Apuntes sobre el final de un campeonato


27 de octubre de 2022

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por Ariel Scher

Hace rato que el sociólogo valenciano Josep Vincent Marqués planteó que nada es natural. De nuevo: nada es natural. O sea, no hay normalidad, ni de cerca vale eso de "así son las cosas", como a veces decimos y como a veces nos dicen. Lo que funciona como "normalidad" es lo que construyen, convencen e imponen ciertos grupos sociales en ciertos contextos.

En el fútbol tampoco es factible -a veces lo decimos, a veces nos lo dicen- lo de "así son las cosas y no me vengas a contar pelotudeces": otra vez, guste o no guste, nada es natural.

Más directo y en términos del maestro brasileño Paulo Freire: "No somos, estamos siendo".

Las comprensiones de Marqués y de Freire contravienen a muchas de las voces que, en los últimos días, sentenciaron qué es ser, qué debe sentir y qué debe querer un buen hincha de River, o de Independiente, o de Racing o de Boca, a propósito del cierre de un campeonato.

Ser hincha no es un rasgo estacionado: los modos de ser hincha no constituyen una fotocopia que vuela inmaculada a través de los cielos de la historia. Hay continuidades y hay rupturas. Otro dato: aunque haya quienes se paren encima de la Tierra y de la pelota para que nada se transforme, habrá más rupturas.

No funciona igual el hincha del momento fundacional de los clubes que el hincha escenificado por Enrique Santos Discépolo en una película de la mitad del siglo veinte que se llama, precisamente, "El hincha" y tampoco el hincha paradigmático de Discépolo es idéntico a cualquiera de los paradigmas posibles de las tribunas del fútbol de la Argentina en el desenlace del torneo de 2022.

Al pecho y sólo por lanzar algunos episodios en el tiempo: el historiador Julio Frydenberg rescata cómo hinchas de River asistieron a la despedida del plantel de Boca que en 1925 fue de gira a Europa como parte de una "normalidad" de época y los archivos fílmicos argentinos cobijan la recepción a Racing campeón mundial de 1967 con la presencia de dirigentes y de jugadores de todos los equipos de Primera (y del dictador Juan Carlos Onganía) en la Sociedad Rural a tono con una "normalidad" de época. Nada de eso podría colarse, ni siquiera mínimamente, en la "normalidad" de esta época.

En "Comedia y tragedia en el discurso de los hinchas argentinos", el santiagueño Eduardo Archetti, una especie de padre de las ciencias sociales aplicadas al deporte en esta parte del planeta, ubica al fútbol como un ritual y como una actividad simbólica "que involucra concepciones y no sólo permite la expresión de emociones inmediatas".

La capacidad para albergar lo cómico (lo alegre) y lo trágico enmarca la complejidad del fútbol, a diferencia de otros rituales que son plenamente cómicos (el carnaval) o enteramente trágicos (los entierros). 

La indagación de Archetti, entre otros logros, desbarata cualquier lectura inmovilista: "Los primeros treinta y cinco años de fútbol profesional estuvieron dominados por la creación de un ambiente de intimidad e informalidad en los estadios y que, en consecuencia, los efectos cómicos dominaron sobre los trágicos. A partir de finales de la década del sesenta los elementos trágicos pasan a ser dominantes. Esto genera un contexto de discursos en los que la praxis de la violencia se hará cada vez más legitima".

La mirada de Archetti, en este plano, acaso resuena pariente de la del uruguayo Eduardo Galeano, quien abrevia: "La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber".

Detalle sobre la fuerza del fútbol: mientras les dio el cuerpo, Archetti y Galeano advirtieron esas mutaciones y asumieron que no les caían simpáticas, pero jamás dejaron de ver partidos, de entusiasmarse y de querer que sus equipos hicieran más goles que los adversarios.

El predominio de la "tragedia" del que habló Archetti se agudizó nítidamente en lo que investigadores como Pablo Alabarces o José Garriga Zucal denominan "la cultura del aguante", ya entre los ochenta y los noventa y, más, en el siglo veintiuno. Cierto es que "aguante" es un vocablo ligado, en lo primigenio, a las barras y al "aguante" corporal, pero su uso se fue extendiendo más allá de esa frontera. Ambos autores y Verónica Moreira pormenorizaron: "El aguante es una forma típica de honor, ya que valora comportamientos y propiedades determinadas como honorables y desestima las deshonrosas. En cada sociedad, en cada momento dado, el honor toma aspectos distintos en relación con las formas de vida y el sistema intelectual de cada cultura, que permite expresar la aprobación y la desaprobación de conductas y formas de pensar".

La idea de "forma típica de honor" remite a la palabra más mencionada en la antesala de la definición del campeonato argentino: moral. De golpe, el universo del fútbol se tornó en un campo de especulaciones sobre lo moral, sobre la "forma típica de honor": ir para adelante en una cancha y favorecer al rival más rival o ir para atrás (o más o menos para atrás) y perjudicar a ese rival. 

Con una posición o con otra y casi siempre desde la rotundidad, como si hubiese una sola modalidad eterna o vigente de ser hincha ("ser de River es esto, te lo digo yo", "el verdadero hincha de Independiente quiere tal cosa, te lo digo yo"), quedó claro que "el viaje del placer al deber" que retrata Galeano también consiste en un viaje que comenzó jugando con el otro y se trasladó hasta enfrentar al otro, muy especialmente a algunos otros. La afirmación de la identidad propia en el presente está amarradísima al rechazo a ese otro. Más en referencia al otro -al antagonismo con ese otro- que en cualquier pasado del fútbol.

Un sendero eficaz para rastrear esos cambios habita en los cantos de las tribunas. Archetti o la especialista Lelia Gándara detectan cómo el paso de las décadas exhibe otro viaje: de la reivindicación propia y la cargada suave (un muestrario hermoso florece en el último capítulo de "Literatura de la pelota", la antología de Roberto Jorge Santoro de 1971) a la expansión de la agresividad y de hacer foco en el otro. 

El periodista Norberto Verea evalúa que en la medida en que a los hinchas les fueron vaciando otras gratificaciones que el fútbol ofrecía no les quedó más remedio que encandilarse con su propia vida. "El hincha se enamoró de sí mismo", sostiene.

En la tradición de Archetti, de Alabarces y de otros científicos sociales que afilan el ojo en el fútbol, el antropólogo Javier Bundio ensancha esa comprensión y bautiza al fenómeno como "hinchismo": "El hinchismo es una ideología radical, profundamente agonista, porque las relaciones grupales se plantean como una guerra de 'nosotros' contra el resto donde no se admite tregua. Y también porque el otro es concebido como inferior y humillado, aun cuando comparte con el 'nosotros' una misma base cultural. Todos los valores sociales relevantes se presentan asociados al nosotros, no hay ningún tipo de referencia positiva al otro".

Las exploraciones de esos y de otros investigadores permiten corroborar  que muchísimos hinchas consideran que estas conductas integran un folklore, un mundo dentro del mundo, un tipo de comportamiento no necesariamente trasladable al resto de las rutinas, sobre todo en lo atinente a su dimensión más evidentemente violenta: acá el código es putearte y hasta odiarte, pero eso no supone que yo sea/nosotros seamos así en otros aspectos. Por las dudas: aunque sea una aseveración de muchísimos hinchas, no hay garantías de que el mundo moral y conductual del fútbol conforme, efectivamente, un mundo aparte que se sitúa siempre desligado de otras acciones en la vida social.

En lo que el fútbol no dibuja un mundo aparte es que, en cada tiempo, anda atravesado por valoraciones dominantes que se naturalizan, que se disfrazan de "normalidad" o de lo que, entre la imprecisión conceptual y la seguridad enunciativa, opera como "sentido común". Quizás sea eso que el italiano Antonio Gramsci caratuló como ideas hegemónicas. Justo Gramsci que, en un bello artículo en la revista Avanti en 1918, elogió al fútbol como ejemplo de juego leal. Vaya a suponer qué decodificaría si se enterara de los comentarios previos al último acto del torneo local.

La exaltación de la otredad es una idea hegemónica, pero parece que, en el interior de esa idea, todavía queda espacio para un parteaguas que se manifestó en lo que hinchas a montones soltaron en las redes sociales digitales o en las conversaciones cotidianas: para algunos, lo moral es ir para adelante (hasta argumentando "mirá qué distintos que somos" como contracara del otro más otro); para otros, lo moral es ejecutar la acción que sea porque el bien supremo reside en que el otro más otro no sea favorecido con ningún bien. 

Con un documento que testifica que ya pasó los 70 cumpleaños, un hincha argentino de un club supergrande le confidenció esta semana a un amigo que durante cinco décadas y pico no hinchó o no hizo fuerza para que su contrincante supergrande perdiera. Ahora sí: lo sueña en permanente derrota tanto o casi tanto como el triunfo propio. Identifica lo que le acontece pero no comprende por qué le acontece. El amigo puebla su garganta con Carlos Marx y le contesta: "La praxis hace a la conciencia". Después, desmenuza desde Marx pero sin citarlo: "Si tus hijos, y los amigos de tus hijos, y los que te hablan en la tele, y los que te hablan en el barrio, se portan así, sienten así, normalizan así, ¿cómo hacés para no volverte así?".

Se es hincha y se edifica la condición de hincha, entonces, en una cultura y las culturas son dinámicas por abundantísimas variables que fueron largamente estudiadas y que se seguirán estudiando, a pesar de que la historia transcurrió y transcurre llena de actores y de sectores que se empecinan en lo contrario.

Que nuevos modos de ser (hinchas o lo que sea) desplacen a modos viejos de ser no convalida que lo nuevo sea una instancia superadora de lo viejo. Y tampoco, necesariamente, una instancia empeoradora. En todo caso, el posicionamiento frente a los modos de ser hinchas pone sobre la mesa otras cuestiones fundamentales como la ideología, las visiones sobre la condición humana o la interpretación de qué es lo que está en juego en este juego. 

Eso explica, por ejemplo, por qué entre hinchas de Racing como el autor de estas líneas, luego de que la perspectiva breve de ser campeones se esfumara de penal, brotara un debate sobre si lo que había sucedido era una tristeza, una vergüenza (deportiva, claro, ¿pero qué es lo deportivo y dónde empieza y dónde concluye?), una furia o alguna otra sensación a la que habría que buscarle un nombre. Más allá de las deliberaciones, detrás de cada una de esas palabras -y de quien las elige- hay eso que Archetti llama "concepciones".

Impresión: la actitud del señor de más de 70 cumpleaños es infrecuente. Lo infrecuente no es que se haya erigido en antihincha hondo de los otros en esta era. Lo infrecuente es que interrogue por qué. Cualquier sondeo entre individuos que problematizan lo político, el arte, la música, los sentidos de la medicina o el futuro de las ciudades da por resultado una voluntad mucho más tenue de complejizar los nexos con el fútbol. "Es mi zona libre", "es mi lado permitido" o, más sencillo, "no me jodas" son contestaciones reiteradas. Verdad que el desembarco del pensamiento científico social -o, sin ciencia, de una actitud analitica- sobre el fútbol es tardío si se lo compara con otros territorios de la reflexión. Acaso eso implique un descuido. "El fútbol debería dar más que pensar. Pocas cosas hacen que millones de personas salten a la vez de alegría, en los estadios y en sus casas, por algo en lo que de hecho no han tenido participación -un gol-", conjetura el escritor español Javier Marías. Claro que el libro encantador que compila las notas de fútbol de Marías se titula "Salvajes y sentimentales", dos rasgos que proclaman mucho sobre los enlaces colectivos y personales con el fútbol pero que quizás suenan antagónicos con el ejercicio de meditar sobre esos enlaces.

Pero, aun aceptando el supuesto de que lo salvaje y lo sentimental no siempre forjan matrimonios con la racionalidad, no surge casual que la condición de hincha y de cómo se es hincha haya invitado a desentrañar qué es moral y qué no es moral para un equipo y para sus seguidores. Parece que allí cabe algo grande y grandioso. En "Boquita", el libro que enhebró para el centenario de su Boca, el periodista Martín Caparrós lo dimensiona exacto al apuntar de entrada un recuerdo de pibe: "Descubrí que uno se hacía de un equipo: no es poca cosa, hacerse. Y que, ya hecho, una no era hincha de un equipo: uno era de un equipo. No es poca cosa ser".

Como no es poca cosa ser y, desde luego, no es poca cosa ser hincha, el escritor francés Albert Camus, arquero en su años felices y jóvenes en Argel, legó, más o menos, esta frase: "Lo único que sé de moral me lo enseñó el fútbol".

Se ve que son tiempo para seguir aprendiendo.

Después de todo, mi buen amigo, esta campaña volveremo' a estar contigo.

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