La clase obrera no va al paraíso: va por el fútbol


30 de abril de 2021

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por Roberto Parrottino

A casi tres décadas de la creación de la Premier League, los hinchas ingleses rechazaron la Superliga europea. Y ahora quieren que los clubes vuelvan a ser de los socios.

La clase obrera inglesa perdió el paraíso del fútbol después del desastre de Hillsborough: el 15 de abril de 1989, 96 hinchas del Liverpool murieron aplastados y asfixiados en el estadio del Sheffield Wednesday, antes de la semifinal de la FA Cup frente a Nottingham Forest.

“Hooligans”, acusó el gobierno neoliberal de Margaret Thatcher, con la complicidad de la prensa, aunque la masacre, según la investigación oficial, fue provocada por la policía, que abrió una puerta para el ingreso de los hinchas.

Y en 1992 nació la actual Premier League, que eximió a los clubes a repartir los ingresos. En su “Programa para el futuro del fútbol”, la Asociación Inglesa ya avisaba: atraer a “más consumidores pudientes de clase media”. Las entradas populares desaparecieron: entre 1990 y 2008, el precio medio de una entrada subió un 600%.

“Un deporte que durante tanto tiempo estuvo en el centro de la identidad de la clase trabajadora se transformó en un bien de consumo de la clase media controlado por millonarios arribistas -escribe Owen Jones en Chavs (2011)-. Caricaturizar a los hinchas de clase trabajadora como ultras agresivos obsesionados con la violencia ciega proporcionó la excusa perfecta para excluirlos”.

Casi tres décadas después de la creación de la Premier League, los hinchas ingleses excluidos a los bares y pubs le torcieron el brazo a la Superliga europea, un proyecto de torneo elitista y cerrado que pretendieron instalar doce de los clubes más ricos y poderosos con el apoyo de la banca JP Morgan.

Y ahora, con ese envión, los hinchas estiran el límite: quieren que los clubes vuelvan a ser de los socios, y no de oligarcas rusos y magnates estadounidenses. Es el paso siguiente en la rebelión luego de que los clubes ingleses (Liverpool, Manchester United, Manchester City, Tottenham, Arsenal y Chelsea) se retiraran del Titanic Superliga por la presión de los hinchas, que bloquearon micros de los equipos y entradas a los predios de entrenamiento, salieron a las calles y elevaron las demandas.

En la Premier League, 17 de los 20 clubes tienen capitales extranjeros. Oportunista, hasta el gobierno ultraconservador del primer ministro Boris Johnson amenazó con un proyecto de ley: que los hinchas, como en Alemania, tengan el 51% de las acciones de los clubes.

La reacción de los hinchas acaso haya sido impulsada por un instinto primitivo. Inglaterra es la cuna del fútbol. Los trabajadores le arrebataron the beautiful game a la aristocracia a fines del siglo XIX. La Superliga proponía abolir el mérito deportivo, que cualquier equipo pueda llegar a lo más alto. “El fútbol es el deporte rey, el más importante del mundo -dijo una vez Marcelo Bielsa, hoy entrenador del Leeds-. ¿Ustedes se imaginan por qué le gusta tanto a la gente? Mi idea es que le gusta tanto a la gente porque puede ganar el más débil, porque en el fútbol no siempre gana el más poderoso o el mejor”.

La Superliga planteaba todo lo contrario: que siempre jugasen los mismos, y que ellos invitasen a otros. Las migas. Los hinchas ingleses dinamitaron el proyecto. Se valieron de la historia de los clubes y de la tradición de lucha. Fueron, de algún modo, “los buenos” de la película Superliga europea, no la FIFA y la UEFA. “Quítenle el sol a los ingleses que seguirán viviendo felices -apuntó el periodista español radicado en Manchester Álvaro de Grado-, pero no les toquen el fútbol”.

“We want our Arsenal back!” (¡Queremos que nos devuelvan al Arsenal!), cantaron los hinchas en las calles de Londres. En el partido de Leeds-Manchester United, una avioneta sobrevoló Elland Road con un mensaje que acusaba de robo y pedía que se fuera a la familia Glazer. “Sentimos que ya no podemos dar nuestro apoyo a un equipo que pone la codicia financiera sobre la integridad del juego”, comunicó Spion Kop 1906, un grupo de hinchas del Liverpool que organiza banderas y pancartas en la tribuna Kop de Anfield.

Arsenal (Stan Kroenke), Manchester United (Joel y Avram Glazer) y Liverpool (John Henry) tienen patrones estadounidenses que representan al capital concentrado. A los hinchas, como escribe Nick Hornby en Fiebre en las gradas (1992), libro mítico, los une un vínculo vital con el juego. “Me enamoré del fútbol tal como más adelante me iba a enamorar de las mujeres -comienza Hornby, fanático del Arsenal, en Fiebre en las gradas-: de repente, sin explicación, sin hacer ejercicio de mis facultades críticas, sin ponerme a pensar para nada en el dolor y en los sobresaltos que la experiencia traería consigo”.

Hay que ver -o volver a ver- Looking for Eric (2009), película de Ken Loach, el director de cine que aportó dinero para salvar al Bath, el club de la ciudad en la que vive. Eric Bishop, un cartero de Manchester y miembro del FC United, una organización de hinchas que se opone a que el club sea una empresa de los Glazer, está desahuciado: abandonado por su mujer, inmerso en la cotidianidad de su empleo y a cargo de dos hijastros adolescentes en conflicto.

El suicidio, piensa, es una opción de escape. Hasta que fuma marihuana y, de repente, el hombre del póster en la pared de su habitación se baja de allí. En Looking for Eric, Cantona lo ayuda a encarrilar la vida. Aún hundido, el cartero Eric le dice: “A veces olvidamos que eres un hombre”. Cantona, entonces, le clava la mirada y le devuelve: “No soy un hombre: soy Cantona”.

“Hace un año vemos partidos entre los mejores equipos del mundo y fueron aburridos -dice ahora Cantona, el ser humano-. ¿Saben por qué? Porque no están los hinchas. Los hinchas son lo más importante en el fútbol. ¿Los clubes les preguntaron qué pensaban sobre la Superliga? No. Fue una vergüenza”. Los hinchas son la mayoría, que a veces no es nada silenciosa, como lo certificaron en Inglaterra. Y la realidad, siempre, supera a la ficción.
 

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