El libro del tenista


19 de enero de 2022

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por Ariel Scher

Daniel Schapira bajo la pluma de Ariel Scher. Ese tenista y ese desaparecido. En Italia saldrá un libro que cuenta su historia

Hay un rival de Guillermo Vilas que daba clases de las materias más básicas en alguno de los rincones más castigados de la Argentina. Hay un docente de raquetazos del que, medio siglo después, muchos alumnos predican maravillas, un poco por los raquetazos sugeridos y muchísimo más por las lecciones de vida. Hay un andador talentoso del piso de polvo de ladrillo de las canchas de San Lorenzo que, luego de pisar esas y otras canchas, apoyaba el calzado sobre el cemento porteño para ir adelante en una marcha contra el golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende en 1973. Hay un militante perseguido igual que miles de militantes que, en la clandestinidad más tensa, se las arregló para que su hermano le detallara los resultados de los grandes jugadores y de los grandes torneos. Hay un tenista argentino que, desde el 7 de abril de 1977, está desaparecido por la más bestial de las bestiales dictaduras que sufrió el país. Hay Daniel Schapira, ese tenista y ese desaparecido, y habrá siempre Daniel Schapira por muchos motivos y, motivo reluciente y flamante, porque en Italia saldrá un libro que cuenta su historia.

"Cuando me llamaron por primera vez, me sorprendió", repasa Edgardo "Topo" Schapira, hermano de Daniel y uno de los más destacados profesores de tenis de esta franja del planeta. Ese llamado de asombros lo efectuaron los periodistas italianos Roberto Brambilla y Alessandro Mastroluca. ¿Unos cronistas italianos decididos a poner en letras la biografía de un deportista que fue víctima de un genocidio al sur del planisferio? Eso.

Brambilla explica: "Al estudiar ciencias políticas y lengua, tuve una profesora que me hizo trabajar sobre los derechos humanos en América Latina. Esa fue la base. Cuando empezaron en la Argentina los homenajes a los socios desaparecidos en los clubes, con hechos como el que ahora vimos que hizo Racing, comencé a trabajar sobre derechos humanos y deporte. La historia de Daniel me conmovió. Lo mismo le ocurrió a Alessandro, uno de los periodistas más importantes sobre tenis en Italia. Ahí entrevistamos a Oscar Pinco, el primer periodista que divulgó quién era Daniel Schapira. Seguimos con los libros y con el documental sobre deporte y desaparecidos que realizó Gustavo Veiga. Y desde ahí avanzamos".

Es tal cual lo que reconstruye Brambilla. Con una nota en el suplemento deportivo del diario Los Andes, de Mendoza, Pinco reveló en abril de 2001 que el país que había producido tanto tenis resonante desde mediados de los setenta también era el país de un tenista capturado por una de las patotas de un régimen salvaje. Había persistencia en esa nota: los dos medios a los que primero se las ofreció no se la quisieron publicar. "Daniel fue mi profesor de tenis en el club Macabi -evoca Pinco-, pero era mucho más que eso. Mi hermano mayor, que estaba mucho más politizado que yo, salió a jugar un partido de tenis con una gorra celeste y blanca y con un brazalete de la Juventud Peronista. Lo insultaban muchos. Se acercó Daniel, profe de tenis, alto, rubio, fachero, y le dijo: 'Hoy, vos sos yo'. Eso me llamó mucho la atención. Vos lo veías con ese aspecto y pensabas que era la típica rubia tarada que no tenía nada en la cabeza. Y resulta que, además de todo el tenis que nos enseñaba, era brillante en su intelectualidad. Al costado de la cancha, a la sombra, nos hablaba de política, de filosofía. No lo hacía con un fin partidario: nos hacía pensar. Nos llevaba a mirar las clasificaciones de los torneos porque decía que ahí estaba el verdadero tenis, lejos de los oropeles, lejos de la fanfarria".

Convergencias que verifican que a veces la realidad posee lógica: a) Pinco efectuó aquel artículo con el estímulo de la lectura de un texto sobre la primera edición de La Carrera de Miguel en Buenos Aires, la prueba atlética que rinde tributo a los desaparecidos y, en especial, al fondista tucumano Miguel Sánchez, secuestrado el 8 de enero de 1978. b) Brambilla y Mastroluca elevan entre sus referentes profesionales, para lo que sea y para el libro sobre Schapira, a Valerio Piccioni, maestro italiano de periodismo, propulsor de que montones de pies y de corazones participen cada año en La Corsa de Miguel, la versión romana que inspiró cada Carrera de Miguel que se desarrolla en la Argentina.

Jugador de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires y del club Comercio, Schapira apiló buenas actuaciones hasta hacerse sitio entre los diez mejores del ranking nacional y desplegó pedagogías sobre voleas y saques en San Lorenzo, en DAOM y en Macabi. Esa construcción de existencia incluyó su pertenencia a la Juventud Peronista. También sus pasos como estudiante de Derecho hasta sumarse a la cátedra de los abogados Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde. Al diputado Ortega Peña, que disfrutaba del tenis y que intervino en los debates para modelar la Ley del Deporte sancionada y promulgada en 1974, lo asesinó la Triple A el 31 de julio de 1974. A Duhalde le correspondió ejercer como secretario nacional de Derechos Humanos en los días en los que, por un lado, se colocó una placa en homenaje a Schapira en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CeNARD) y, por el otro, llegó al Palacio Legislativo el proyecto que, sustentado en el escrito de Pinco, plantea que el 18 de octubre sea el Día Nacional del Profesor de Tenis porque un 18 de octubre, el de 1950, nació Daniel Schapira.

Todos esos datos retratan a Daniel en una superficie que conmueve. Sin embargo, aparecen raíces que quizás lo describen todavía más. Las expone el Topo Schapira: "Pertenecíamos a un hogar de clase media, una familia muy unida con suficientes posibilidades económicas para estudiar o para ir al club. Mi hermano salió de la zona de comodidad. Se dedicó a la política para hacer un país mejor. Era supercapaz, superinteligente, superhonesto y superleal. Tengo mil episodios que demuestran que no se amilanaba nunca, que iba por lo que interpretaba justo, que no tenía ansias de poder personal. Nunca claudicó. Ni en los mejores días ni tampoco cuando los represores le tiraron dardos envenenados para experimentar si de verdad hacían daño".

Ese Daniel cautivó a Brambilla y a Mastroluca.

"Nosotros somos gente del deporte -argumenta Brambilla, quien además enseña castellano y orienta a un equipo juvenil de fútbol- y resolvimos contar esta historia simplemente porque se debe contar. Narrar esa historia permite narrar la barbarie. Schapira era un muy buen jugador de tenis, pero no un campeón famoso cuyas ideas podían influir en los demás por esa condición de famoso. Era excepcional y normal a la vez. Rescatamos una historia individual porque es una historia paradigmática, Un deportista, un militante, un estudiante: alguien que creía que el mundo podía cambiar".

Si al Topo Schapira le pareció extraño que lo llamaran desde Italia para reponer la historia de su hermano -de un deportista, de un desaparecido, de un argentino-, la extrañeza se acaba con un fragmento de los dichos de Brambilla: "Narrar esa historia es narrar la barbarie". Brambilla y Mastroluca son italianos como Carlo Ginzberg, un deslumbrante historiador que develó que las microhistorias traslucen lo profundo de la humanidad. Brambilla y Mastroluca son italianos como Primo Levi, escritor en los dedos y en las vísceras, sobreviviente de los campos de concentración que erigió el nazismo. Y Primo Levi expresó: "Si comprender es imposible, conocer es necesario". 

El movimiento de derechos humanos en la Argentina demostró cómo se lucha para conocer lo necesario aunque comprender se vuelva imposible. Ni habría historia pormenorizada de Daniel Schapira convertida en libro ni habría tampoco una vigorosa movida durante los últimos años para desandar los nudos entre deporte y dictadura si Madres, Abuelas, organismos, juristas, familiares y gentes a montones no hubieran entretejido un sentido de las cosas alrededor de tres palabras: Memoria, Verdad y Justicia. Desde el otro costado del Atlántico, lo asume Brambilla: "Un país sin memoria, sin verdad y sin justicia es un país bárbaro. También en el deporte. Vamos a respaldar siempre la recuperación de esas historias. Ustedes, en la Argentina, saben bien que una persona muere sólo cuando nadie la recuerda. Por eso, en ese marco, nos alegra lo que sucede ahora allí con la restitución de la condición de asociados y de asociadas que hacen los clubes a quienes desaparecieron en la dictadura".

De nuevo: nada acontece suelto. La reivindicación de esa acción de muchos clubes argentinos que refiere Brambilla involucra al tenista desaparecido. A Schapira ya le habían ofrendado reconocimientos tanto Macabi como San Lorenzo. Más fresco, el 7 de diciembre de 2001 Racing incorporó como "socios eternos" a 46 hinchas, socios y socias que vibraban por sus colores. Uno es Schapira. "Jugábamos al tenis en San Lorenzo. Mi papá era hincha y yo lo soy -confidencia el Topo Schapira-, pero Daniel se hizo bien de Racing en la época en la que agarrábamos unas sillas, nos cruzábamos hasta un negocio que vendía televisores enfrente de nuestra casa y nos sentábamos a ver el partido en blanco y negro que daba Canal 7". 

Diversiones de hermanos, rituales de cariños, lazos de sangre que portan mucho más que la sangre. El tenis, claro, un juego compartido. Y los libros: los Schapira acudían a la biblioteca Miguel Cané, del barrio de Boedo, esa que incluyó como empleado más célebre a Jorge Luis Borges, y transcurrían horas acariciando volúmenes. Vaivenes del tiempo: en una de esas, en mayo o en junio, cuando el libro de Brambilla y Mastroluca emerja de la imprenta, algún ejemplar desembarque en esos estantes.

A Daniel Schapira, como evidenciará ese ejemplar, le desaparecieron compañeros y compañeras de a treintamiles. Una en treinta mil es Andrea Yankilevich, su amor, la mamá de otro Daniel Schapira, el hijo que nació meses después de que su papá fuera atrapado en San Juan y Boedo. También ligadísimo al deporte, también hincha de Racing, ese hijo afirma, en estas horas, con la percepción entera de los rumbos que eligió su padre, con el nombre de su viejo viajándole pleno de orgullo entre los labios: "Quiero agradecer a los dos autores del libro por esta iniciativa que surgió en Italia. Es muy importante y la celebro. Vale por la memoria, por la verdad y por la justicia. Y vale siempre desde una visión colectiva, que eso es lo relevante para rescatar. Y para saber lo que nos pasó como pueblo, la historia que hemos pasado. Vamos por más".

Una voz de hijo es una voz que suena con autonomía, pero puede sonar, en el mismo eco, como la voz de un padre, como un legado. En eso que enuncia Daniel Schapira hijo también habla, también sueña, también está, seguro que está, su papá.

O como enarbola el Topo Schapira, que siente siempre presente a su hermano y que enfatiza: "Que gente de tan lejos haga esto me emociona. Es algo que me ratifica que ciertos valores siguen existiendo en el ser humano. Mi hermano creía en esos valores. Esto es una derrota del olvido y un triunfo de la memoria".

Vicente Zito Lema, un artista dulce de la Argentina, tiene un poema que desnuda al espanto, lo asume y lo desmenuza, lo exhibe en un tránsito impune y arrasador que, con tanto y con todo, no es suficiente para apagar la belleza del mundo y la resistencia de la esperanza. El poema se titula "Desaparecidos". En un verso, dice: "Por el suelo ropas/ fotos/ libros rotos".  Que haya un libro sobre Daniel Schapira es una certificación de ese poema. El libro roto ya no está roto. Está entero y cabe la vida.

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