Fontanarrosa, medio siglo y un cuento


16 de diciembre de 2021

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por Ariel Scher

El 19 de diciembre de 1971, en el estadio de River, Central y Newell's se cruzaron en una de las semifinales del Campeonato Nacional en un partido que paralizó a Rosario y sacudió al país.

Por Ariel Scher

 
Hay un cuento del Negro Fontanarrosa titulado "Usted no me lo va creer".

Bueno, eso, tal cual, es lo que vengo a avisarle: usted no me lo va a creer.

No me va a creer, pero le pediría que me creyera porque lo que vengo a avisarle también tiene que ver con Fontanarrosa y con un cuento, aunque con otro cuento. Con "19 de diciembre de 1971".

Usted sí me va a creer que "19 de diciembre de 1971" es un cuento entre los cuentos, en especial entre los cuentos que tienen en el centro de la temática al fútbol. Inclusive, la revista Soho, de Colombia, lo escogió como el mejor cuento de fútbol de cualquier edad y de cualquier geografía. Y usted sí me va a creer, además, que si ese cuento constituye todo eso es porque lo parió Fontanarrosa.

Lo que no me va a creer es lo que pasó hace una semana, cuando le comenté una muchacha y un muchacho que andan entre los ventinada y los veintipocos años que la fecha que le da nombre al cuento se preparaba para cumplir medio siglo. Para ser exactos, el lío no empezó cuando les comenté eso. Empezó cuando, inocentemente, con naturalidad absoluta, agregué que el acontecimiento que da origen al cuento y patenta a esa fecha como una fecha singular, también cumplía medio siglo.

Y está ahí lo que no me va a creer.

No me va creer que, bien del fútbol, bien de la literatura y bien de la pasión por tragarse cada aire que concede la hermosa posibilidad de vivir, la muchacha y el muchacho se me quedaron mirando. Mirando es un término que no lo explica todo. Mirando sin entender.

-Justo cincuenta años de la fecha del título del libro-, calculó, asintiendo, el muchacho.

-Habría que hacerle un homenaje al cuento. O muchos- añadió la muchacha, irrefutable.

Pero ahí vino lo que no comprendían. Porque los emocionaba que al título del cuento le tocara un aniversario así. Y me miraban sin entender frente a mi anuncio de que había un suceso tangible, conmocionante, labrado en lo hondo de las memorias del fútbol que también llegaba al medio siglo. El 19 de diciembre de 1971, en el estadio de River, Central y Newell's se cruzaron en una de las semifinales del Campeonato Nacional en un partido que paralizó a Rosario y sacudió al país. Lo ganó Central por 1 a 0, con una palomita de Aldo Pedro Poy.

-¿O sea que el partido del que habla el cuento de Fontanarrosa existió?-, inquirió el muchacho con unos ojos de asombro que otros muchachos despliegan para preguntar por los amores imperecederos o hasta por dios.

Anticipé que usted no me lo va a creer.

Y acá no se trata de reprocharle nada al muchacho porque, al cabo, era alguien que lee un cuento, y se instala dentro de ese cuento como algunos caramelos dentro de su envoltorio, y se ríe como si en el mundo estuviera por agotarse la perspectiva de reír, y contornea el cuerpo por el efecto de esas mismas carcajadas, y se percibe nieto o sobrino o amigo del Viejo Casale que protagoniza el cuento, y se interroga si en alguna tarde de estadio estuvo muy cerca o cerca de protagonizar una historia parecida a la del cuento, y se deja caer en la palabra última del cuento con la doble sensación de que acaba de experimentar una hermosura y, a la vez, se le acaba de terminar una hermosura. Entonces, si de verdad a alguien lo atraviesa tanta emoción y tanta cuestión, ¿qué va a estar pensando o suponiendo que el 19 de diciembre de 1971 hubo algo más que ese cuento? No hay que mentirse: al ingresar en ese cuento, nadie piensa o supone que en el universo hubo, hay o habrá algo más que ese cuento.

No, claro que no. Usted no me va a creer que ni el muchacho ni la muchacha dominaban que el 19 de diciembre de 1971 transcurrió un duelo entre Central y Newell's, a pesar de que, atentos a ciertos archivos del fútbol, disponían del dato de que Central se consagró campeón en el Nacional de 1971.

Usted no me lo va a creer: ahora quienes no me creían eran la muchacha y el muchacho.

No me creían porque creían en el cuento. O porque creían en la literatura y creer en la literatura no es, como vulgarmente asumimos o nos hacen repetir, creerse lo que no es. Para nada. No hay constancia de que Roberto Fontanarrosa, un rosarino y fana de Central que nació en 1944 y murió en 2007, se haya entusiasmado con Franz Kafka, un checo que nació en 1883 y murió en 1924 (¿cómo le habrá ido a Central en 1924?, se hubiera preguntado el Negro, seguro, al revisar la biografía de Kafka). Y eso más allá de que el mexicano Juan Villoro y el mendocino Rodolfo Braceli aludieron a Kafka para narrar a Fontanarrosa. Pero Kafka, recapo Kafka, dijo: "La literatura es siempre una expedición a la verdad".

Y, para ese muchacho y esa muchacha, la verdad, la verdad que les importaba y que los estremecía, la verdad verdadera porque era la verdad literaria, residía a pleno en el cuento.

Una vez, Osvaldo Soriano, buen lector y buen interlocutor de Fontanarrosa, fabuló que el Mundial de fútbol de 1942, que la FIFA no trasladó a las canchas a causa de la Segunda Guerra Mundial, se había disputado en la Patagonia. Lo hizo en un cuento que se llama "El hijo de Butch Cassidy". Es una historia deslumbrante. Y convincente. Tanto que hasta hubo quienes la tomaron por no literaria y la aceptaron y propagaron como si no fuera un cuento. ¿Estúpidas esas gentes? No. Lo que les pasó fue que sucumbieron al poder de la literatura. La literatura siempre es real aunque lo que traiga no integre aquello que con frecuencia denominamos "la realidad". La literatura y la vida, como ya le desparramó a las generaciones futuras el colombiano Gabriel García Márquez en el acápite de su autobiografía "Vivir para contarla": "La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla".

Otra vez, alguien con la edad de los bisabuelos de la muchacha y el muchacho que se cautivaron con "19 de diciembre de 1971, comentó que aquellas y aquellos que enfocábamos con pasión al fútbol perdíamos. "Ya está explicado que no hay partidos reales desde el 24 de junio de 1937", aducía. El 24 de junio de 1937 es, en efecto, la fecha del último partido real de fútbol, de acuerdo con la construcción que Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares enhebraron para su cuento "Esse est percipi". No discutían el fútbol sino, entre otras cosas, qué es lo real. El señor con edad de bisabuelo compró la invención de la dupla Borges-Bioy Casares. ¿Cometió un error o repetía una certeza literaria?

"La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido", anotó en el prólogo a "El informe de Brodie", lel mismísimo Borges, contracara de Fontanarrosa porque representa el menos futbolero de los escritores argentinos. Sin embargo, el Negro hubiera avalado esa definición y vaya a saber si no la habría cantado con una energía semejante a la que le destinaba al aliento para su Central. Porque, a esta altura, ¿acaso el cuento "19 de diciembre de 1971" necesita del golazo del 19 de diciembre de 1971 para valer la pena, para ser maravilloso, para adoptarlo como lo real?

Casi podría sostenerse que el propio Poy, autor de ese gol, ejecutor año a año de su gloriosa palomita en ceremonias de repetición convocadas por organizaciones de hinchas, ya resolvió el dilema. En 2018, suscribió un cuento cuyo nombre es "Justicia poética". Apareció, con prólogo del gran periodista Héctor Hugo Cardozo, en el segundo volumen de la colección Pelota de papel, en la que deportistas escriben relatos. En ese texto, el que pone la cabeza para que la palomita golpee las puertas de la historia del fútbol y se instale eternamente no es Poy sino Fontanarrosa. Para fortalecer tamaña magia, al cuento lo acompaña una ilustración, finamente dibujada por Tute, en la que el Negro pone la frente y manda la redonda hacia la red.

De nuevo: Poy se transforma de jugador en escritor y, al simultáneo, convierte en jugador al escritor Fontanarrosa. Poy deja de ser inspirador del cuento y Fontanarrosa deja de ser el que se inspiró en el cuento. Intercambian roles. Y sale brillante.

No faltarán en los próximos años -y con todo derecho- muchachas y muchachos que ya no solamente prescindirán de la semifinal de 1971 y del gol enorme de Poy sino que podrán saltearse "19 de diciembre de 1971". En una de esas, esas muchachas y esos muchachos se toparán con un tipo mayor y no le creerán que antes del cuento de Poy sobre el gol de Fontanarrosa hubo un 19 de diciembre de 1971 en el que Poy metió un gol extraordinario y hubo un cuento bautizado "19 de diciembre de 1971". 

Lo que no se saltearán es el fútbol, la literatura y la capacidad de entregarle la vida a las buenas historias.

El Negro Fontanarrosa se despanzurraría de la risa con todo esto. Y, sabio del fútbol y de la literatura, aprobaría.

Usted no me lo va a creer.

Pero haga el intento.

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