El Tío Getulio y el Hacha Ludueña


10 de marzo de 2023

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por Ariel Scher

Nosotros, los que estuvimos en La Paternal cuando Diego debutó en la Primera de Argentinos frente a Talleres, nos juntábamos los 20 de octubre de los años feos y de los años lindos para mirarnos a los ojos, para agarrarnos las manos y para certificarnos que nosotros éramos nosotros y ahí habíamos estado. Todo sencillo: nos contábamos cuántos exámenes habíamos aprobado o cuántos amores habíamos comenzado o cuántas navidades habíamos animado gracias a revelar que una suerte que quizás ni merecíamos nos permitió poner el cuerpo ese día y en ese lugar. Sólo el Tío Getulio se salía de ese relato. Y no era que no presumiera de haber sido uno de nosotros. Presumía de que ese día y en ese lugar, mientras Diego se estrenaba, él había visto jugar al Hacha Ludueña.

Cada dos o tres octubres, nosotros nos organizábamos para imponerle que la grandeza de esa jornada residía en un solo hecho. Sin embargo, el Tío Getulio sabía resistir. Que sí, que claro, que el Diego flotó sobre el pasto en el segundo tiempo y hasta se atrevió a un caño, admitía, pero insistía en que lo del Hacha fue una exhibición. En realidad, Ludueña había expuesto lo habitual: desde la mitad de la cancha, con unos pies creados para que la pelota fuera pelota y también flor, gambeteó lo necesario, desparramó pases rumbo a los pies justos, timoneó la ofensiva de su equipo, metió el gol de la victoria de Talleres y hasta controló el horizonte cuando Argentinos reaccionó. Así jugaba y así era.

Hubo un octubre en el que el Tío Getulio aventuró que acaso al fútbol lo gobernaran unos dioses ocultos que, en aquella ocasión, invitaron a ese pelilargo para que el bautismo del Diego tuviera un anfitrión a la altura. Y hubo un mediodía, lejos de octubre, en el que nos llamó con la noticia de que Ludueña se había muerto. Nosotros, los que estuvimos en La Paternal cuando el Diego debutó en Primera, resolvimos reunirnos de modo excepcional y, como siempre, nos agarramos las manos.

Después, al mirarnos a los ojos, nos prometimos que, de allí en adelante, continuaríamos encontrándonos para honrarnos por la memoria de haber visto al Diego y porque, en esa memoria, crack eterno, brilla y seguirá brillando el Hacha Ludueña.

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