Una memoria en el estadio


22 de julio de 2021

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por Ariel Scher

Armando Croatto se convirtió en el primer ex trabajador de Racing que fue víctima de la última dictadura al que el club le restituye la condición de socio. En el Cilindro, su familia vio su ficha de asociación y documentos de su actividad laboral. Fue militante, contador y diputado nacional. Lo asesinaron en septiembre de 1979.

Fotos: Paola Lara/Prensa Racing Club

Fotos: Paola Lara/Prensa Racing Club

Los ojos invencibles de Susana Brardinelli miran esa hoja como si adelante tuvieran un amanecer o como si enfocaran un resplandor en el que cabe la vida. "Esa firma es su firma", dice, segura, segura como de tantas cosas estuvo y está segura Susana, mientras los ojos invencibles le parpadean una vez, dos veces, tres. Los pastos de la cancha de Racing parecen olvidarse de que fueron sembrados para el fútbol y escuchan a esa mujer. La estatua de Carlos Gardel, en el corazón de la platea, a dos metros de donde late intenso otro corazón, el de Susana, también amaga oír cada detalle. Sin embargo, ni un amanecer ni un resplandor inducen a Susana a posar sus ojos invencibles sino un viejo tomo lleno de papeles igual de viejos en el que, prolijísima, surge esa firma que reconoce de inmediato, la de su compañero de existencia, su marido, el papá de su hija Virginia y de su hijo Diego: Armando Croatto, contador, militante de muchas militancias, diputado nacional entre 1973 y 1974, asesinado de un tiro en la cabeza en el suelo bonaerense de Munro el 17 de septiembre de 1979. Si esa firma brota donde brota es porque ese tomo y otros tomos reúnen las fichas de solicitud de asociación a Racing de miles de individuos y, con fecha del 22 de noviembre de 1963, Croatto completó, a máquina de escribir, sus datos para sumarse a las filas de la institución. Lógico: allí era empleado, su primer laburo. Los ojos invencibles de Susana perduran invencibles pero, además, encandilan conmociones. En medio de las impiedades de una pandemia, abajo del sol amable de un día de invierno, Croatto se convierte en el primer ex trabajador de Racing que fue víctima del genocidio argentino al que el club le restituirá su condición de socio.

"Nos pusimos de novios en diciembre de 1964, cuando él todavía trabajaba en Racing. Nos conocíamos de antes", relata Susana y, entonces, los ojos invencibles se le transforman un poco en nostalgia y un poco en gracia. Romance de barrio, apuntaría un tanguero al registrar que se casaron en 1969, un mes después de que él se graduó en la universidad. Ella nació ahí nomás, en la calle Pedro de Mendoza, una arteria entre las vías circulatorias de Avellaneda como, desde hace unos años, también es arteria una calle rebautizada Armando Croatto, oriundo, por supuesto, de esa ciudad. "Mi papá -avanza- asoció a Racing a la familia. Yo soy hincha, claro". Bien cerca, el sociólogo y experto en comunicación social Rodolfo Brardinelli, su hermano, lleva la diestra a un bolsillo y muestra, testimonio de honor, su carné de socio vitalicio. Las pestañas le apuntan rumbo a los rincones que más pisó en esa popular en la que apretó muchos abrazos y tragó más de un remordimiento. Explica:  "Acá nos pasábamos el día con toda la barra de pibes. Algunos éramos de Racing, otros de Independiente. No importaba. Otra época. Subíamos a la torre y veíamos cómo la familia Mattiussi, Don César, su esposa y su hija Tita, cuidaba la cancha y las instalaciones".

La precisión de que se trataba de otra época abarca a Armando, quien no gritaba los goles de Racing y sí los de Independiente. "No un fanático, pero sí un hincha", aclara Susana, que cuenta que ese hincha de Independiente y trabajador de Racing era, orgullo pleno, hijo de un obrero y de una peluquera, proclamador del valor del trabajo, alguien que, como millones y millones, no podía concederse el lujo de estudiar sin conseguir un empleo y allí, buen empleo, surgía Racing. Más y más evoca a Armando, pero ahora dirige los ojos invencibles hacia otro asombro que le arrima un integrante del Archivo Histórico de Racing. Es otro tomo, con superficie más ancha, siempre viejo, invariablemente cautivante. "Esa letra es su letra", asevera Susana, con la mano derecha apoyada, casi en caricia, sobre el brazo izquierdo de Virginia, su hija, que anda envuelta en perplejidades porque, en alguna dimensión, allí emerge su papá. Lo que se lee son las anotaciones contables, cuidadosas, punteo a punteo, con las que Croatto enhebraba su labor entre 1963 y 1964.

Fotos: Paola Lara/Prensa Racing Club

Fotos: Paola Lara/Prensa Racing Club

Racing anunció en marzo del 2021, al cumplirse 45 años del último golpe de Estado, que hará recuperar su condición de y de socias a las víctimas de la barbarie. Otros clubes formularon compromisos semejantes en lo que implica un posicionamiento potente y contrapuesto a ciertos silencios que duraron muchos años frente a los espantos de aquel tiempo. La alteración en la conducta de las entidades deportivas no se produjo de casualidad. Fue la consecuencia de la tarea consistente de núcleos que argumentaron que los clubes forman parte del país y, como tales, víctimas de lo que pasó. Cuando narró esa noticia para el diario español El País, el periodista Enric González afirmó que quienes recuperaran su afiliación social se volverían socios eternos. Eso sucederá con Croatto.

El mundo está lleno de ojos y en los ojos residen mundos. Pero no todos los ojos son invencibles. Los de Susana, que vienen y van por encima de cada curva efectuada con la letra de Armando, se deben haber tornado invencibles de tanto mirar el amor y el horror, las pérdidas y las ilusiones, las victorias colectivas y las derrotas compartidas, la desaparición de sus compañeros y de sus compañeras, las caras de las hijas y de los hijos de esos compañeros y de esas compañeras a quienes cuidó como una tía o como una madre, el exilio y los regresos, las visitas de la desesperanza y la convicción de que otra esperanza llegaría y llegará. Son ojos empecinados en no rendirse, en no parar de enfocar lo humano. Y eso ojos funcionan en una sincronía impecable con sus dedos, que rozan esos documentos que va descubriendo y que, gracias a los tenaces historiadores de Racing, ya no se conservan sólo como una huella del pasado. Cada observación y cada tacto los convierten en presente y en futuro.

Acaso porque de una mamá a una hija viajan herencias que portan mucho más que genéticas, los ojos de Virginia se exhiben invencibles al desparramar curiosidades sobre cada marca del paso de su padre por Racing. "A mi papá lo mataron cuando yo tenía tres años. Los recuerdos se me mezclan un poco", comparte con una voz que, como querellante, sonó en un tribunal de San Martín, en un juicio que, a comienzos de junio, desembocó en la sentencia a prisión perpetua, con cumplimiento efectivo, para cinco represores, todos integrantes del aparato de inteligencia de la última dictadura, a los que se halló culpables como coautores de los delitos de privación ilegal de la libertad, tormentos y homicidio. Ese proceso abordó los crímenes de lesa humanidad en perjuicio de 94 personas (entre ellas, Armando Croatto) realizados en el contexto de lo que se conoce como Contraofensiva Montonera, una iniciativa por la que, de manera voluntaria, militantes de esa organización retornaron a la Argentina entre 1978 y 1979. Al plantear en su alegato que la acción de los condenados estaba enmarcada en el Terrorismo de Estado, la fiscal Gabriela Sosti reivindicó el derecho a resistir a las dictaduras.

Realizadora cinematográfica y madre de hinchas de River, Virginia desplaza las pestañas hacia uno de los arcos o hacia las tribunas despobladas o, quizás, hacia la sonrisa de Gardel. Sin suspender la emoción que supone encontrarse con algo más de su viejo, manifiesta: "Hay saldos de la dictadura que son irreparables, pero es necesario reparar lo que se puede reparar. Es importante comprender, como clubes y como sociedad, que las víctimas nos pertenecen a todos".

Susana asiente, alterna frases hondas con el vuelo visual repetido sobre esa firma y esas letras que jamás se le esfumaron del universo del recuerdo y reparte anécdotas de sus jornadas con Armando. Es psicóloga, abuela, dueña de una extensa ligazón con el sistema docente que en esta etapa prolonga en Quilmes, militante, gente que, a pesar de lo que sea, sonríe. Todo eso y más que eso le aflora en una evocación que es, de un soplido, mínima y mayúscula y contiene la ternura del mundo: "Me acuerdo haber ido hasta la sede o hasta la biblioteca del club a ver a Armando al menos un momento, de pasadita".

El sol persevera en ganarle al invierno. El Cilindro alberga el momento con la generosidad con la que cobija a los partidos grandes y a las multitudes que lo sienten su hogar. Susana conversa con quienes la invitaron, distribuye gratitudes en cada saludo, pronuncia la palabra Racing y promete venir cuando el virus se aleje y resulte posible cristalizar el acto de entrega del carné de Armando. Roza, entre la dulzura y la naturalidad, a su hija Virginia y a su hermano Rodolfo. Imposible medir qué y cuánto los habita en este instante. "Esto es de un valor político y social muy importante", sintetiza.

Cuando se levanta para una foto con el estadio de fondo, lo primero que hace es sostener a cuatro manos con Virginia el tomo en el que queda expuesta la ficha de asociación de Armando y lo segundo es reiterar lo que cualquiera intuye pero pesa especialmente en su boca: "Esto es muy fuerte".

Se puede enunciar así: Armando Croatto, socio y trabajador de Racing, es parte, de nuevo, de un espacio del que ya no lo quitará nadie. O así: Memoria, Verdad, Justicia.

Susana sabe exactamente eso y mira, sin cansarse, la firma y las letras. Hay ojos que son invencibles. Y hay historias que también.

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