Viejos, ¿viejos?


01 de diciembre de 2021

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por Ariel Scher

Cuenta Ariel Scher que en Racing, alguna gente, con enorme cariño, a López lo llama "el viejo"; en Lanús, afecto pleno, a Sand le estampan un apelativo idéntico.

Entonces, en el corazón de la tribuna, con Avellaneda migrando de tarde a noche, con los huesos peor que los músculos y con los músculos peor que las vísceras, ese hombre suelta el mejor comentario de fútbol que podría oírse en ese estadio y acaso en cualquier estadio, en ese día y acaso en cualquier día.

Impresionante comentario:

-Puteen ahora a los viejos. Dale: háganse cargo de putearnos ahora. No ven que son unos cagones. Ustedes son unos cagones.

El hombre, viejo asumido, habla para todos y habla para nadie. O habla para su corazón.

En una brevedad, la existencia le da una oportunidad maravillosa de reivindicarse, de sentirse útil, de certificar que no latía por equivocación, de entenderse vivo.

Treinta metros debajo de los pies del viejo, sudan Racing y Lanús. A los 36 minutos, José Sand, 41 años en todos los documentos, abre el marcador para los visitantes. A los 38, un suspiro después, Lisandro López, un crack de 38 marzos, cabecea para el empate transitorio.

Vaya a saber si el viejo conoce estos dos datos: en Racing, alguna gente, con enorme cariño, a López lo llama "el viejo"; en Lanús, afecto pleno, a Sand le estampan un apelativo idéntico.

Lo que sí domina el viejo es que en este tiempo de la historia humana se torna más fácil alargar la condición de viejo, respirar más o menos bien durante más décadas, no morirse demasiado temprano. Y también es más fácil ser percibido como sobra inútil, como un desecho para la sociedad de la producción, por, precisamente, ser viejo.

Y no sólo sabe eso. Cuando para de gritar, o de exaltar el valor del despliegue de los almanaques, o de exigir muy a su manera que no lo consideraran puro pasado porque ser mayor no significa no formar parte del presente y del futuro, ofrenda una enumeración convincente.

-Hoy fueron Lisandro y Sand. La semana pasada, Lucas Licht, que anda por los 40, metió un gol para Gimnasia. Y Maxi Rodríguez, que anunció su retiro, le dio a Newell´s, con casi 41 cumpleañitos, la alegría de la victoria con Central Córdoba. Y River dio la vuelta olímpica con Ponzio de capitán a los 39 y jugando en lugar de Enzo Pérez, un pibe de 35. A la izquierda de Ponzio, lo vi bien por la tele, corría Pinola, de 38, y después entró Maidana, de 36. No me jodan con lo de la edad, no me jodan.

Parecía salido de un cuento del Negro Fontanarrosa el viejo. Y justo Fontanarrosa, en su literatura, recorre seguido la vigencia de los veteranos. Allí brilla, por ejemplo, el cuento "Algo le dice Falero a Saliadarré", en una pugna de generaciones futboleras sobre el mismísimo césped: Falero, un chiquito, sueña con asentarse en Primera, Saliadarré, futbolista añoso, defiende su lugar en la cancha, su lugar en el mundo, con uñas y botines y, además, con un golazo. Ese cuento es primo o es hermano de otro hermoso cuento, concebido por Osvaldo Soriano, que se titula "Gallardo Pérez, referí", en el que Sergio Giovanelli, "un veterano zaguero central que tenía mal carácter y pateaba como un burro", le vomita al joven delantero adversario, o sea al propio Soriano: "Guarda, pibe, no te hagas el piola porque te cuelgo de un árbol".

En general, la literatura enfocada en el deporte suele asociar el avance de los calendarios con el declive, con la imposibilidad, con la tristeza. Algo de eso transmite el experimentado y decadente Cerrone, coprotagonista de "Buba", el cuento más futbolero del chileno y genial Roberto Bolaño. Y también ese es el sello del jugador de prolongadísimo recorrido que fabula el mexicano Juan Villoro en "El silbido", un tipo al que no le queda más remedio que poner las piernas a disposición de unos empresarios chinos que se adueñan de un equipo en Mexicali. Ambos tienen en común la evidencia de que ya no son los que fueron, pero también los une otro rasgo, un rasgo humanísimo y emocionante, un rasgo que permite que, aunque cueste, aunque amague con esfumarse, las ganas habiten el centro de los días: no se entregan del todo. Tal cual: en algún rincón de su memoria de futbolistas, cobijan la maravilla de la resistencia y la posibilidad de la rebelión. Se parecen, al menos un poquito, a los boxeadores reventados por los golpes y por las desazones que el maestro Ernest Hemingway perfila en "El batallador" y en "Hombres sin mujeres". Tremendos señores esos: se pueden perder partidos, peleas, amores, rumbos, pero eso no significa apagar para siempre la llama de las ilusiones. Lisandro, Sand, Maxi, Licht, Ponzio, Pinola, Maidana y otras gentes podrían argumentarlo aún con más solidez.

Ni idea sobre cuánto le importa la literatura al hombre que brama sobre el cemento del Cilindro. O la sociología. Porque, por ahora más como especulación que de estudio sistemático, parece consolidarse la idea de que la Argentina ofrece un fútbol en el que conviven individuos de muchas vueltas al sol con muchachitos que no completaron los dos decenios y que se profundiza la ausencia de la franja media o de los mayores talentos de esa franja media, entre los veintipoquitos y los treintayalgo, que marchan a otras geografías para forjar una diferencia económica y quizás algún desafío competitivo más resonante. Según esa hipótesis que se aproxima a convertirse en tesis, los mejores desarrollan la parte central de sus trayectorias muy lejos de los barrios y de los vestuarios en los que se modelaron como futbolistas y, en consecuencia, cantan el tango Volver recién cuando advierten que les restan unos cartuchos y no hay nada más lindo que lanzarlos en el suelo desde el que empezaron el camino.

La tabla de goleadores del campeonato de Primera espeja ese escenario. A Julián Álvarez, la figura de River con 21 años, lo escoltan Sand y Marco Ruben, ídolo de Rosario Central, 35 contundentes años, autor de 99 conquistas en el club como suma de lo que acumuló en su juventud muy joven y de lo que ratificó desde que retornó. En el medio, verificando eso de que el nudo de la carrera transcurre en otra latitud, sacudió redes a montones de kilómetros de Rosario. Más pruebas: cuando Lanús no acierta a través de Sand, lo consigue por medio de Juan Manuel López, quien estrena este diciembre los 21. Y más pruebas: en la jornada durante la que la voz del hombre de Avellaneda representa una protesta generacional, Racing disfrutó de un segundo gol y de un tercer gol. El autor del último fue Carlos Alcaraz, creciente en sus 19 noviembres, alguien que nació apenas medio año antes de que Lisandro López debutara en Primera.

En "El cucho", uno de sus cuentos con sabor a fútbol, el escritor colombiano Ricardo SIlva Romero presenta a un entrenador envejecido, que tambalea en su cargo por efecto de los malos resultados. O no, no por eso. En el fondo, si transpira en la cornisa es porque el universo que lo rodea le registra las canas y supone que ya no puede. Pero podrá. Porque lucha. Porque se le angostan los recursos y apela al poder de la palabra. Porque está viejo pero no derrotado o porque ninguna derrota, inclusive las que se insinúan inevitables por el poder arrogante del paso de los años, es definitiva. Y así, victorioso, se transforma, como sentencia el texto, en "el héroe triste que se va en el horizonte". Silva Romero no concurrió al Racing-Lanús de Sand, de Lisandro y del hombre en la tribuna, pero ese hombre en la tribuna amaga con ser el personaje de su relato: también se erige como "el héroe triste que se va en el horizonte".

Para André Maurois, un gran escritor francés, "el arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza". Esperanzas de fútbol, esperanzas de gol, esperanzas de que un comentario en una tribuna llegue a algún oído y a alguna comprensión para que quede claro que ninguna persona es material descartable. Por eso, en el horizonte de Avellaneda, el hombre, el viejo, se va de ese modo, como un héroe, un héroe anónimo, de regreso a su casa. Ya no vocifera. Desparrama una sonrisa.

-¿Le gustó el partido?

-Más o menos, pero me alegré por Lisandro y por Sand. Además, soy un poco de Dock Sud. Y Dock Sud acaba de ascender a la Primera B.

-Lógico, está contento por eso.

-Por eso y porque en Dock Sud juega Cristian Tula. ¿Se acuerdan de Tula? ¿Saben qué edad tiene? ¡43! 43 añitos.

Enseguida, con los huesos peor que los músculos y los músculos peor que las vísceras, sostiene la sonrisa y deja una frase última:

-Puteen a los viejos. A ver si nos putean ahora.

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