El fabricante de banderines


21 de abril de 2023

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por Ariel Scher

El Roto separaba la realidad entre la cosmética y la esencia. «Esa es la gran batalla de este tiempo», afirmó en el Bar de los Sábados, el reino de encantos vitales y deportivos donde contó que esa idea no la había aprendido en sus fugaces lecturas de filosofía clásica, sino a través de la historia de su primo más lejano. Un tipo como bastantes el primo más lejano del Roto: novio de una novia mala, wing derecho sin goles en un equipo de mitad de tabla y subgerente de una casa bancaria tradicional en la que dejaba la existencia salvo cuando se escapaba para ver los partidos de su club. «Eso es su cosmética —argumentó el Roto—, pero, en su ser hondo, en su esencia, mi primo más lejano es otra cosa». Otra cosa: se dedicaba a la fabricación casera de banderines de córner.

Con el Bar de los Sábados ingresado en el asombro, el Roto relató que, así como hay niños que se deslumbran con la bandera de ceremonias desde que entran al primer grado, a su primo más lejano lo habían cautivado los banderines de córner a partir de su vez inicial en una cancha. «Lo suyo no era distracción: era convicción. Una tarde me comentó que veía flamear banderines de córner y los asociaba con la belleza y otro día me aseguró que le recordaban a la libertad», apuntó el Roto.

«Siempre fabricó banderines», repasó el Roto. En el jardín de infantes, los erguía en una esquina del aula; en la casa de la novia mala, los instalaba tras los muebles para no olvidarse de que en alguna parte sobrevivía la belleza; en las canchas de todos sus partidos, persistía como wing derecho para tenerlos cerca y cuidarlos si es que se desataba una tempestad; en la cuna de sus hijos, los plantaba al costado de los sonajeros para que, desde el principio, quedaran de frente a un símbolo que les diera esperanzas de libertad.

«Se puede empezar de chico como mi primo más lejano o en la última siesta de la vida, pero en esta era de demasiados disfraces, donde mucho se enamoran de su cosmética y reniegan de su esencia, es mejor no confundirse», opinó el Roto. Luego, reivindicó al Bar de los Sábados como un lugar de charlas esenciales, caminó hasta un rincón y colocó un banderín de córner. «Lo hizo mi primo más lejano», explicó. Y allí lo dejó puesto, lleno de belleza, lleno de libertad.

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