La memoria se alza en Globo


06 de octubre de 2021

Compartir esta nota en

Huracán abre las puertas de su casa para sumarse a la lista creciente de instituciones deportivas que van reincorporando a sus padrones a los desaparecidos.

Por Ariel Scher

Fotos: Télam
 
En ese estadio en el que fue hijo y fue padre, fue hermano y fue socio, fue soñador de jugar en Primera y fue jugador excelente de Primera, fue hincha y fue entrenador, fue compañero de los presentes y también compañero de los ausentes, Claudio Morresi levanta un dedo hacia el oeste y dice "ahí". "Ahí", justo ahí donde señala, unos veinticinco escalones debajo del punto más alto de las tribunas míticas de Huracán, mientras la tarde se hace noche y mientras la noche se hace estremecimiento, cuenta Claudio que llegaba, después de una caminata de unas quince cuadras iniciada en su hogar, con la caricia inempatable de Julio, su papá, y de Norberto, su hermano, para ver al equipo que acaparaba el corazón de todos ellos y de otros miles que andaban alrededor. "Ahí", repite Claudio y enfoca, de nuevo, hacia ese punto en las gradas ahora vacías. Ahí sabe que está, que de algún modo está, que queriéndolo está, que siempre está Norberto, su hermano mayor, uno de los 30.000 desaparecidos de la Argentina del genocidio, alguien que en esta tarde convertida en noche y en esta noche transformada en estremecimiento, recupera su condición de socio de Huracán.

Ahí está Norberto, avisa Claudio y siente Claudio. Y algo así atraviesa a los integrantes de las familias de los otros siete socios de Huracán que resultaron víctimas del terrorismo de Estado y que en este instante, por una determinación de la comisión directiva del club, vuelven a tener sus carnets. Ahí están, ahí están, ahí están: Gabriel Oshiro (secuestrado el 21 de abril de 1977), Norberto Palermo (14 de octubre de 1975), Pablo Reguera (13 de enero de 1977), Jorge Gurrea (15 de julio de 1976), José Sanabria (17 de abril de 1978), Daniel Vázquez (27 de marzo de 1977) y Eduardo Vicente (10 de marzo de 1977). Un libro, uno de esos libros que se clavan en los párpados y espantan cualquier indiferencia, repasa las historias, los sueños y los horrores que trazan cada una de sus biografías. Se llama "Restitución de carnets" y los muchos concurrentes que primero pueblan una de las plateas de ese santuario del fútbol y luego caminan sobre el césped de la cancha se llevan un ejemplar. Nadie lo ignora: esas páginas no son sólo letra buena impresa con tinta buena sino que representan el triunfo de la memoria, de la verdad y de la justicia por encima de los negacionismos y de las promociones del olvido.

Huracán abre las puertas de su casa para sumarse a la lista creciente de instituciones deportivas que van reincorporando a sus padrones a los desaparecidos. Cuando Racing anunció una decisión así en marzo, el periodista español Enric González olfateó la esencia al escribir que los hará "socios eternos". Nadie conoce en qué consiste la eternidad pero seguro que se parece a eso que flota en ese estadio que guarda partidos extraordinarios, domingos épicos y domingos frustrantes, ilusiones al viento y también banderas al viento. Precisamente, el libro sobre los desaparecidos de Huracán rescata que, luego de la captura de Pablo Reguera, la hinchada desplegó una bandera preguntando dónde estaba, dónde está.

Al aire más libre que nunca de Parque de los Patricios, en el marco de una pandemia atenuada pero no acabada, quienes acuden a este acto lucen barbijos de Ferro, de Vélez, de otras camisetas y mucho, ni hablar, de Huracán. Lita Boitano, 90 años conmovedores, madre de una hija y de un hijo que desaparecieron, presidenta de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, ubica a cada presente entre la sonrisa y la lágrima cuando repasa cómo Julio Morresi, el papá de Norberto y de Claudio, impregnaba de Huracán los espacios de los organismos de derechos humanos. Irma, la mamá Morresi, asiente con la dignidad que la envuelve desde que a Norberto lo atraparon a los 17 años, un poquito después de que, como destaca Claudio, "eligiera la militancia para mejorar este país en lugar de probarse en Huracán". "Mi hermano se llamaba Norberto por Norberto Tucho Méndez", sigue Claudio para poner en las proximidades del pasto que brilla a su espalda a un crack entre los cracks (177 partidos y 67 goles para Huracán entre 1940 y 1947) y para transparentar lo devoto del Globo que era su viejo. Y agrega: "Mi nombre me lo puso mi mamá. Por mi papá, hubiera sido Herminio o Cesáreo. Claro, Herminio Masantonio y Cesáreo Onzari simbolizan dos próceres de la entidad. Por si son necesarias más pruebas, no muy lejos de Morresi, late entre el público Marcelo Onzari, uno de los nietos de Cesáreo, el autor del primer gol olímpico.

Madre indetenible, luchadora en cada respiración, Taty Almeida acaricia uno de los volúmenes en los que palpitan los desaparecidos de Huracán. Hizo el prólogo de esa obra. Alejandro, su hijo desaparecido, ejerció como hincha imparable de Racing y como rugbier en Porteño. Atrapa la mano de Morresi, hace lo mismo con los afectos de cada homenajeado en esta jornada. Pronuncia lo que sus labios mágicos y decenas de miles de otros labios le anunciaron al planeta y a quien quiera oír en cada día de cada año: "Nunca Más": Pronuncia, además, otro de los legados que no se fracturan: "La única lucha que se pierde es la que se abandona". Su pañuelo blanco imanta miradas. El mosaico con un pañuelo blanco que Huracán estrena en una pared, también

No sería posible que ocurriera nada de lo que ocurre sin la fuerza y la constancia de Lita, de Taty y de miles y más miles. Y tampoco sin la expansión de minorías intensas que trabajan en los clubes y que en los últimos tiempos pelearon para empezar a reparar ese segmento tan fuerte de su historia: a los clubes los dañaron, no son un eslabón desconectado de la Argentina, les desaparecieron gente. "La memoria se alza en Globo", enuncia la adhesión que envía Banfield, que, en 2019, se erigió en el primero que oficializó el regreso de los desaparecidos a sus filas. Enseguida expone el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla Corti, quien, entre sus documentos cotidianos, cobija el carnet de socio honorario que San Lorenzo le dio a su papá, también Horacio, uno de los desaparecidos de San Lorenzo.

El presidente de Huracán, David Garzón, asume que lo honra que lo que está pasando sea una manera de plantar memoria. El periodista Gustavo Veiga -autor del libro "Deporte, desaparecidos y dictadura"- y el diputado Hugo Yasky exponen en un tono similar. Le corresponde la responsabilidad del cierre a Néstor Vicente, motor de la iniciativa, titular de la Subcomisión de Cultura, Historia y Derechos Humanos del club. Con la certeza colectiva de que los escalones del Ducó lo están escuchando, apunta que ese acto se escenifica en un templo porque templos son los estadios del fútbol. Y añade que eso es lo que corresponde para reivindicar a personas que tuvieron pasiones y que unieron esas pasiones. "La pasión por la militancia y la pasión por una camiseta. Qué privilegio es la vida teniendo pasiones", enfatiza. Barbijos, pañuelos, corazones, brazos, ojos y manos le contestan que sí. Manos de fútbol entre tantas manos, también aprueban las de Marcos Díaz, el arquero de Huracán, uno más en el público, que aplaude y aplaude.

Cuando ese estadio fue inaugurado en 1947, el poeta Homero Manzi publicó en el diario Crítica una crónica con este comienzo: "Los arqueólogos se empeñan en hacer la cuenta exacta de las ciudades superpuestas a lo largo de sucesivas civilizaciones. Ayer, sentados en las butacas de Huracán, sin querer, hacíamos nuestra arqueología sentimental". Genial, inquieto por lo político, Manzi jamás hubiera intuido que el país al que sembró de tangos inmortales albergaría tanta barbarie. Sin embargo, esa frase de aquella crónica casi narra lo que surca, otra vez, "las butacas de Huracán". Los herederos y las amistades de Oshiro, y de Palermo, y de Vicente, y de Sanabria, y de Reguera, y de Gurrea, y de Vázquez, y de Morresi se constituyen en portadores de la arqueología sentimental y no sólo sentimental de Huracán, del fútbol, de la Argentina. Y ofrendan, reparación histórica realizada, ya fuera de la formalidad del acontecimiento, las pequeñas anécdotas de sus seres queridos que, desde este momento, son queridos por quienes los van conociendo y los van reconociendo a partir de ese pasaporte sin rupturas que fue y que es ser de Huracán y ser parte de algo como un club como una pertenencia política.

Claudio Morresi parte de ese estadio que es su estadio mientras entreteje en un abrazo a su mamá. Difícil verificar si regresa las pupilas hacia el espacio de la tribuna donde fue feliz con su papá y con su hermano.

Tampoco hace falta.

Con su carnet repuesto, con su identidad infinita, el mundo y el futuro saben que ahí está Norberto, que ahí están los desaparecidos de Huracán.

Compartir esta nota en