Lo mejor en vacaciones es fundar canchas de fútbol
01 de febrero de 2023
El Roto tenÃa seis sonrisas que le caminaban en los labios y una noticia que le corrÃa en el corazón durante la tarde de febrero en la que regresó de sus vacaciones al Bar de los Sábados. «Ya está», dijo, mientras las seis sonrisas se le volvÃan sesenta o seiscientas. Y ahÃ, en la que era su residencia de una vez por semana para que los vaivenes de la pelota le permitieran reflexionar sobre los vaivenes de la gente, reveló una ilusión hecha realidad. Por fin, habÃa fundado la primera cancha de fútbol sobre el mar.
Cada uno de sus compañeros del Bar de los Sábados estaba enterado: desde que la vida lo habÃa hecho adulto, el Roto dedicaba sus vacaciones —todas sus vacaciones, desde el dÃa inaugural hasta el dÃa último— a fundar canchas donde parecÃa imposible que hubiera canchas. «Quedó extraordinaria, el arco del Norte sobre una ola más azul que blanca, el arco del Sur sobre una ola más blanca que verde, el cÃrculo central trazado con bastante sal», detalló, con una alegrÃa invencible. Alguien en el bar se animó a preguntarle si no evaluaba que los vientos de las noches, las mareas rebeldes o cualquier otra de las inestabilidades que hacen que un mar sea un mar podÃan deshacer su obra. Pero el Roto, en posesión de cada una de sus sonrisas, le explicó que, desde su punto de vista, las grandes construcciones humanas jamás desaparecen y que el desafÃo es saber buscarlas.
Lo del Roto en vacaciones no era una distracción trivial o una aventura de turismo futbolero. Se trataba de un ejercicio diferente: una militancia. Con las fibras, con la voz y con las ideas, creÃa que una cancha permitÃa que las personas desarrollaran una de las grandes justificaciones de la existencia: armar algo con otros. Y que, si ese era el fin, no debÃa haber lugar en el universo en el que no se pudiera fundar una cancha.
En el Bar de los Sábados, nadie olvidaba unas vacaciones de las que el Roto retornó con la novedad de que habÃa fundado una cancha en un lago de cenizas. Menos aún olvidaban el énfasis con el que defendió la tesis de que sólo la energÃa y las vibraciones de una cancha eran capaces de lograr que las cenizas dejaran de ser puras cenizas y resurgieran como un campo fértil.
Ninguna de las vacaciones del Roto habÃa quedado vacÃa. En las copas de los árboles de un bosque impenetrable, en las orillas de un camino de cornisas, en el centro de una avenida supertransitada, en el subsuelo de una cárcel de injusticias y en un jardÃn habitado por hombres tristes habÃa fundado canchas. A través de los años, agradecidos, los jugadores de todas esas canchas le escribÃan, de tanto en tanto, para contarle goles, saques de arco, debates sobre penales y, también, más de una felicidad.
Aquella tarde de febrero, el Roto disfrutó del repaso de su colección de singulares vacaciones. Y avisó que, probablemente, se ausentara algún dÃa de la cita honorable del Bar de los Sábados. Ya con seis mil sonrisas en los labios, confesó que estaba pensando en ir a jugar un partido en la cancha que fundó sobre el mar.