Messi, San Lorenzo y un jueves


05 de agosto de 2021

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por Ariel Scher

Tras un día explosivo que conmocionó al planeta, Ariel Scher consigue emparentar la camiseta blaugrana de Cataluña con la del barrio porteño de Boedo

 

Barcelona y San Lorenzo se parecen en el rojo y el azul que los envuelve, en que los honran devenires largos y llenos de emociones, en que acumulan miles y miles de hinchas y en que ganaron diversos campeonatos. Los enlazan, además, algún jugador que se calzó ambas camisetas como Mateo Nicolau, los perjuicios de las dictaduras que se encumbraron en los dos costados del Atlántico y hasta la tesis inconclusa que dejó el periodista Enrique Escande que emparenta las huellas del campeón argentino de 1946 con los brillos del mágico equipo que orientó Pep Guardiola. Sin embargo, como interpreta cualquiera que porte una vida, sumar cosas en común no supone subirse siempre al mismo tren y en la misma vía. Tal cual. En un jueves diferente a muchos jueves de la rutina humana, casi en un solo momento, uno y otro dibujaron dos rostros tan antagónicos como determinantes para explicar por qué, aunque haya pandemias y guerras, o amores y rupturas, o países agrietados y grietas de lo que sea, el fútbol ocupa el centro de la escena de esta época.

Rápido: cuando el Barcelona proclamaba que se quedaba sin Lionel Messi, San Lorenzo recibía el anuncio de que, de manera oficial y legal, puede volver a construir su estadio en el lugar de su mejor raíz.

Es posible que haya cuestiones del juego o de las aspiraciones de competir muy alto en el juego detrás del divorcio entre la institución catalana y el mayor de sus cracks. Articulando verdades con simplificaciones, los altavoces comunicacionales (periodismo, quizás, sea otra cosa) se dedicaron y se dedican a conjeturar sobre las insatisfacciones futboleras del futbolista con el proyecto del club, más allá del atenuante que representa el desembarco de su amigo y gran futbolista Sergio Agüero. Mucho menos abordado resulta el fenómeno estructural que rodea -y, al menos parcialmente, explica- su partida. El comunicado del Barcelona afirma que la entidad y el 10 avanzaban en coincidencias, pero que "obstáculos económicos y estructurales (normativa de la Liga española)" impidieron la formalización de un nuevo contrato. No es posible comprender nada de casi nada en ningún tema sin desentrañar lo económico y lo estructural. Ni hablar en el fútbol.

La Liga (que, por si alguien no sigue lo estructural con detalle, es una organización diferente de la Real Federación Española de Fútbol, con la que convive) lleva el nombre de una corporación bancaria -Santander- y está presidida por Javier Tebas, un señor de largo enrolamiento en la derecha política. Un día antes de la salida de Messi, anunció un megaconvenio con el fondo de inversión CVC a través del cual la Liga recibirá 2.700 millones de euros, de los que el 15 por ciento estará destinado a invertir en los planteles. Pequeña comparación para dimensionar la cifra: en las jornadas olímpicas, hubo discursos deportivos españoles que exaltaron los éxitos de Italia en Tokio y remarcaron que el comité olímpico de ese país administra un presupuesto deportivo cinco veces superior al de España. El presupuesto italiano consiste en 40 millones de euros, menos del 2 por ciento de lo que lloverá sobre los clubes que componen la Liga.

CVC existe como tal hace cuarenta años, pero sus orígenes se remontan a una movida de la banca estadounidense Citicorp (de ahí la sigla: Citicorp Venture Capital) en el final de la década del sesenta. Afianzada en el corazón del sistema financiero transnacional y autonomizada del Citi, posee sedes en Londres y en Luxemburgo, despliega negocios en todos los oestes y en todos los estes, es presentada como una entidad de capitales de riesgo que administra activos por 75.000.000 millones de dólares (para cotejar con un negocio del espectáculo deportivo, ESPN pagó 71.000.000 millones para apropiarse de Fox a comienzos de 2019) y participa en una gama ancha que va desde el gas (Naturgy, una compañía que opera en la Argentina y que seguro abastece a las viviendas de parte de quienes leen esta nota) hasta comestibles. En el deporte, pisa la cancha hace rato. O las pistas porque, por ejemplo, en 2005 desembarcó en la Fórmula 1. Pero canchas pisa: en 2020, pagó por el 27 por ciento de la máxima categoría del rugby inglés. En los últimos tiempos se arrimó al Calcio y a la Bundesliga con voluntad de establecer acciones comerciales parecidas a las que ahora inaugura en España: comprar el 10 por ciento de la máxima categoría del fútbol.

Messi se va de un Barcelona agujereado en sus cuentas por causas varias y que interviene en una competición en la que unos cuantos de sus rivales afrontan también deudas lungas. Según ciertos cálculos, el parate suscitado por el coronavirus y el retorno sin espectadores desembocaron en una disminución del 30 por ciento de los ingresos del fútbol en España y en pérdidas globales de 733 millones de euros para los equipos de la Liga. De acuerdo con lo que vocifera Tebas, la mitad de esa cuenta le corresponde al Barcelona. Por algo, el convenio con CVC fija que otro 15 por ciento de los capitales irá a pagar lo que se debe. Quienes advirtieron hace rato que, durante y luego del temblor pandémico, el universo financiero se masticará a otros universos ya están en condiciones de pronunciar "te lo dije".

Muchas de las crónicas sobre el publicado adiós a Messi detienen el foco en lo que la Liga definió, desde 2013, como topes salariales. A la Liga, en los diarios españoles, suelen denominarla "la patronal" y esa patronal se arrogó una norma a partir de la que monitorear la estabilidad financiera de las entidades que la integran. A ese límite alude el "(normativa de la Liga Española)" que brotó entre paréntesis en el comunicado del Barca. Más directo: conservar a Messi (cuyo contrato renovado aparecía listo y sin desavenencias), entusiasmarlo con un conjunto de figuras y asegurar la continuidad de otras estrellas modela un nudo que, bajo el tope salarial, no pueden desenredar ni el Barca endeudado (obligado a bajar su masa salarial de 506 millones de euros a 347 millones) ni el Barca que percibirá 270 millones de euros de CVC en cuanto la asamblea de clubes apruebe la asociación con esa firma.

Cuando Messi concluya el armado de sus valijas se irá, probablemente, a otro superequipo europeo edificado como superequipo desde la base de capitales indescifrables y semiinfinitos. ¿El PSG de Mauricio Pochettino? Plata qatarí en pleno París. ¿El Manchester City de Guardiola? Plata de Abu Dabi en el campeonato más tentador de la Tierra. "También nos roban el fútbol" se titula un libro de Ángel Cappa y María Cappa que mapea cómo en Europa lo que fue soñado por el corazón de muchos se transformó en una propiedad de pocas y no siempre transparentes manos. Un espectáculo en la médula de la industria del espectáculo y del entretenimiento que se compra y que se vende. Una mercadería valoradísima en un sistema para el que todo o casi todo es mercadería.

Si tanto poder y tanta billetera circundan al fútbol es, por dar un caso emblemático, porque cuando Messi y la pelota se encuentran en un sitio y en un instante se modela una cadena en la que se eslabonan el asombro y la pasión, la estética y el deslumbramiento, la fiesta y la incertidumbre, lo posible y lo imposible. Y eso acontece porque millones de individuos en inmedibles latitudes arrastran un arraigo de ligazón extraordinaria con el fútbol y porque los dueños modernos del fútbol, al tomarlo como horizonte de negocios (y, bastante seguido, de negociados) potenciaron ese arraigo.

Y ahí emergen San Lorenzo, su gente, su estadio.

En un rincón del planisferio más pobre que el que alberga al Barcelona, San Lorenzo también forma parte de la constelación de problemas del fútbol de fuerte exigencia competitiva y de negocios millonarios. Pero la búsqueda persistente de sus entrañas y del lugar de sus entrañas funcionó como una esperanza popular desde que un grupo pionero convocó a empezar el camino a casa. No consistió en una iniciativa estimulada por un interés corporativo sino que surgió de grupos de asociados y de hinchas que explicitaron que un club es una identidad, una pertenencia y una historia. Y que esa identidad, esa pertenencia y esa historia no se perpetúan solo ganando partidos, acumulando jugadores notables o eficientizando números. Esa concepción excede a los debates urbanísticos -que no vienen al caso en estas líneas- sobre la reinstalación de un estadio en una ciudad gigante. Y no excede, en cambio, a la cantidad de "obstáculos económicos y estructurales" con los que los y las de San Lorenzo lucharon en su militancia.

Acaso gravite en lo de San Lorenzo la idea de que los clubes en la Argentina constituyen un agente de socialización como en pocos países. Son eso: una señal en la que conocerse y reconocerse, algo que perdura en medio de lo que se esfuma. Y más: aun acosados por mercaderes de la pelota y de la vida, resistiendo intentos insistentes, hasta ahora perseveraron en no mutar a compañías privadas. Si el Barcelona, uno de los pocos no privatizados de España, se autoconcibe -y le va la razón- como "más que un club", los clubes de la Argentina también son más que clubes.

La historia de las personas y de las sociedades nunca es un dos más dos, nunca da exactamente cuatro y nunca está terminada. El fútbol, más planetario que casi todo, exhibe a veces la confluencia y a veces la tensión entre esos dos territorios que surgen opuestos: los negocios arrasadores de quienes lideran esta fase del capitalismo y los latidos empecinados de aquellos y de aquellas que enuncian "soy de" tal equipo y efectivamente palpitan en cada segundo que eso son. En el inicio de su libro "Boquita", Martín Caparrós reflexiona sobre ese eje y bien asevera que de pocas cosas alguien dice "soy".

Dos territorios, entonces: el Messi que es capital jerarquizado en una jungla donde el capital se come a la pelota y el Messi encantador de las conmociones sobre el césped, el Messi cuya presencia o cuya ausencia provocan que la criptomoneda del Barca crezca o extravíe su cotización y el Messi que en cada golazo ayudó a que millones descifren por qué vale la pena tener ojos, el Messi que tal vez migre por "obstáculos económicos y estructurales" y el Messi artístico que simboliza la cultura de esta era con la 10 del Barcelona estampada en su espalda, las apropiaciones de un juego por parte de los que se apropian de la realidad semicompleta y la gracia inagotable de ese hermosísimo juego, la sensación de que invariablemente vencen los otros y la certeza de que ninguna derrota es eterna si se aprende de esas derrotas y se da un combate paciente pero constante, el Messi que puede no enfundarse más una camiseta que es tan suya como su cuerpo y el Messi que siente que el pasto del Camp Nou es el patio de su hogar igual que un hincha de San Lorenzo siente que la próxima cancha será su hogar, lo que le pasó un jueves al Barcelona y lo que le pasó ese jueves a San Lorenzo.

Todo cabe en el fútbol porque en el fútbol no se disputa nada más que la pelota. Vaya a saber dónde irá a parar ese Messi genial a que se le agradece cada imaginación en la cancha. En una de esas, algún día juega un rato en el nuevo estadio de San Lorenzo.

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