su libro "En Buenos Aires 1928", dejaron constancia de que "frente a La Prensa, la muchedumbre ha gritado hasta la ronquera". No alcanzó. Ocurría que los cracks del lado este del río parecían imbatibles en esa edad tan dulce para ellos. No de casualidad, en su impecable cuento "La cifra redonda", Héctor Libertella desplegó las meditaciones de un apostador argentino que invariablemente catalogaba a los uruguayos como una fija. Tampoco de casualidad, el futbolista Álvaro Gestido, con la coronación olímpica de 1928 ya en el bolsillo, articuló unos versos que se esparcieron en muchos labios: "Vayan pelando las chauchas, vayan pelando las chauchas aunque les cueste trabajo. Donde juega la celeste, donde juega la celeste todo el mundo boca abajo".

Esas coplas retumban suaves si se las compara con las de los Saltimbanquis, otro excelente hallazgo de Magnone. Transcurría 1931, etapa de hambres para miles y miles en los dos países a causa de los efectos de la crisis económica internacional suscitada por el sacudón de Wall Street en 1929 que, como de costumbre, flagelaba a los más pobres: "Los argentinos se rechiflaron,/ nos boicotearon, qué malos son,/ que por el fútbol sea el enojo/ si ya están hechos los 4 a 2./ Vengan, hermanos, no sean cabreros,/ traigan dinero para gastar,/ que aquí el verano es una papa/ y esos rencores hay que olvidar". Más murga: con "Injusticia", de Coco Dandraya, Las Lechuzonas certificaron que en el Mundial de Inglaterra de 1966, los europeos habían embromado a los rioplatenses: "A Uruguay un juez inglés/ y a Inglaterra un alemán", tronaron. Cierto que Uruguay perdió con Alemania, en tanto que Argentina cayó con los locales. Heredera brillante, la murga Contrafarsa supo ironizar sobre cómo un sufriente Uruguay empató, en noviembre de 2001, de cara a una Argentina que no atacaba y se clasificó para el repechaje que lo condujo al Mundial del 2002.

Si las narrativas que refieren a la relación de Argentina y Uruguay vienen de lejos, ¿cuándo se habrán abierto las destinadas específicamente al fútbol que ambas naciones compartieron y comparten? El uruguayo Rómulo Martínez Chenlo, maestro de periodistas, conjetura un punto de partida en una sentencia de César L. Gallardo, también periodista en su patria: "El fútbol uruguayo nació el 15 de agosto de 1910". Claro, ese día, estrenando enfundarse con ropa celeste, los once de Uruguay se impusieron por 3 a 1 a los argentinos en Belvedere, suelo del club Liverpool, por la Copa Lipton. Eso significa casi afirmar que uno fue a la ceremonia de bautismo del otro. La tarea de Gallardo incluye el volumen "100 años de fútbol uruguayo" y una participación en la creación futbolera menos famosa de Galeano, "Su majestad el fútbol", un libro en el que ejerció de compilador con alta presencia uruguaya y toques argentinos como el de Roberto Jorge Santoro, entrañable generador de "Literatura de la pelota" en 1971.

La Copa América surge como eslabón sólido en la larga cadena que ata prosas y poemas para los Argentina-Uruguay. Ya sobre el Sudamericano inicial, efectuado en la Buenos Aires de 1916, se multiplican alusiones literarias. Una entre muchas puede ser "Isabelino Gradín. Testimonio de una vida", el trabajo de Carolina Blixen que hace foco en la figura mayúscula de aquella vieja competición, la primera con consagración uruguaya. En el otro extremo del sendero, cargado de información sobre unos cuantos clásicos, emerge "Pasión de grandes y chicos", el libro de Miguel Ángel Vicente que acaba de salir, con un viaje por el pasado del torneo y pensado para pibes y para pibas.

Sin embargo (ponerse de pie, aplaudir y aplaudir), la más célebre aventura hecha palabras sobre los Sudamericanos se volvió luz en 1929. Dos meses y un día mayor que Amorim -el socio de Borges en aquella excursión de medio partido- y unos ocho meses menor que Borges, Roberto Arlt asistió por vez primera a un partido profesional de fútbol el 17 de noviembre de 1929 en el estadio de San Lorenzo, lo que lo erigió en testigo del único triunfo resonante de sus compatriotas ante Uruguay en ese tiempo. Al día siguiente, el diario El Mundo engalanó su edición con una nota en la que quizás se traslucía que Arlt no era experto en fútbol, pero había evidencia de que miraba la condición humana como nadie. Todavía la reproducen todas las antologías de literatura y fútbol: "Ayer vi ganar a los argentinos".  

Tanta tensión, tanta expectativa y tanta patada son las que acercan a las selecciones de Argentina y de Uruguay que vaya saber si es coherencia o contradicción que existan muestras de arte argentinas hacia el fútbol uruguayo y viceversa. "El reposo del centrojás", de Osvaldo Soriano para Obdulio Varela y el Maracanazo de 1950 carece de fecha de vencimiento, tanto como "Una sonrisa exactamente así", de Eduardo Sacheri. Devolución de gentilezas yoruguas hacia el otro wing del río: el Pájaro Canzani, músico tan bueno como uruguayo, compositor de "Todos goleando" (el tema oficial de la Copa América de 1995, albergada por Uruguay) le puso vocales, consonantes y compases a la canción con la que Juan Pablo Sorin, capitán de la Selección Argentina, se retiró de las canchas. Y hasta hay imaginaciones conjuntas: la serie de libros "Pelota de papel", en la que escriben deportistas, comenzó en la amistad de cuatro tipos del fútbol, dos uruguayos (Agustín Lucas y Jorge Cazulo) y dos argentinos (Sebastián Domínguez y Mariano Soso).

Tanta producción a dos orillas seguro alegraría a Roberto Fontanarrosa, al cabo un alegrador de la vida de tantísima gente. Difícil que alguien haya escrito más que él sobre la sociedad y el antagonismo que argentinos y uruguayos o uruguayos y argentinos entretejieron en el curso de muchas décadas. Más difícil es escoger el mayor de sus párrafos sobre el asunto. Va uno, pero podrían sustituirlo otros cuatrocientos. Tiene fecha del 9 de julio de 1995, plena Copa América, en Paysandú: "En el palco de prensa me topo con Parsimonia Batlle Da Silva, poetisa uruguaya amiga de Nefertiti Silveyra, quien se manifiesta subyugada por el fútbol. Afirma ser sobrina nieta de doña Juana de Ibarbourou y exhibe una credencial de la revista cultural montevideana El Cántaro Fresco. Se exalta describiendo, encendida, el verde del campo, el tremolar de las banderas y la autoridad ('excelsa', califica) del juez de línea banderín solferino. Por último, con cierto pudor adolescente, me entrega un papelito. Allí ha escrito: 'La gallarda albiceleste/ en el torneo debuta/ y al arquero boliviano/ lo perfora Batistuta'. No me parece mal".

Semejante esplendor sólo puede ser empatado por una voz máxima. En México, camino a dar la vuelta en 1986, Diego Maradona desparramó su genio en los octavos de final para conseguir el 1 a 0 sobre Uruguay. En "Mi Mundial, mi verdad", su libro, abrevia una confidencia eterna sobre ese éxito: "Jugué mi mejor partido en todo el Mundial, lejos".

Esa memoria del Diego es del 16 de junio. Dos días atrás había muerto Borges. Amante de las simetrías y de las magias, el propio Borges se asombraría al enterarse de que, ahora, en un junio durante el que el universo filosofa sobre el aniversario 35 de su adiós, el primer partido que le toca a Argentina es, otra vez, contra Uruguay.

Una cosa: a veces el fútbol y la literatura explican todo; otras veces, no explican nada, pero igual son un encanto.

Otra cosa: con ese dato, Borges hubiera imaginado flor de cuento.

Millones lo leerían fascinados. Pero antes de leer, no se irían a ninguna parte y verían el segundo tiempo de Argentina y Uruguay.

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